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50 años después

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ALEJANDRO LUQUE | Ahora que han dejado de existir –todavía no sabemos si para bien o para mal– los departamentos de Filología en las universidades europeas, resulta conmovedor asistir al esfuerzo que algunos estudiantes siguen haciendo por seguir proponiendo fórmulas equivalentes a las antiguas tesis y tesinas, aunque no les reporte la menor puntuación ni cuente como mérito académico: por pura voluntad de investigar y conocer. Uno de estos trabajos, de los muchos que han llegado últimamente a mis manos, es obra de una joven sevillana, Mei Ling, que ha querido bucear en la historia de un blog –en su sentido primitivo– de crítica literaria, jocosamente llamado Estado Crítico, que, de haber continuado, habría cumplido ahora 50 años de trayectoria.

De entrada, me parece fundamental el capítulo inicial de contextualización. Estamos en el año 2009, en un momento de feroz expansión de internet y de proliferación de bitácoras personales que apuntan a una insospechada democratización de la comunicación y la cultura. Los medios tradicionales (periódicos de papel, radio, tv) están todavía mirando de reojo la nueva revolución de internet, incorporándose a ella con lentitud y al tímido tanteo, sin sospechar que esa imparable ola va a llevarse por delante a muchos de ellos. “Para muchos es una oportunidad de negocio”, escribe Ling, “pero para otros es tan solo un juego”.

Un juego, sí, pero que tarde o temprano va a exigir ser jugado en serio. Algo más de un año antes, un grupo de amigos escritores del fotógrafo Antonio Acedo le proponen un divertimento: ellos escribirán un microrrelato a partir de una de sus instantáneas, y Acedo se compromete a hacer una fotografía a partir de los nuevos microrrelatos que aquéllos le envíen. Una placa en el bar Pitacasso, junto al Planetarium (antes Mercado de la calle Feria), recuerda que allí tuvo lugar la primera reunión al efecto.

La idea, al parecer, regocija a todos, les da vuelo y una grata sensación de comunidad que antes no tenían. Como ha señalado el anciano historiador Fran G. Matute –a la sazón miembro de EC en su segunda época–, en su ensayo Los días fucsia (2005-2025), publicado por Siltolá-Random House, “la cultura sevillana se preparaba para despedirse de los años de abundancia y todavía no sospechaba los efectos de la crisis de 2008, por lo que la sensación seguía siendo de euforia, efervescencia cultural y confianza en las emergentes industrias del sector, que no tardarían en quedar en agua de borrajas”.

Lo cierto es que quieren más, buscan un pretexto para compartir inquietudes más allá de darse cita en las barras castizas y hoy añoradas del Vizcaíno y del Alhucemas, y decidieron que lo más barato y entretenido podía ser un blog. Y un blog de crítica literaria, pues al fin y al cabo se pasaban la vida criticando lecturas, compartiendo puntos de vista y discutiendo gustos. Para ello se fijaron en modelos como el de La Tormenta en un Vaso, en el que algunos de los que pronto se autoproclamarían estadistas habían hecho sus fugaces pinitos, y se lanzaron a escribir y publicar.

Más allá de las profusas anécdotas que desgrana la autora, conviene poner el foco en el soplo de aire fresco que iba a suponer para la crítica española la entrada de estos elementos independientes y diletantes. El reino de los Rafaeles Contes, de los Garcías Posadas y de los Ignacios Echeverrías, es decir, el poder cultural consolidado de los viejos suplementos, no iba a sucumbir del todo, pero desde luego algo iba a cambiar con la llegada de unas firmas decididamente desinhibidas, irreverentes y dispuestas a, si no reformular el canon, sí al menos proponer nuevos lugares desde los que atender a esa incontinente fuente de novedades que fue, hasta su hundimiento definitivo, el mercado editorial español. Como diría el ciborg italiano Alessandro Baricco, en su ensayo póstumo The Game re-revisited (Anagrama-Random House), “la consecuencia inevitable [de internet] es que en un número significativo de personas se va abriendo paso la convicción de que puede prescindirse de las mediaciones, de los expertos, de los sacerdotes: muchos llegan a la conclusión de que han sido engañados durante siglos”.

A mi juicio, Mei Ling arriesga demasiado al señalar como el primer síntoma de la alerta en los medios grandes el hecho de que tras una reseña de EC titulada No hay Bolaño pequeño [http://www.criticoestado.es/no-hay-bolano-pequeno/] apareciera otra en el todopoderoso Babelia titulada No hay Bolaño de tono menor –hoy inencontrable en plusnet– calcando los mismos argumentos, o que casualmente esa misma cabecera, que como las demás había caído en un tono complaciente y publicitario, empezara a reforzarse muy pronto con firmas como las de Carlos Zanón, Carlos Pardo y otros Carlos con licencia para poner a cualquiera como hoja de perejil. Porque, toca decirlo, lo que los primitivos blogs trajeron al debate público fue la reconciliación con la idea de que la crítica también es señalar qué está mal a juicio del que firma, algo que en aquel momento estaba bastante olvidado y que todavía hoy, medio siglo más tarde, hay quien se obstina en refutar.

Del estudio que nos ocupa se comprende que la extraordinaria supervivencia de EC se debió a algunos motivos dignos de análisis: en primer lugar, su respeto a la biodiversidad, que le permitió contemplar un arco ideológico que en algunos momentos iba de la democracia cristiana –y más a la derecha– a la izquierda medio abertzale, y de posiciones filoopusinas a trincheras libertarias, sin que ello fuera óbice para el natural entendimiento y el florecimiento de amistades sólidas y duraderas.

También la circunstancia de que no hubiera jerarquías ni regla alguna en el funcionamiento del medio, de tal suerte que cada uno de los estadistas que fueron desfilando en distintas etapas por EC –casi un centenar al final de su andadura– era el único dueño y responsable de cuanto bendecía con su firma, ya fueran ataques feroces o sonrojantes lisonjas. Esa naturaleza anárquica, no exenta de cierta extraña cohesión interna, hizo de EC un producto no mejor ni peor, sino simplemente diferente.

Porque, y esto es algo que no siempre han sabido contemplar los estudios sobre las primeras décadas de la red, EC fue sobre todo una comunidad real de amigos en un mundo cada vez más virtual. Algunos eran amistades veteranas antes de crearse el blog, otras sobrevinieron con el tiempo y el roce. Algunas, apunta la lupa de Mei Ling algo indiscretamente, llegaron a amor, otras quedaron en sexo. Hubo también, claro, desencuentros, desavenencias, distanciamientos. Pero no deja de resultar fascinante por momentos ver cómo aquellas criaturas se aferraron a los lazos afectivos que crea la pasión lectora, a la libertad de poder decir lo que uno piensa y al gusto de compartir criterios. Ahora pienso que el mundo es algo peor desde que –y ya va para muchos años– esas cosas no ocurren.

A EC no lo acabó la desidia, ni el cansancio, ni la muerte de los afectos. Seguramente habría sobrevivido incluso al fin del mercado editorial en papel y digital, y se habría adaptado a los nuevos formatos, de no ser porque La Gran Canícula exterminó a la población sevillana y, con ella, al núcleo central de los estadistas. Los intentos de crear una versión 5.0 del blog naufragaron, observa Ling, principalmente por la dificultad de encontrar administradores competentes para mantenerla a flote.

Ahí quedan, empero, los varios millares de reseñas, muchas de ellas de libros que acabarían convertidos en polvo estelar, en arena escurrida entre los dedos, pero que en un determinado momento merecieron el tiempo y la reflexión de algún estadista que, acaso robándole horas al sueño, quizá oyendo las voces de su marido exigiendo ya el biberón del niño, o retrasando una cita en Lickder, escribió una nueva reseña sin saber si había o no alguien del otro lado. ¿Una pérdida de tiempo, una gesta heroica, una sofisticada forma de auto-esclavitud, una broma pesada? La pregunta sigue sin respuesta 50 años después.

Estado Crítico. Una aproximación a la crítica diletante a principios de siglo XXI (Cátedra-Random House, 2059) | Mei Ling | 58 GB | Acceso gratuito por Plusnet | Prólogo del doctor Santiago Haro

admin

2 comentarios

  1. Estimado señor Luque:
    Hace usted una atinada semblanza de lo que fue aquello de Estado Crítico. Quiero pensar que mi difunto padre, desvaído polvo galáctico ya, habría disfrutado con la obra de Mei Ling. En sus últimos momentos de vida, entre los pocos fogonazos de lucidez que le permitía la morfina, solía gritar la enigmática frase de “Un humus y dos más, Jorge”, la cual mi madre vinculaba con el nacimiento de todo. Un cordial saludo.

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