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A favor de España

RAFAEL CASTAÑO | Sergio del Molino, del que en este blog ya se ha hablado, abrió el grifo, y España se llenó de la España vacía. En una clara señal del éxito de su idea, otros le han cambiado el nombre, y hemos visto por ello graciosos enfrentamientos entre quienes defienden que España está vacía y quienes defienden que España está vaciada. Yo, en mi humilde recuerdo de Cela, propongo una tercera vía: España está vaciando, que no es lo mismo.

De todo el polvo levantado en las mesetas y urbes nacen los lodos de estas páginas, porque del Molino, un fantástico escritor que escribe bien y sabe escribir de muchas cosas (la enfermedad y muerte de su hijo Pablo en la dolorosísima La hora violeta; la Zaragoza de su adolescencia en La mirada de los peces, centrada en el suicidio de su profesor de filosofía del instituto; su psoriasis y la psoriasis y mirada de los otros en La piel; o la vida de sus abuelos en su libro favorito, Lo que a nadie le importa) sintió que su mensaje era lo suficientemente elástico como para caber en cualquier ideología. Esto, que puede pasar por virtud, se hizo vicio en el viciado aire de nuestra política. Alarmado por el uso que VOX hizo de algunas de las ideas de La España vacía, decidió mojarse más, lo que en una meseta sin playas sólo puede hacerse escribiendo otro libro. El título, naturalmente, estaba claro: Contra la España vacía.

Este país lleno de pensadores necesita pensadores. O al menos necesita que alguien leído por muchos les descubra a muchos otros que, por ser leídos por no tantos, no se han dado a conocer aún lo suficiente. Yo presenté el libro hace unas semanas, y le conté a del Molino lo que cuento aquí: la bibliografía es, salvo excepciones, recientísima. Casi todos los títulos relevantes que invoca se han publicado en los últimos tres años. Lo que le conté no es sólo eso. Le dije también que sospechaba que sus ideas no tenían una base lo suficientemente antigua como para ser tomadas en serio. Del Molino respondió que esas inquietudes que el libro refleja, el más político de sus libros, vienen de muy lejos. Y en esos títulos que en el párrafo anterior mencioné, siendo honestos, pueden verse caminos que conducen, si uno mira con calma, a esta encrucijada que se llama España. Digo España y no Estado español o nación o lo que sea, porque uno de los ensayos más parecidos al suyo a los que él mismo alude es, precisamente, España, de Santiago Alba Rico, también editado y vendido bien este año, que pretende desembarazar a la izquierda española de su neurótico despliegue de sinónimos esquivos con los que evitar decir eso: España.

Entre ellos y muchos otros (Víctor Lapuente, Daniel Gascón, Jorge Freire…; no recuerdo a muchas mujeres, aunque aparece Irene Vallejo, que está últimamente en boca de todos, y bien que se lo merece), se nos habla de todas las cuentas pendientes y concesiones que España debe admitir o afrontar para ser, por fin, un país unido. Ese, creo, es el objetivo de Contra la España vacía. No es la refutación, punto por punto, de las líneas trazadas en aquel. Eso es lo que uno esperaba, y al no encontrarlo, o al menos no de forma tan directa, uno no sabe qué esperarse. No es tampoco un manifiesto, pero sí es político. La España vacía era un ensayo en el que primaban las referencias al arte, mientras que Contra la España vacía es un ensayo político, en el que el autor comienza hablando de política y termina, con su reivindicación de Azaña, hablando de política. Política en el sentido opuesto a aquella frase de Groucho sobre el potencial de la política para inventar problemas y soluciones ineficaces. Tender puentes en un país lleno de rotondas mentales que nos ha legado la institucionalización, larvada durante años, de lo insólito. Me acuerdo, no sé por qué, de Balthasar, el burro de la película de Bresson, condenado a ser maltratado dando vueltas alrededor del mismo punto. Dan ganas de liberar a este burro, que es España, de sus ataduras. Qué película más triste.

Todas esas ataduras se van desligando, una a una, acercando cada vez más el tiro, en un recorrido por la teoría política o los nacionalismos periféricos, en esa combinación tan propia de Del Molino entre lo personal y lo público, entre testimonio e historia. Leído el libro no sabría uno decirles de qué trata, porque realmente trata de muchas cosas. La escritura es clara, pero la estructura, comparada con La España vacía, se flexibiliza. He disfrutado muchísimo ese camino en el que cada página promete sorprendernos con nuevas variantes, en una suerte de fractal que, sin alejarse, se aleja, y alejándose vuelve al centro. Falta mucho aún, creo, para considerar a Del Molino un ensayista político. Creo que su traje es más el de Muñoz Molina, el literato que hace de la política literatura y de la literatura, a su modo, política, columna, tertulia. Termina uno con la sensación de que Contra la España vacía no hace honor a su título. Es más la otra cara de la moneda, todo ese andamiaje de ideas que en aquel libro parecía más una improvisación y en este, aceptando su errancia, se asienta.

Contra la España vacía (Alfaguara, 2021) | Sergio del Molino | 280 páginas | 18,90 €

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