0

Aloha from Hawaii

thompson-lonoFRAN G. MATUTE | Ya lo avisa la contraportada: estamos en 1980 y Hunter S. Thompson (en adelante, HST) recibe un encargo de una desconocida revista llamada Running para cubrir, gastos pagados, la maratón de Honolulú. HST llama a su amigo el dibujante Ralph Steadman para que lo acompañe. Al llegar a Hawái las cosas se desmadran y la competición deportiva quedará relegada a un segundo plano. La extrañeza del lugar se apoderará de HST que, a su regreso, escribirá un libro sobre sus “psicóticas” experiencias en la isla. ¿El título? La maldición de Lono (1983). Ahora es fácil: sustituyan 1980 por 1971, la revista Running por Sports Illustrated, la maratón de Honolulú por la carrera de motocross Mint 400 de Las Vegas, y a Ralph Steadman por Óscar Zeta Acosta. ¿Qué les queda? Pues eso: un remedo hawaiano de Miedo y asco en las Vegas (1971), solo que con menos drogas. Quiero decir, con menos todo.

Tras el suicidio de HST en 2005 han visto la luz en España no pocas referencias (unas póstumas, otras no) sobre el padre del “periodismo gonzo”. Desde aquella recopilación de entrevistas que sacó Gallo Nero bajo el título de El último dinosaurio hasta la que a mi juicio es la verdadera gran obra de HST, sus cartas de aprendizaje y madurez, que Anagrama publicó como El escritor gonzo. No obstante, el rescate de La maldición de Lono viene en el fondo a cubrir un vacío, pues este era uno de los pocos textos clásicos del de Kentucky que aún quedaban por traducir. Por el camino de la traducción, eso sí, se han quedado los primorosos dibujos que hizo Steadman para su primera edición (bueno, para no ser injustos, habría que reconocer que igual ocurre con nuestras ediciones de Miedo y asco en Las Vegas), que no sé por qué se echan aquí muchísimo de menos. Aunque quizás haya que reconocer que lo que más se echa de menos en La maldición de Lono sea la chispa del viejo Hunter.

No puede ser que un periodista tan ácido, al presenciar una maratón, se pregunte las siguientes naderías: «¿Por qué corren esos mierdosos? ¿Por qué se castigan de un modo tan brutal, si no hay premio alguno? ¿Qué instinto enfermizo empuja a ocho mil personas supuestamente inteligentes a levantarse a las cuatro de la madrugada y recorrer cuarenta y dos kilómetros rompepelotas por las calles de Waikiki, dando tumbos a toda pastilla, en una carrera donde menos de una docena tiene alguna remota posibilidad de ganar?» Que no se me malinterprete: yo también querría conocer las respuestas a esas preguntas. Pero no creo que haga falta enviar a HST para hacer unas reflexiones tan obvias, que cualquier periodista con dos dedos de frente se haría. Está claro, a HST ya no se le quiere como periodista. Se espera de él que la monte, que se drogue y emborrache, que destroce el hotel y de paso la cuenta de gastos, y todo para que vuelva contando cualquier cosa menos lo que se le ha mandado hacer. Están contratando a la caricatura de HST.

De hecho, da un poco de pena verlo intentando convertir su patética odisea hawaiana en una narración frenética. Nada de lo que le ocurre en Hawái parece tener mucha enjundia: HST se quedará atrapado en la isla durante varias semanas por culpa de una tormenta, se emborrachará y se drogará (¡sorpresa!) con el capitán de un barco (un personaje sin vida) y pescará un pez espada. ¡Genial, eh? Por el camino, HST tratará de hacernos creer que los isleños lo han tomado por una reencarnación del dios Lono, emulando así al capitán Cook. Thompson trata de dar empaque a su texto intercalando sus vivencias con apuntes sobre la historia de Hawái, pero esta vez no cuela. Algo falla o, mejor dicho, todo falla. Básicamente porque HST parece estar ya mayor en 1980.

Con todo, HST es HST: “Pero bueno, al fin y al cabo estamos en los ochenta, y ha llegado la hora de ver quién tiene dientes y quién no. (…) El periodismo es un billete para una atracción, para sumergirse en persona en las mismas noticias que otros ven por la tele… y está bien, pero no paga el alquiler, y los que no puedan pagar el alquiler en los ochenta lo van a pasar mal. Ésta es una década muy jodida, un brutal trituramiento darwiniano, y no será una época agradable para los autónomos. No, no lo será. Ha llegado el momento de escribir libros, o incluso películas, para los que sean capaces de poner cara de póquer. Porque hay dinero en esas cosas, y no hay dinero en el periodismo.

Se ve que su compañero Tom Wolfe tomó buena nota de esta afirmación, triunfando a lo grande en los ochenta con La hoguera de las vanidades. El viejo Hunter siempre llevó a cuestas su incapacidad para facturar una buena novela, y sus previos intentos por convertirse en un personaje de cine no fueron muy fructíferos que se diga (ahí está la cinta Where the buffalo roam para atestiguarlo). Los ochenta se le atragantaron a HST, más que consciente de que para entonces su periodismo gonzo ya no funcionaba. Y este libro es la prueba.

La maldición de Lono (Sexto Piso, 2016) de Hunter S. Thompson | 208 páginas | 20 € | Traducción de Jesús Gómez Gutiérrez

admin

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *