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Alén do Leteo

Las historias gallegas

Álvaro Cunqueiro
Editorial Paréntesis
ISBN: 978-84-9919-007-5
170 pág.
13 €

Manolo Haro

Cuenta el historiador hispano-romano Paulo Orosio (SS. IV-V) que Junio Décimo Bruto inició la conquista de la Gallaecia Ulterior con una legión de hombres que empuñaban la espada a cada paso, siendo como eran aquellos lugares territorio donde convivían mitos clásicos y leyendas de los pueblos prerromanos. De hecho, cuando Junio Bruto arribó al río Limia, lo identificó como el Leteo, el río del olvido. Los guerreros se resistieron a cruzarlo por miedo a perder el tesoro de sus memorias bélicas. Ante esto, Décimo tomó el estandarte con decisión, cruzó y fue llamando a cada uno de los legionarios por su nombre. Desde entonces, la extrema geografía de esta provincia, la más septentrional del Imperio, en la que se localiza el río Lethes y el fin del mundo conocido (finis terrae), resultó muro feracísimo para que una hiedra de historias se tejiera en la que hoy, ya despojada de cualquier espiritualidad, se conoce como el simple reclamo turístico de Galicia máxica, merced a la combinación de conjuros de queimada (recitado con engolado hastío por buhoneros locales) y figuras de meigas (made in China) que pueblan los escaparates de Compostela.
Pero esa Galicia repleta de fábulas existió hasta hace bien poco; y existe actualmente, tal vez de forma residual, en ciertos lugares y en ciertas personas. Este país ha conservado una tradición oral viva gracias a una sociedad plenamente rural que se mantuvo incólume hasta los años 60 del pasado siglo; hasta entonces se salvaguardó, por encima de las prosaicas historias citadinas, un flujo de relatos nacidos entre el mundo y el trasmundo.
La figura y personalidad literarias de Álvaro Cunqueiro (Mondoñedo, 1911-Vigo, 1981) han contribuido, de una manera difícilmente cuantificable, al trasvase genial de ese universo en vías de extinción que mezclaba de forma natural historias de aparecidos y de ánimas insomnes, de objetos y de animales de locuacidad pasmosa y de algún que otro ser fabuloso con la cotidiana vida de gentes que él mismo conoció o de las que oyó hablar en la botica paterna o en las tabernas que frecuentaba.
Estos predios cuajados de historias que Cunqueiro cultivaría hasta su muerte dieron como cosecha literaria una trilogía de semblanzas galaicas compuesta por Escola de menciñeiros e fábula de varia xente (1960), Xente de aquí e de acolá (1971) y Os outros feirantes (1979), todas ellas escritas en su lengua natal. Para los lectores no familiarizados con la lingua, el libro que nos ocupa, Las historias gallegas, les brinda la oportunidad de respirar este florilegio silvestre de un escritor que se aleja aquí de su obra más intelectual y libresca. Casi todos los retratos nacerían de la reelaboración del propio autor sobre textos extraídos del primero –en su mayor parte– y del último de los títulos de la trilogía citada, con el fin de ofrecer versiones radiofónicas de éstos en el verano de 1981.
Tales relatos germinaron a partir de ese oído atento con el que Cunqueiro supo allegarse hasta el eco lejano de infinidad de voces, las cuales llevaban remontando las cuencas del olvido desde hacía más de 2000 años, trasegando, de generación en generación, sucesos prodigiosos acaecidos a las gentes de su tierra. El autor plasmó a la perfección el matrimonio contraído entre oralidad y escritura, colmándolo de viveza, cotidianeidad y humor, pues mucho de este último destilan las páginas que se reseñan. En esa labor de recuperar, rehacer, reinventar e inventar para devolver las historias al caudal literario de la cultura oral nos topamos con gente alunada y mágica, depositaria ella misma de otras historias. A la manera de los hombres-libro de Fahrenheit 451, que memorizaban obras completas para librarlas de las llamas de un estado grafoclasta, las voces que se entretejen en las 67 semblanzas que ofrece la obra devuelven a la vida hechos prodigiosos protagonizados por hombres, mujeres, almas y animales que habitaron estas tierras, y de los que Álvaro Cunqueiro tuvo noticia (o imaginó tenerla).
A pesar de todo lo dicho arriba y de la felicidad que nos regala el hecho de que lleguen hasta las mesas de novedades una obra como Las historias gallegas, nos entristece constatar que la recuperación de ésta no venga acompañada del mimo y el respeto que su edición merece: las erratas se suceden de manera alarmante página tras página; se echan de menos, ya no un aparato de notas excesivamente enjundioso, pero sí unas pistas por parte del editor que clarifiquen ciertos aspectos ajenos al lector no familiarizado con la cultura ni la lengua gallegas (no todo el mundo sabe que Conxo era el único manicomio de Galicia en tiempos de Cunqueiro ni qué significan algunas palabras que figuran sin traducción). Vaya por delante que las palabras liminares ofrecidas en el magnífico prólogo de Manuel Gregorio González le otorgan al volumen una profundidad y seriedad que no casa con la calidad de la edición. Esperemos que en venideras reediciones se enmienden felizmente estos descuidos.
A la manera de Junio Décimo Bruto, que, candil en mano, cruzó la noche y la niebla de aquella Gallaecia prodigiosa, rescatando con la palabra el nombre de todos sus legionarios medrosos de las aguas del Leteo, así hace Cunqueiro con sus personajes, vivos o muertos, reales o imaginados: los rescata, ya para siempre, de las temibles fauces del olvido.

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