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A ver cómo lo cuento

ELENA MARQUÉS | Pues eso. Que a ver cómo lo cuento. Necesitaría la verborrea de la Pili, la protagonista de lo que me acabo de leer y pretendo ahora compartir con la peña. Y necesitaría también su inestabilidad y todas esas vainas. Por lo pronto voy a evitar imitarle el acento. Y eso que lo compartimos. Pero es que transcribir el andaluz tiene sus dificultades. Y entenderlo, para quien no sabe ni dónde está la basílica de la Macarena, otras tantas. Pero os podéis hacer a la idea.

En Solo quería bailar, su debut como novelista, la Greta García se ha metido en la mollera de una reclusa. Y no nos ahorra nada. En un muy bien construido (o deconstruido, que es lo que tiene el fluir de conciencia) strem of conciousness que da a veces tanta pena y la mayoría del tiempo horror, nos va contando no solo su vida en la celda, entre la Manuela, la Topo, la Pina (ay, la doctora Pina, la única que la trata con una mijita cariño y por eso eso) y la enajenación mental, sino el cómo llegó hasta allí y la dureza de una vida dedicada a la danza, la disciplina y esas mierdas que hemos visto en alguna película de Aronofsky. Otro que tal baila. Solo que la Greta, será porque es sevillana, tiene bastante más gracia y se gasta un humor negro y te utiliza unas frases ingeniosas y brutísimas que ni en los mejores reformatorios.

Porque, desde luego, la historia es bestial, y tiene mucha miga. Y esa voz en primera persona que no se calla ni con todas las hostias que se lleva (o precisamente por eso) desde que su madre la echó por ahí no conoce la censura y tiene menos filtros que una Melitta de tercera mano. Lo que es capaz de generar un cerebro fundido da un miedo que te cagas.

Y mira que yo pensé que después de leer algunas escenas de David Foster Wallace en La broma infinita ya no me iba a espantar de nada que se pusiera por escrito. Pues me he equivocado. La Greta es, aquí (que después tiene carita de ángel, no sé a quién quiere engañar), muy cafre y muy ordinaria y muy salvaje (en un registro más fino diría que es bastante trasgresora), en esta primera novela que está dando que hablar y que no es para todos los públicos, eso lo digo desde ya. Escandalizaditos del mundo, no se os ocurra leer ni una página, os vaya a dar un síncope y para qué queremos más, que entre la violencia y la escatología y los pecados de pensamiento (casi los peores, o sin el casi) no vais a dar abasto.

Hay mucha oscuridad en este libro, a pesar de que la forma de contar la historia te lleva a la carcajada continua. Pero es una risa dolorosa, de esas en las que estás viendo las injusticias y las consecuencias que tienen los tocamientos de huevos llevados al límite. De esas que te recuerdan que el sistema es una mierda y que para algunos tirar por la calle de en medio es la única salida que les queda. De esas que, con la caricatura o el esperpento como fondo, hacen brotar la mierda de las cañerías. Y mira que hay mierda por todas partes. Para llenar no sé cuántos barcos.

Hay también mucho conocimiento del medio. Porque la autora de esta provocación es bailarina, directora teatral y coreógrafa, y a la Pili la vemos embutida en sus puntas y, de esa manera, esmerada en sus fuetés, sus balotés y sus developés (con tecnicismos andaluzados se nombra cada capítulo). Y hay que ver lo bien que se describen sus evoluciones por el escenario, sus ensayos entre niñas con vocación de recrearse en el bulling y el riesgo de caer en cualquier desorden alimenticio. Pues igual de bien que cuenta lo difícil que es abrirse camino en el mundo de la danza, los gilipollas que te encuentras que no te dan un soplío en un ojo, la falta de ayudas a las artes. Mucho mejor que un discursito en la gala de los Goya lo denuncia la Greta. Y sin pajarita ni frac, sino con uniforme de reclusa y en tonos gris loneta y sangre de hemorroides.

Hay también genialidades y guiños que igual solo captamos los andaluces del gremio. Aunque, claro, seguramente esto que cuenta es una generalidad y servidora, que no está en el ajo nacional, lo desconoce. Porque la gota que colma el vaso de la Pili y la convierte en un peligro público es no poder acceder a unas ayudas a la creación por esas trabas de la burocracia. Unas ayudas que mucho se parecen a las que la Junta de Andalucía publicó con motivo de la pandemia, en especial para las salas de teatro y las artes escénicas, a las que el confinamiento hizo mucha pupa. Ayudas a las que accedía el que cliqueara más rápido. Como en un duelo del oeste.

En fin, que es verdad que la Pili es una prenda, por no decir que es un monstruo con todas las letras; pero es que, en general, las vidas no se tuercen porque sí, y toda torcedura tiene una explicación detrás, una infancia fea, un padre con la mano siempre dispuesta al sopapo, una madre un poquito inútil, una jartura llevada al límite, una soledad que no merecen ni los perros sarnosos. Porque eso de que no reciba ni una visitita estando la criatura en la cárcel de Alcalá de Guadaíra, ni una cestita de magdalenas proustianas, con lo bien que las hacía su madre, te deja un sarpullido en el alma.

Por eso la sensación que nos queda después de sacarle a la Pili un cepillo de dientes del culo y encontrarlo de nuevo en el último acto como cerrando un círculo (no digo dónde, ni lo que pasa, que es bonito y todo) es incluso de ternura y solidaridad, la comprendemos a la pobre. Aunque la reacción sea desmedida y no estaría de más que se lavara la boquita con lejía. Pero es que, en el fondo, la mujer Solo quería bailar

Solo quería bailar (Tránsito, 2023) | Greta García | 200 páginas | 18 euros

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