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Amigo Sancho Gibson

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ICI REPOSE

ANTONIO MACHADO

MORT EN EXIL

LE 22 FÉVRIER 1939

 

JABO H. PIZARROSO | Se acaba de inaugurar una exposición en Sevilla sobre Antonio Machado y Manuel Machado, de la que hace unas semanas alguna revista cultural sabatina perteneciente a Liberty Acquisition Holding se hizo eco, no como se hubiera hecho eco de la misma un reportaje de Hora de España o El Mono Azul en 1938. En este caso, con un rigor prístino e históricamente ramplonero de encuentro entre las dos Españas y con esa cejijuntez perdonavidas que viene a igualar a los que la destrozaron con los que quisieron construirla desde aquella nueva juventud republicana a la que siempre fue leal su gran capitán Antonio Machado.

Como si pudiera devolver a su Sevilla natal del huerto claro donde madura el limonero, el espíritu del genial poeta que hoy veneran algunos con banderas que provocaron su muerte, Ian Gibson invierte la ruta del exilio de Machado ya desde el título y nos acerca de una manera jugosa y gozosa la vida y los versos de este apacible hombre bueno entre sus tránsitos, sus galerías, su nula deuda, debéisme cuánto escribo, con un rigor que superando el del fino filólogo y el del detallista historiador, se acerca mucho al de un amigo que conversa con los lectores acerca de un poeta que ama demasiado para no escribir sobre él libros como este.  Memoria obliga.

Se cumplen ochenta años de aquellas tres horas y veintinueve minutos de la tarde de un 22 de Febrero de 1939, en el que abatido, cansado, agotada y vencida que no ganada su república,  y esparcida en carromatos, jergones, sartenes morenas y redondas: cuatrocientas mil personas atravesando la frontera, falleció a los sesenta y tres el poeta que ya había dejado premonición alucinante de su muerte en aquellos versos que advertían: me encontraréis a bordo ligero de equipaje, / casi desnudo, como los hijos de la mar. No sé si jueves o miércoles de aguacero, no en París, como Vallejo, pero sí en Colliure. Advertencias asonantes en rima pobre de su triste final, con esa sincera expresión de todos sus presentes poéticos que nunca serán idos, de todos sus ayeres de palabra en el tiempo que serán hoyes todavía, y de todos sus ahoras devocionarios que serán eternos machados en la verdinosa piedra.

El libro recoge la biografía del poeta desde los inicios, desde los maestros Giner de los Ríos, la Institución Libre de Enseñanza y el fantástico Demófilo, padre ausente y siempre presente. Arranca desde esa Sevilla que será una línea caligrafiada en un trozo de papel último en su chaqueta, encontrada a la muerte. Navega desde estos días azules y este sol de la infancia, salpimentada la historia por el recorrido de los libros y versos de Machado, las obras de teatro escritas al alimón con su hermano Manuel. Circulan los capítulos desde los lugares donde dejaba Antonio sus huellas, a la busca siempre de una plaza de profesor de Instituto en Madrid, conseguida casi al final de sus días, Calderón de la Barca, a la espera eterna de hablar a dios un día, embebido en sus rincones, triste en su melancolía de amores muertos, el de Leonor, y de ese amor platónico, escaso de carnalidad y apócrifo último, el de Guiomar, a la que tanto los estudiosos de la obra de Machado como Ian Gibson le han puesto nombre hace tiempo: Pilar de Valderrama.

Soria. Soledades. Segovia. Campos de Castilla. Baeza, Madrid, ¡qué bien tu nombre suena! El libro de Gibson se lee como se acaricia con los ojos el transcurrir de una tarde callada y no fallida, frente a los cristales a través de los que no solamente vemos el recorrido de la luz desde las tonalidades azuladas hasta los cárdenos finales del ocaso, sino desde donde también vemos a esa España de Don Guido, ese país que soñó con la democracia como debe ser: republicana. Ese hombre triste que amó los campos y reveló las verdades del alma, el poeta que destazó con la calma de su palabra los recovecos y las galerías de su corazón, y contó la España de entonces de manera tan demoledora que aún hoy  su verso brotado de manantial sereno revela con tanta claridad los tuétanos de este país, que asusta, ¡sí!, que sigue asustando.

Castilla miserable, ayer dominadora,

envuelta en sus andrajos desprecia cuanto ignora.

¿Espera, duerme o sueña? ¿La sangre derramada

recuerda, cuando tuvo la fiebre de la espada?

Para muestra un botón. En este caso la descripción de esa España memorial, la indivisible y la indisoluble del artículo 2 escrito con asesoría militar, la única, la de la cruz y la de la espada, la que en andrajos lleva a sus muertos enjaezados en las jarcias de sus coloniales pintas, niñas, güidos y santa marías, la españa de los muros de la tierra, si un tiempo fuertes, ya desmoronados. Es esa españa minusculona, que ignora cuanto desprecia: paleta, faltona, insultona, patriotera, bramadora, soberbia, nacional como pocas, nacionalona, hombruna y yerta, una españa fascinada con su vileza y borracha de testicularidad, aupada al ¡a por ellos! francristón, como alzada a un jumento maltratado a palos, la españa de los ciento cincuenta y cincos y de los ciento treinta y cincos, la patria hombruna y yerta, con su espartana castellanidad hidalga, con sus cartas de limpieza de sangre y sus pulsos de reconquista y sus sempiternas galeras siempre abiertas, ¡qué poca vergüenza! en las que está dispuesta a meter a su antiespaña cuando esta osa mirarla de frente aunque solo sea para dialogar.

Me alegro de este arrebato final, planfetario y sentido, provocado por la lectura de este libro. Espero y deseo que cualquiera que le hinque los ojos a estas páginas y vuelva a escuchar la voz de Juan de Mairena de los labios de nuestro poeta Machado relatado todo por el amigo Sancho Gibson, encuentre razones suficientes para seguir escribiendo palabras exactas en el tiempo y para seguir peleando por esa república que nos quitaron a base de asesinatos, terror, y ciento treinta mil desaparecidos en cunetas.

Los últimos caminos de Antonio Machado. De Colliure a Sevilla (Espasa, 2019) | Ian Gibson | 256 páginas | 19,90 €

admin

Un comentario

  1. Muy equivocada, encuentro, esa descripción de España/Castilla hablando de Machado. El verso que el reseñista cita nace del patetismo, más que da la cusación. Machado es uno de los más escritores más perspicaces en eso de desvelar el alma castellana y su paisaje y tal vez, con Azorín, el que lo hace con más amor. Pero se puede sentir amor por Castilla, aunque le parezca imposible a Jabo H. Pizarroso, y ser un alma sensible y una persona ecuánime. El panfleto final de la reseña, del que se siente tan contento, no hace justicia al poeta sevillano (¿consideramos Sevilla como Castilla también o sólo Andalucía? ¿Es España también o sólo un apéndice robado al califato?) por la disparatada mezcla que reúne y por la visión deformada que ofrece desde una posición única. Algo que no tuvo el poeta y profesor Machado cuando presidió en el teatro Juan Bravo de Segovia, la constitución de la Agrupación para la Defensa de la República, con sus compañeros Ortega y Gasset, Machado y Pérez de Ayala, en febrero del 36. Para ellos, República era sinónimo de Democracia, lo que rechazaba por completo la Monarquía alfonsina y sus enjuagues finales tras la Dictadura de Primo. Una república liderada por intelectuales y gente honesta que fue zarandeada a izquierda y derecha, en sus extremos revolucionarios para imponer cada partido su ideario, hasta liquidarla y convertirla en el monstruo enfrentado, a cara de perro, de las elecciones del 36. Para Machado, como para Ortega, aquello ya «no era la República que ellos soñaron y contribuyeron en gran medida a que naciera.

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