Hasta aquí
Wislawa Szymborska
Bartleby, 2014
ISBN: 978-84-92799-77-0
67 páginas
15 €
Traducción de Abel Murcia y Gerardo Beltrán
Edición bilingüe
Coradino Vega
Cuando en 1996 fallaron el Premio Nobel de literatura, yo era uno de los muchos lectores españoles que no tenía ni idea de quién era Wislawa Szymborska, que luego siguió sin ser capaz de deletrear bien su nombre y para quien al cabo del tiempo su poesía se volvió imprescindible. A la dicha de descubrir la sencillez profunda de su obra, durante años añadí un recorte de periódico en el que esta mujer de Cracovia, de mirada zumbona y sonrisa franca, decía que incluso del aburrimiento había que escribir apasionadamente; que le apenaría mucho que alguien encontrara cinismo o nihilismo en sus versos, pues consideraba que eran contrarios al humor y su ironía partía de la premisa “yo soy como tú”; que nunca había tenido la necesidad de reprochar nada a sus padres, ni biológicos ni literarios; que su duda no era una alabanza de la ignorancia sino el resultado de muchos años de búsqueda; que aunque la desgracia estuviera al alcance de nuestras manos, ella prefería apoyar la alegría y brindar acordándose de su querido Milosz con un: “¡Que la felicidad sea accesible en esta tierra!”.
La misma retranca afilada de lucidez, la misma sabiduría transida de gravedad y ligereza que destilaban sus poemas, el mismo extrañamiento asombrado que nunca caía en la simplificación, la cursilería o el infantilismo, estaba presente también en los volúmenes de prosa que Alfabia fue publicando a partir de las “lecturas no obligatorias” que Szymborska recomendó en la revista Vida literaria, y estuvo también en Aquí, el título que pareció que sería su última entrega poética. Porque uno coge un poema o una reseña de Szymborska y rápidamente reconoce el tono y el tema, la mirada y el juego del lenguaje, la impronta que confirma, como confiesan sus traductores en la entrevista de Javier Rodríguez Marcos que acompaña a estos trece poemas inéditos, que cada página que escribió formó parte del mismo libro. No en vano, en el primero de ellos nos encontramos con su típica oposición a la grandilocuencia y las ideas absolutas; en el segundo, con la reserva perpleja que le siguieron produciendo hasta el final ciertas palabras (aquellas relacionadas con los sentimientos, “el alma” o “soy”); en el tercero, con quienes van por la vida sintiéndose segurísimos de sí mismo. Pero también hallamos el alegato moral de quien vivió por partida doble el horror del siglo XX y que nunca parece emitido desde un púlpito: una mano resulta “suficiente / para escribir Mein Kampf / o Winnie the Pooh”; de entre las paradojas sería deseable que hubiese más odio al odio, “porque a fin de cuentas / lo que hay es ignorancia de la ignorancia / y manos ocupadas en lavarse las manos”; las fosas comunes no aparecen en la celebración de lo pequeño y accesible que contienen los mapas.
La cordialidad coloquial de su estilo está siempre reñida con el énfasis y la retórica, pero también con lo previsible y rutinario. Desde una claridad engañosa muy difícil de conseguir, y a través del esfuerzo por la precisión que complica tanto la labor de sus traductores, Szymborska vuelve a provocar la sonrisa cuando toca los temas más trascendentes que puedan concernir al ser humano. Como afirma Abel Murcia en la entrevista final, su mirada revela un “inconformismo conformista”: conformista en el sentido de que las cosas son como son, lo cual no significa que sean como se nos dice. Hasta aquí supone la coda insospechada al libro que escribió durante sesenta años. Que en su liviandad Szymborska roce a veces cierto manierismo de sí misma no nos impide disfrutar, a modo póstumo, de su capacidad de observación única. De su sabiduría. Y de su gracia.