MANOLO HARO | La lusofonía siempre ha penetrado con dificultad en el ámbito hispánico. El continente Brasil, ya solo por una cuestión estadística, tendría que haber brindado un nutrido número de luminarias al otro lado de sus fronteras, pero la República Mundial de las Letras, con sus capitalidades morosamente cambiantes en los últimos dos siglos, pocas veces les ha dado su lugar a São Paulo o a Río de Janeiro. Dejando a un lado los libros de Paulo Coelho –me cuesta colocarlos bajo el elástico término de literatura–, Brasil ha llegado hasta nuestra cultura con escasos y poco leídos embajadores. En esta comitiva diplomático-literaria habría que colocar a Joaquim Machado de Assis, João Guimarães Rosa, Clarice Lispector y, creo que merecidamente, al nonagenario Rubem Fonseca. Registren ustedes mismos sus estanterías y observen si tales autores ocupan algo más, en el caso de que lo hagan, de un cuarto de balda.
Una persona tan poco sospechosa de monoculturalista como el recién fallecido Harold Bloom (dejando a un lado su consabida querencia por el epicentro Shakespeare) rescataba en su ensayo Genios la figura y el tamaño artístico de Machado de Assis, elevando a las alturas de obras canónicas sus Memorias póstumas de Blas Cubas. Esta alusión a la novela del brasileño, junto a otra no menos admirativa de Susan Sontag, se cita hasta la saciedad en todas las semblanzas literarias que acompañan la diseminada edición de su producción en nuestro idioma; lo cual denota, me atrevo a inferir, que poco se le ha leído en estas tierras por habérsele publicado poco y de manera escasamente programada. Como salvedad se podría aludir a la editorial Sexto Piso que ofrece en su catálogo estas Memorias póstumas y unas Crónicas escogidas. Nada más. El resto se reparte entre Alianza, Cátedra, Funambulista y Celeste, entre otras.
Las especulaciones de algún que otro estudioso darían lugar a pensar que, siendo Machado de Assis un autor descentralizado o fuera del mandarinato cultural global, su obra provendría del calco de referentes europeos trasvasado al contexto del Brasil de la segunda mitad del siglo XIX. A partir de tal especulación, nada más fácil que dejarse llevar por el deseo prejuicioso de querer leer a la Armada Invencible del Viejo Continente y no a los milicianos de las ex-colonias de ultramar. Sin embargo, el autor de El alienista es un escritor cuyo talento reside en tomar una tradición que le viene marcada por el Tristram Shandy de Laurence Sterne, La educación sentimental del Flaubert o El club Pickwick de Dickens –autores que ya derraman suficiente jarabe de ironía en su arte– e inocularle el vitriolo de su humor, de la sabiduría natural y de la penetrante inteligencia de un hombre hecho a sí mismo. Mulato en un país, como decía Jorge Amado ya en el siglo de la pos-esclavitud, donde el racismo sería una soberbia estupidez, le tocó vivir en el Brasil pre-abolicionista. El color de piel y la temprana orfandad lo hubieran podido condenar a una vida muy diferente, pero su autodidactismo y curiosidad le facilitaron el acceso a la cultura y al estudio de varios idiomas, puente de conocimiento de otras literaturas y entrada a los círculos culturales de Río de Janeiro. Su precocidad y agudeza de ingenio le abrieron las puertas para desempeñar un papel relevante en el periodismo, la política y las artes de su tiempo. En algunos rasgos del personaje Blas Cubas se encuentra una pintura difuminada de la figura del literato.
Las Memorias póstumas de Blas Cubas suponen un hiato en la producción de Machado de Assis, ya que con esta novela deja atrás su Romanticismo de juventud y se instala en el Realismo, desde donde dio lo mejor de su literatura. Estas memorias narran la vida de un hacendado brasileño que no diferirá un ápice de sus iguales a un lado u otro del Atlántico. Se disfrutan estas elucubraciones de un hombre de talento con un pie en el estribo a raíz del recuerdo de su vida. Toda la literatura realista europea está llena de salones, lámparas, besos robados en jardines umbríos, carruajes, palcos de ópera, muselinas, celos, amores furtivos, etc. Lo que con gran brillantez aporta el fluminense a ese mundo es una visión explícitamente descreída de esa sociedad –la vejez y la inminente muerte siempre resultan una atalaya ventajosa–, además de una voz sublime que a lo largo de pequeños capítulos sube a la montañas de las reflexiones celestes sobre asuntos mundanos y baja a palpitante lodazal de las pasiones e intrigas familiares, políticas y sociales. Blas Cubas es un pícaro burgués al que acuden los recuerdos de los amores ilícitos entre él mismo y Virgilia, una hermosa y casada mujer. Esto no dejaría de ser el trillado y manido argumento realista si no fuera por ese aire irónico y sincopado que aventa esta obra maestra en la que se recogen personajes (el magistral Quincas Borbas) y argumentos (el de la nouvelle El alienista) que nutrirán la producción del autor. El recuerdo, ya con los ojos espectrales, es el único consuelo para una vida de ultratumba tan nihilista como la vida terrena. De la nada a la nada sin frutos entregados al mundo, tan solo la memoria de la existencia, Blas Cubas es uno y es todos. Ahora que la masa democrática se identifica con las individualidades sufrientes de las noticias, Cubas en nuestra cifra y una necesidad; la paráfrasis de nuestras existencias, en suma.
Como coda les diré que leer a Machado de Assis es una pura delicia de la que no debiéramos prescindir. Sus Cuentos de madurez en Pre-textos o Los papeles de Casa Velha en Funambulista, por poner dos casos, se leen con verdadera delectación.
Memorias póstumas de Blas Cubas (Alianza, 2018) | Joaquim Machado de Assis | 264 páginas | 11 €