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Allegro ma non troppo

RAFAEL CASTAÑO | En un vídeo de Youtube subido por la cuenta AVROTROS klassiek una amable usuaria aclara en su comentario en cuántas partes se divide lo que el buen oyente escucha, esto es, la Rapsodia sobre un tema de Paganini en La menor, op.43, compuesta por Sergéi Rajmáninov e interpretada por la pianista ucraniana Anna Fedorova junto a la Philharmonie Südwestfalen. Si no fuera por esa lista de partes o variaciones (porque eso es esta composición: una variación), quien esto escribe, que es un lego, disfrutaría de la música, pero no encontraría en ella más que un fresco de trazos armónicos pero indiferenciados. Saber qué es la variación, y saber en cuántas partes se distribuye, consigue que mi atención, tan diluida en un mar sin norte, se mantenga.

La música clásica o el jazz, en su mayoría, son fáciles de entender. Y esta inteligibilidad se debe, en gran medida, a su dependencia de formas preestablecidas que los compositores aprenden, dominan y, por fortuna, superan.

Pedro González Mira, crítico musical con pasado científico, es por su pasado como profesor un convencido de la importancia de la divulgación, algo que aplica en el último libro de su trilogía sobre la historia de la música: Historia de la gran música para piano … y otros instrumentos de teclado. Y aquí insiste una y otra vez en que la historia de la música clásica bebe de la oposición y simbiosis entre forma y expresión, entre tradición y creatividad, entre los sonidos disponibles y los imaginados.

Este es un título que no engaña, pero sobre el que hay que advertir al lector (ya lo hace en cierta medida su autor al inicio): aquí se va a hablar de música clásica, de «[l]as que para mí son las más grandes músicas para teclado», y sólo hasta la primera mitad del siglo XX. Se menciona de pasada a Duke Ellington y Oscar Peterson, y esto es muestra de uno de los grandes desequilibrios del libro: a partir del siglo XX hay un cierre en falso en el que Boulez, Szymanowsky, Panufnik o Berio (cuya obra se extiende en algunos casos a buena parte de la segunda mitad de siglo), aparecen con una brevedad que contrasta con la profusión previa.

No es algo de lo que no se nos advierta, y entendemos que Bach o Chopin, dos autores centrales en el repertorio de instrumentos de tecla, protagonicen los dos capítulos más extensos, pero nos sorprende que, si sus páginas se extienden, aunque sea superficialmente, a los años 50 y 60, no encontremos a Ahmad Jamal o Thelonious Monk, y si se nos permite extender algo más el periodo, a Herbie Hancock o Keith Jarrett (gran admirador de Bach, por cierto), grandes nombres del jazz que son, por ello, grandes nombres de la música del siglo XX. No es algo que debamos realmente reprochar a González Mira, que habla de lo que domina: es envidiable la amplitud y profundidad de sus conocimientos sobre música clásica.

También estas falsas expectativas que el título despierta encuentran su explicación en la edición. Ya en Eso no estaba en mi libro de Historia de la Música, el primer libro de la trilogía (el segundo es Eso no estaba en mi libro de Historia de la Ópera), se nos contaba en la misma portada una sucesión de anécdotas sobre famosos compositores, dándonos a entender que en eso consistía: una selección de aspectos tangenciales no tratados en los canónicos tratados sobre música (de nuevo clásica, aunque el título no lo diga). Nada que ver con eso, porque es un muy didáctico repaso no sólo a la historia de sus géneros y obras, sino también al ovillo de oficios y ambiciones que orbitan en torno a él: cantantes, compositores, productores, dueños de salas, críticos, discográficas. Tan sólo un par de curiosidades asperjadas por el camino.

No entendemos que Almuzara prometa lo que el libro no ofrece, porque muchos lectores se quedaron sin aprender de su autor, a quien imagino como un excelente profesor, por pensar que no era lo que buscaban. Aquel no era un libro de anécdotas, sino una fantástica introducción a la música clásica. Y si este error quedó corregido en el que ahora nos ocupa, este presenta otro tal vez más grave: un absoluto descuido del texto. He encontrado decenas de erratas (86: las he contado), con algunos ejemplos palmarios: Mendelssohn aparece en la página 178 como «Mendelsshon», «Mendessohn» y «Mendelssoh».

Dejando a un lado la labor de la editorial, el libro vuelve a ofrecer el tono apasionado de su autor, que en este caso, pese a centrarse en la obra para órgano, clave o piano, aprovecha para contarnos también las vidas de sus compositores predilectos, entre los que identifica a tres revolucionarios: Monteverdi, Beethoven y Debussy. El recorrido es muy entretenido, aunque a veces nos sobran ciertos detalles biográficos y compositivos dentro de un libro que no pretende ser (ni pedimos que lo sea) un compendio exhaustivo de la materia y que, creemos, no es el lugar más apropiado para hacerlo (para ello estaba el primer volumen de la trilogía). Encontramos también saturadas écfrasis, como en su repaso a los preludios de Chopin o Debussy o a los movimientos de la suite Iberia, de Albéniz, en cierto modo agotadoras. Son momentos en los que González Mira se topa con el límite insoslayable de todo libro sobre música: el encuentro entre dos lenguajes que, pese a los intentos históricos de aunarlos (la ópera, el lied, el poema sinfónico), son mutuamente intraducibles.

Dice González Mira que «Wagner no tenía una orquesta en casa; solo un piano». Entendemos por ello que su autor cierre con este instrumento su trilogía sobre música clásica, y celebramos que, pese a ciertos defectos de la edición, el lector curioso pueda disfrutar de títulos tan amenos y didácticos como estos.

Texto publicado previamente en la revista Mercurio

Historia de la gran música para piano…y otros instrumentos de teclado (Berenice, 202 ) | Pedro González Mira | 384 páginas | 21.95 euros

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