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Actualidad bizarra para brutos mecánicos


Todo lo que se llevó el diablo

Javier Pérez Andújar

Tusquets, 2010

ISBN:978-84-8383-273-8

301 páginas

18 €

Fran G. Matute

Descubro a Javier Pérez Andújar a través de una de las revistas gratuitas más friquis que circulan por nuestro país. Me lo veo en una foto con un banjo, con cara de flipado y en el instante me cae bien. Leo las loas que la publicación le brinda y una interesante entrevista en la que el autor reconoce haberse visto influenciado por esa monumental obra que es Warlock (1958) de Oakley Hall a la hora de escribir su última novela, que lleva por título Todo lo que se llevó el diablo, y corro a comprarla a la librería.

Así funciona hoy día la tradición oral o lo que queda de ella. Teniendo en cuenta que el medio de comunicación más eficaz entre la juventud es el SMS, dentro de poco se nos olvidará hablar entre nosotros y la única forma efectiva de transmitir datos, al margen del P2P, serán los blogs como este, las páginas webs y, por qué no decirlo, las publicaciones gratuitas como en la que descubrí a Pérez Andújar. La tradición oral morirá o se transformará en algo con la coletilla «2.0» ó «3.0» y tendrá poco de oral pero el mismo grado de efimeridad. Traigo a colación esta reflexión porque Todo lo que se llevó el diablo lidia precisamente con el peso de la tradición oral en nuestro país. Tomando como punto de referencia los tiempos de la República, Pérez Andújar realiza todo un ejercicio de nostalgia folk alrededor de la cultura popular (cuentos, canciones, cómics, películas, sainetes…) de la época para enlazarlo (de forma un poco forzada, todo hay que reconocerlo) con nuestros días.

Como hilo conductor de esta historia, Pérez Andújar se apoya en las Misiones Pedagógicas que recorrieron los pueblos de la España profunda regalando cultura a los analfabetos habitantes de las zonas rurales más remotas. Rincones de España que pertenecen al gótico norteño y que comparten no pocas similitudes con pueblos como el de Amanece que no es poco (1988) de José Luis Cuerda. Junto a esos circos de la cultura ambulantes que fueron las Misiones Pedagógicas camina un lobero estepario, una representación de la pureza y nobleza del campo patrio, un joven inquietante en busca de un familiar perdido, que ira despertando de su inocencia a medida que recorre los pueblos de una España aislada y convulsa. Los pasajes que narran las peripecias del lobero son los que más arraigo en el «western» ofrecen. Puede uno vislumbrar en ellos, salvando las distancias estilísticas, influencias de Cormac McCarthy o del citado Oakley Hall en su acompañamiento al personaje, en esa constante sucesión de encuentros, en esa descripción de los polvorientos caminos secundarios que vertebraban la frágil República de Azaña. Y es por esos caminos perdidos de la mano de Dios en los que Pérez Andújar encuentra la inspiración para ofrecernos, con su virtuosa y precisa prosa, personajes de lo más variopintos (por citar uno, no podemos dejar de recordar al pedómano cuyo talento reside en interpretar el himno de Riego con sus ventosidades) que dan lugar a los encuentros más bizarros.

Contextualizando Todo lo que se llevó el diablo dentro del panorama literario actual, no resulta difícil situarla cerca de las recientes publicaciones de Eduardo Mendoza (ambientada prácticamente en el mismo momento histórico) o incluso de Rafael Reig (que amenaza con reinterpretar la historia reciente de este país). Pero esta novela se nos antoja que llega, por lo menos, unos diez años tarde, ya que funciona verdaderamente bien como el eslabón rural entre Las máscaras del héroe (1996) de Juan Manuel de Prada y las Fabulosas narraciones por historias (1997) de Antonio Orejudo Utrilla. Pérez Andújar nos habla en esta excelente novela, y así lo expresa a través de uno de sus personajes, del «hombre ultramoderno que se extasía ante la España vieja», una lectura que tiene el mismo valor en la Zamora de 1936 que en la Barcelona de 2011.

admin

2 comentarios

  1. Pérez Andújar es un autor interesantísimo. Aunque su ópera prima me pareció más lograda, más redonda, ésta tiene momentos de gran intensidad y brillo. Es un autor al que hay que seguir la pista, porque está en la tradición de Manuel Puig: la defensa de «lo popular» como elemento cultural vivo que determina nuestra educación y nos define como personas, de forma mucho más determinante que otros referentes más eruditos y prestigiados, propios de la «alta cultura».

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