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Alguna vez bailé toda la noche

MANUEL MACHUCA| Dice Antoine de Saint- Exupéry en El principito que lo esencial es invisible a los ojos, en referencia al verdadero valor de las cosas. Sin embargo, lo que me pregunto tras haber leído la nueva novela de la escritora francesa Delphine de Vigan es si son los ojos los que determinan nuestra capacidad de mirar. Si estos no constituyen más que el órgano externo, a veces prescindible, como lo puede demostrar la sensibilidad de muchas personas invidentes, una pieza de nuestro cuerpo subjetiva y engañosa para quienes creemos que gozamos de una vista, que no mirada, razonablemente buena.

Dice también el profesor de la Universidad de Sevilla Carlos Escaño que la mirada y lo visual son constituyentes y constructores de realidad cultural. Este profesor, en un artículo que firma en 2019 en la revista Educación Artística: revista de investigación (EARI), y que lleva por título “La mirada como acto político. El cine y otros audiovisuales como herramientas educativas de (re)construcción del mundo”, cita en su preámbulo a George Orwell en su libro 1984, en un pasaje en el que se afirma que la realidad no es externa, sino que existe en la mente humana y no en ningún otro sitio.

Sirva este extenso preámbulo en el que, sin duda contagiado por el origen del autor de mi reseña precedente en Estado Crítico, me he ido un poco por los cerros de Úbeda, para destacar el tema central de la novela que nos ocupa por inusual en una época como la actual, en la que el agradecimiento es olvidadizo y la mirada a la realidad, unas veces miope y otras más parecida a la de la madrastra de Blancanieves ante su espejito mágico, aunque el nuestro sea poco mágico y nada sincero.

Las gratitudes es una novela que trata precisamente de eso, del reconocimiento que le debemos a nuestros mayores, que nos regalaron un mundo sin duda mejorable, pero que es el único existente y en el que vivimos. Que sus cuidados hicieron posible nuestra vida y que, cuando llega el momento, nos corresponde a nosotros cuidarlos y acompañarlos en su proceso de despedida. Me resulta inevitable recordar al leer el libro la forma de actuar con nuestros mayores en tiempos de pandemia, la auténtica escabechina que han permitido que se produzca en las residencias de mayores de cierta región que, si no media la memoria, puede volver a reelegir a personajes auténticamente ingratos con los mayores y con los más vulnerables, y demostraría que es la sociedad y no las personas la que está enferma.

Michka, Marie y Jerôme encarnan el triángulo de personajes que protagonizan la novela: Michka, una anciana internada en una residencia geriátrica; Marie, la hija de la vecina de Michka, a quien la anciana cuidó de pequeña siempre que su madre se ausentaba; y Jerôme, el logopeda de la residencia, quien trata de detener el progresivo deterioro de una mujer judía como Michka, a la que en su niñez, durante la Segunda Guerra Mundial, una familia salvó de ser deportada a campos nazis de exterminio como lo fueron sus padres.

Escrita en primera persona, alternando capítulos en los que hablan las voces de la antigua vecina y el logopeda, Las gratitudes es una novela que constituye un homenaje y una mirada de reconocimiento a quienes fueron importantes en nuestras vidas, a todos los que les debemos gran parte de lo que hoy somos, o al menos de lo que hemos podido llegar a ser. Si Michka personifica la deuda a las generaciones que nos precedieron, Marie representa el agradecimiento personal y Jerôme simboliza el colectivo, el social, encarnado en una profesión con la misión de cuidar a los demás:

Cuando los veo por primera vez, siempre busco la misma imagen: la imagen de antes. Tras sus miradas borrosas, sus gestos inseguros, sus cuerpos encorvados o doblados por la mitad, busco al muchacho o la muchacha que fueron como quien pretende descubrir el esbozo original de un dibujo repasado torpemente con rotulador. Los observo y digo: ella también, él también amó, gritó, gozó, nadó, corrió hasta perder el aliento, subió las escaleras de cuatro en cuatro, bailó toda la noche.

Qué acierto el de que el personaje de Jerôme sea un logopeda, una profesión poco habitual en los textos de ficción para dibujar a alguien que cuida, y así evitar otros oficios más manidos en la literatura.

Soy logopeda. Trabajo con las palabras y con el silencio. Con lo que no se dice. Trabajo con la vergüenza, con los secretos, con los remordimientos. Trabajo con la ausencia, con los recuerdos que ya no están y con los que resurgen tras un nombre, una imagen, un perfume. Con el dolor de ayer y el de hoy. Con las confidencias.

A través de la mirada de Marie y de Jerôme se construye el personaje de Michka, a la que ayudan a buscar a la familia a la que cuidó de ella de niña, cerrándose el triángulo de agradecimiento que traza la escritora nacida en las afueras de París.

Deliciosa novela, necesaria mirada en estos tiempos que corren. Meritorio trabajo de traducción de Pablo Martín Sánchez, por los innumerables juegos de palabras tan difíciles de traducir, labor de la que sale afortunadamente indemne. Solo le pongo un pero a la novela, algo que me parece importante por innecesario y que, de alguna manera, idealiza y deslegitima el mensaje de fondo de la historia. No hacía falta un final así.

Mientras escribo esta reseña, el Ministerio de Sanidad y Consumo de España anuncia que hoy han muerto 590 personas diagnosticadas de COVID-19, superando ya los 75.000 fallecidos oficiales en un año, en su mayoría ancianos como Michka. El mismo día veo en Twitter imágenes de botellonas en medio de calles, plazas y descampados varios de España; extranjeros llegan a nuestro país con total impunidad, a bailar toda la noche sus danzas macabras en Madrid, la capital europea de la muerte, cuyos habitantes tendrán la oportunidad de reelegir para su gobierno a quienes permiten esto y han dejado morir y hacinarse en morgues improvisadas a los y las Michkas de esta piel de toro que tanta sangre continúa derramando. Miro por la ventana y observo bares llenos. Y risas, muchas risas. Las risas de los ingratos, de los cuidadores de sus propios ombligos, de los que se creen supervivientes y no cooperadores necesarios de la tragedia. Mientras esto sucede, me pregunto si una novela así no les parecerá a estos pollos una auténtica chorrada.

Publicada previamente en la página web de Tres pies al gato.

Las gratitudes (Anagrama, 2021) | Delphine de Vigan | Traducción de Pablo Martín Sánchez| 176 páginas| 18,90 €

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