ILYA U. TOPPER | Lo confieso: No he leído este libro. Es la primera vez que escribo una reseña sobre un libro que no he leído. No porque no haya querido, ni porque no lo haya intentado. De hecho, lo tengo abierto en la mesa en este momento. Si no lo he leído es porque no es posible leerlo. O solo es posible en la misma manera en la que es posible contemplar el Aleph que el cuñado de Borges tenía en su sótano.
Aleph no solo es la primera letra del alfabeto hebreo: también lo es del árabe. Numerosos poemas en El Libro (esta es solo la segunda parte de una obra magna publicada en tres tomos) se llaman Alif, los siguientes B, T, Xim, Dal etcétera, como es natural: a veces recorriendo el alifato entero, a veces quedándose en alguna parte. Porque el Aleph abarca todo el espacio, todos los momentos, el ayer, el lugar, el ahora –es el subtítulo del poemario– pero no es posible ver, leer ni escribir todos a la vez. Adonis lo ha intentado.
He visto – ojeando el Aleph o contemplando El Libro– la fortaleza de Alepo amurallada, a Alejandro Bicorne, el hombre de Macedonia, a Aristóteles pensativo, he visto el odre de vino por el que se vendieron las llaves de Meca, he visto tumultos en Basora y el fluir del Éufrates entre cañaverales, la sangre bizantina goteando de espadas árabes, la sangre árabe goteando del hierro bizantino, he visto cabezas cortadas por no sé qué emir, alfaquíes devotos y herejes indomables, esclavas y bandoleros, flechas, enaguas de arrayán y alcobas, y siempre, siempre Alepo. Y en todas partes he visto a Mutanabbi –el que dijo que le conocían el caballo y la noche y el desierto, la espada, la lanza, la pluma y el pergamino–, el poeta, el autor. He visto un siglo de historia árabe transcurrir en lo que se tarda dejando caer las hojas entre índice y pulgar.
Adonis atribuye, en juego de retruécanos, grandes partes del Libro a Mutanabbi (915-965), el poeta tenido por el mayor de la lengua árabe, pero sin por ello recuperar el clásico verso de métrica afinada, la balanza de palabras en la que antaño los poetas medían su talento cual onza de oro. Aquí, el verso es libre, blanco, fluye o más bien se precipita cual cascada en breves saltos. Y a veces se vuelve prosa cual un tramo de Tigris quieto. No hay normas, todo es susceptible de resquebrajarse en un nuevo espejo. Como en los trozos numerados por el alifato, donde encontramos breves versos contemplativos de un poeta de la corte –Mutanabbi– completados con una marginalia aparentemente sin relación que resalta la censura, opresión, sangre reinante en esa misma corte. Todo ello rematado por lo que el traductor, Federico Arbós, llama la coda: tres o cuatro versos que van por libre y a veces adquieren calidad casi de haiku. No sería raro pensar que son lo mejor del poemario. Aunque también en el resto se hallan a veces, de repente, perlas o aforismos: “Las palabras en la ciudad Ja van en fila india, cual camellas flacas que cargasen a lomos fardos llamados pensamientos”.
Pero Adonis no busca la belleza poética, o no solo: busca meter al lector en un laberinto. No se sabe ya si la historia abasí le ha servido de pretexto para edificar versos e imágenes o si los versos son un pretexto para crear historias en la Historia. Así, a muchas marginalias les añade notas a pie de página que explican circunstancias, biografías, el final en un cadalso, obras escritas, frases legadas a la posteridad. Sin que sepamos si se trata del resultado de una minuciosa investigación histórica o si también estos datos forman parte de la ficción reflejada en el Aleph.
Probablemente lo sepa Federico Arbós. El traductor –también autor del imprescindible prólogo– ha tenido la generosidad de añadir 40 páginas de notas al final. Cuarenta páginas, que se dice pronto. Una pequeña (¿pequeña?) enciclopedia de la época abasí y aledaños que se puede leer con el placer que experimentaría un náufrago si a su islote con la palmera las olas le arrojasen un ejemplar solo medio mojado de la Espasa Calpe, tomo A. Esto es: paladeando cada palabra.
Yo pondría a Federico Arbós como coautor del libro. Al menos le otorgaría la mitad exacta de los motivos que le pueden inducir a usted, lector, a comprarse este digamos poemario. Porque Adonis lo va a meter en un laberinto sin remisión, pero Federico Arbós hará de Ariadna y le dará el ovillo para volver a salir de él. No sé si indemne. Ya le digo que no he leído el libro. Pero siendo de Adonis, no estaría yo seguro de que por ahí dentro no ande hasta el Minotauro.
El Libro (II) (Oriente y Mediterráneo, 2018) | Adonis | Traducción del árabe: Federico Arbós | 696 páginas | 34 €
Jajajaja, buenísimo, don Ilya.