Librerías
Jorge Carrión
Anagrama, 2013. Colección «Argumentos»
ISBN: 978-84-339-6355-0
344 páginas
19,90 €
Finalista Premio Anagrama de Ensayo 2013
Antonio Rivero Taravillo
Un niño, hijo de un vendedor de Círculo de Lectores, acompaña a su padre en las visitas a los clientes abonados, llevándoles los paquetes de libros y cobrando –no siempre a la primera– los encargos. Años después, dejando la venta nómada y convertido en nómada comprador él mismo, ese chico desarrollará el síndrome de amante de las librerías, esos establecimientos sedentarios donde hay muchos más ejemplares y títulos que en los paquetes que su madre ayudaba a clasificar para su reparto. En la redacción del libro resultante confluyen muchos viajes por ciudades de todo el mundo en las que, a veces durante estancias prolongadas, Jorge Carrión ha cultivado esa pasión.
Muchos lectores cotejarán las librerías que aparecen en esta obra con las preferidas suyas, algunas de las cuales, inevitablemente, no figurarán en el repaso de Carrión. Aunque hay muchas de las que él nombra que no he visitado (no me perdono haberme alojado en el bonaerense barrio de Palermo y no haberme acercado a Eterna Cadencia o a Clásica y Moderna), hay algunas que añadiría a la nómina: la Akateeminen Kirjakauppa de Helsinki, diseñada por Alvar Aalto, o la muy elegante Galignani de París, o la recoleta de antiguo Cathach Books de Dublín con sus primera ediciones de Joyce o Yeats, o la imponente recién llegada a Coyoacán del centro Cultural Elena Garro, o Blackwell’s de Oxford, o Renacimiento en Sevilla (la ausencia de Abelardo Linares en el índice onomástico es sonada). Pero estas son algunas que yo echo de menos (otros señalarán diferentes, según gustos o experiencias). Coincido con Carrión, sin embargo, en la apreciación de muchos de los establecimientos de los que se ocupa: sin duda, McNally Jackson es un ‘must’ en Nueva York y, si hubiera que escoger, mucho mejor dejarse caer por allí que por St Mark’s, que quizá la única ventaja que tenga es, a dos calles, su cercanía al McSorley’s Ale House, que tampoco es hoy lo que era porque, si bien se mantiene igual que hace ciento cincuenta años, el público ruidoso, estudiantil y turístico es refractario a ese asunto solitario de beber seriamente, una tarea solitaria y seria como la de la lectura.
Carrión escribe con elegante amenidad, sin preciosismos (hay más intención de reivindicación lectora o viajera que autorial o estilística), pero aun así destaca por su brillantez el largo párrafo, polisíndeton sin resuello que pasa de la pág. 108 a la 109, en que se narra la secuencia de imprevistos acontecimientos que desató la publicación de The Satanic Verses de Salman Rushdie (Carrión lo cita por su traducción española, Los versos satánicos, que mejor hubiera sido verter en su día como Los versículos satánicos, pero esto es otra historia). En punto a la relación entre libertad y libros, Carrión tiene momentos sobre los que meditar; por ejemplo, sobre la amenaza cada vez más creciente del mahometanismo radical, ese que persiguió a Rushdie. La situación es ahora peor que hace veinte años, pues como señala el autor de Librerías, “en un buen número de países islámicos justamente se está trabajando en un endurecimiento de los sistemas de represión de la lectura que aseguren un futuro sin pluralidad, sin discrepancia, sin ironía.” Y, con todo, cuenta que no siempre el libro es garantía de espíritu crítico, sinónimo de cultura. Así, recuerda que Adolf Hitler fue el autor de ese gran éxito de ventas, Mein Kampf, cuyas regalías lo hicieron millonario y le dieron la pátina (en realidad solo ante él y sus acérrimos) de escritor (Carrión recuerda que “ésa es la profesión con que rellena la casilla correspondiente de sus declaraciones de la renta desde 1925”). Mao Zedong, como Hitler genocida e incinerador de volúmenes impresos, se hizo librero y editor, y ejerció además de bibliotecario. Sin llegar a esos extremos, los dirigentes de la República Bolivariana de Venezuela con Chávez a la cabeza han puesto todas las trabas posibles a la importación de textos, como amargamente se me quejaba, haciéndosele la boca agua ante el género expuesto que lo rodeaba, Eugenio Montejo en la Casa del Libro de Sevilla poco antes de su muerte.
Hoy allí el espacio de librería ha menguado, como el fondo que expone esta y el resto de sucursales de la cadena (cualquier cadena), pero es un local que, excepción que confirma la regla, presenta el camino inverso de lo sucedido con la barcelonesa Catalònia, pues de hamburguesería (se llamaba Dulio) el local pasó a ser la librería más importante de la ciudad. Escribe Carrión en la página 282 de su ensayo sobre lo sucedido poco antes de que este libro entrara en imprenta: “Muy probablemente, la Catalònia, que abrió sus puertas en las inmediaciones de la plaza de Cataluña en 1924, no haya sido la primera librería que se convierte en un local de comida rápida; pero sí es la única de esas metamorfosis que he presenciado.” Por cierto, que el mobiliario de la Casa del Libro fue fabricado e instalado por la gente de Robafaves, la gran librería de Mataró que –’o tempora, o mores!’– también ha cerrado sus puertas recientemente.
He hablado de tiranos y déspotas. Y a continuación, de la tiranía del mercado. Carrión reflexiona sobre lo azaroso de la cotización de los títulos en la bolsa literaria: “Al publicarse, la gran mayoría de los libros son de acceso democrático: su precio se calcula según factores de presente. Con el paso de los años, según la fortuna de la obra y del autor, según su rareza o su aura, según su vigencia como clásico y su poder de mito, el precio se dispara y entra en una dimensión aristocrática, o se rebaja hasta valer lo mismo que el despojo o la basura.”
Si hubiera que ponerle un pero al contenido del libro, este sería el de no profundizar en la parte no visible del negocio, en el funcionamiento interno de las librerías, muchos aspectos que se le escapan al lego. Un punto fuerte del continente, por el contrario, es el de su maqueta: una caja generosa con márgenes amplios y esa propina que agradece el lector de que en las páginas se omita una última línea que cabría pero de la que graciosamente se le dispensa. Además, el tamaño de la letra es más que legible, y el volumen está cosido. Por si fuera poco, un buen número de fotografías se intercalan en el texto, procedimiento que recuerda a un autor muy querido de Carrión: W. G. Sebald, cuya forma de avanzar en la escritura, la divagación, también está presente, y es uno de sus encantos, en Librerías. Otra característica de la obra es que su autor no camina solo. Aparte de las citas iniciales que van de Montaigne a Diderot pasando por Paz, cada uno de los capítulos se abre con una, cosa nada infrecuente; lo que ya no es tan habitual es que también una cita sirva de colofón a los mismos. Por lo atinado de ella, destaca esta de frase de Claude Roy en una cita más larga: “Los libros son personas, o no son nada”. Este con el que quedó finalista del Premio Anagrama de Ensayo, es una persona muy simpática, y será popular entre sus congéneres de carne y hueso que disfrutan con la compañía de muchos más como él en esas tiendas que son mucho más que tiendas y que llamamos, qué hermoso nombre de pila, Librerías.