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Alguien valiente tenía que denunciar esto: no, Moby Dick no era un libro juvenil

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El mar azota las rocas y las montañas con estruendos sordos y chasquidos crepitantes. El viento dispersa las nubes, pero el sol sigue invisible. El horizonte está saturado y la luz parece llegar desde el mar, de un color verde grisáceo, que golpea incesante la orilla. De pronto temo que el agua pueda alcanzarme. Me invade el miedo irracional de que intente hacerlo. A pesar de reírme de esta idea tan ridícula, me subo a una colina más alta. Incluso las gaviotas se han posado en tierra para esconderse.

 

CAROLINA EXTREMERA | Un amigo me dijo una vez que cuando terminó de leerse Moby Dick se quedó muy decepcionado, porque nadie le entregaba al final un título que le capacitase para ser capitán de barco. Ni siquiera un simple reconocimiento de patrón de yate. Eso sin contar con las páginas y páginas dedicadas a la fisonomía de las ballenas, a los métodos para cazarlas y la cantidad inconmensurable de citas literarias que pueblan la novela. Si ustedes son de mi generación, o de una anterior, recordarán que se hablaba de Moby Dick como de un libro de aventuras y lo publicaban editoriales en las que también encontrábamos obras de Julio Verne o Salgari. Esto es, se suponía que nosotros, con diez o doce años, podíamos leerlo. Y no. No podíamos. Qué íbamos a poder. Muchos de nosotros todavía no nos hemos decidido a ponernos en serio con él todavía, así que encarar El libro del mar, cuyo argumento parte también de la idea de cazar un enorme animal marino, nos puede traer reminiscencias de ese otro intento y condicionarnos de antemano en su contra.

Es más, de alguna forma se puede empatizar con el capitán Ahab porque se trataba de un hombre del siglo XIX que intentaba cazar una ballena en una época donde esta práctica era normal y, no solo eso, sino que de las ballenas se aprovechaba absolutamente todo, desde la carne al aceite de su cuerpo. Sin embargo, cuesta más trabajo comprender inicialmente a Morten A. Strøksnes, que en pleno siglo XXI se lanza con un amigo a la caza de un tiburón boreal, un animal que puede alcanzar los cuatrocientos años de edad y cuya carne es tóxica y no puede comerse. ¿Qué puede empujar a alguien a desear acabar con una vida tan longeva por puro deporte?

Sin embargo, todo esto es bastante irrelevante porque el Libro del mar es exactamente eso, un libro sobre el océano. La persecución del tiburón, descubrimos enseguida, queda como una mera excusa para poder hablar de todas las facetas posibles del mar, desde su composición hasta su simbolismo en la literatura, desde curiosidades sobre calamares hasta la enfermedad que les producía el aislamiento a los fareros en Noruega – porque el mar lo engloba todo aquí, también las fábricas de conservas de pescado, las familias de pescadores, los faros y las islas – pasando también por las infinitas esperas que en realidad conlleva la persecución de una bestia a la que no puedes ver.

A veces en tono poético, otras filosófico y otras divulgativo, asistimos a sus reflexiones sobre la naturaleza y la vida y a numerosas cuestiones científicas sobre tiburones, medusas y ballenas. Llega a ocuparse incluso del cálculo de la edad del planeta Tierra a través de la historia y el papel de las constelaciones en la navegación. Se trata de un libro muy completo que, al abordar una temática tan amplia, no da lugar al hastío y llega un momento en el que los instantes de acción o amistad masculina no parecen tan imprescindibles. Tampoco resulta importante, al final, comprender o no cuál es la pulsión que arrastra a los protagonistas a perseguir al tiburón boreal. Lo que acaba importando es disfrutar de las descripciones del paisaje noruego, del brillo del agua, de los fiordos, de la navegación en una barca neumática a través de las estaciones, de la espera, de la reflexión acerca de lo que el mar suscita en el ser humano.

Es extraño, pero mientras lo leía, me sentí a salvo, en un lugar de evasión y paz que no me proporcionan las novelas, que he acabado analizando como elemento perturbador que muestra o critica la sociedad que tenemos. En definitiva, con El libro del mar, he utilizado la realidad para evadirme de la ficción.

            El mar, profundo, negro y salado, se abalanza sobre nosotros, frío e indiferente, sin un ápice de empatía. Ni siquiera interesado, sino ensimismado. Esto es lo que hace el océano todos los días. A nosotros no nos necesita para nada, no le importan nuestras esperanzas o miedos. Y menos aún nuestras descripciones. El peso oscuro del mar pertenece a una fuerza superior.

El libro del Mar (Salamandra, 2018)Morten Strøksnes | 320 páginas | 20€ | Traducción de Kirsti Baggethun Kristensen

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