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Amoscuchá

EDUARDO CRUZ ACILLONA | Hay que ser mu de Cadi Cadi (N. del T.: muy de Cádiz intramuros) para saber lo que significa la expresión “Amoscuchá”. Igual que hay que tener la misma procedencia o cultura popular para saber lo que es “el Pimpi”. Estado Crítico, que además de una revista cultural es un entregado servicio público, se lo va a explicar.

La figura gaditana de “el Pimpi” se refiere a aquellos lugareños que, tanto en la estación de autobuses y del ferrocarril como en el muelle, esperaban prácticamente a portagayola a los turistas para servirles de guías por la ciudad, contando historias que alternaban el pasado más riguroso con la imaginación más desbordante, todo puesto al servicio de recibir sus generosas monedas. En una reciente entrevista a cuenta de su última novela, Lugar seguro (Premio Seix Barral Biblioteca Breve 2022), nuestro querido Isaac Rosa manifestaba que cuando “el pícaro fracasa lo llamamos buscavidas y cuando triunfa, emprendedor”. El buscavidas y el emprendedor se juntan en “el Pimpi”.

Bien lo sabe David Monthiel, que no sólo luce empadronamiento en Cádiz, sino que, además, lo presume y lo exhibe con orgullo. Cuentista reconocido y novelista de género negro, creador de un personaje que ya lleva a sus espaldas una trilogía, el detective Bachiarelli, atesora en su biobibliografía una imprescindible Historia general del Carnaval de Cádiz (El Paseo Editorial, 2021) Y, seguramente, compendio de todo ello, es esta Historia provincial de la infamia que nos ocupa. Mezclando al cuentista, al investigador y a la guasa carnavalesca gaditana, el pimpi que lleva dentro Monthiel nos ofrece ahora una colección de impostadas y magistrales biografías de presuntos personajes gaditanos que van desde el negro que componía para Manuel de Falla hasta el grupo que mezclaba su experiencia como músicos de una banda de cornetas y tambores de Semana Santa con el Death Metal. Pasando por cupletistas, chirigoteros con ínfulas, jazzeros de las afueras de Nueva Orleans, imitadores de escarabajos (N. del T.: Beatles), cantautores fascistas, punks metidos en manteca, etc…

Ya lo adelanta el propio autor en una especie de prólogo que más parece una declaración de intenciones o, lo que es lo mismo, un “no me digan que no les avisé”:

¿Cómo es la narrativa del embuste? Lo primero es la capacidad y agilidad de leer la realidad y conocer sus tiempos. Lo segundo, la aspiración a la síntesis. Las cotas más altas de este arte se producen en el momento exacto, como si Basho recitara uno de sus haikus adaptados a la situación de la vida inmediata”.

Monthiel escribe a dos manos: la de la Historia y la de la Imaginación. Y, como un experto mago, nos despista la realidad y crea una ilusión que nos atrapa, que nos hace disfrutar tanto que, seguramente, mataríamos a quien nos desvelara el truco. Somos niños frente a una colección de fuegos artificiales que no anuncian la fiesta, sino que son la pura diversión en sí mismos. Erudito y desvergonzado, puro Pimpi, Monthiel da con la clave para ofrecernos una colección de biografías impostadas que, por su poderío, merecerían ser ciertas.

Si quieres que te crean una mentira, no te quedes en lo superficial, da muchos detalles. Esto es algo que se aprende en Primero de Psicología. Y en el primer año en la cárcel. Y Monthiel lo sabe, como todo buen pimpi, aunque no está claro dónde lo ha aprendido, dados sus antecedentes en el manejo de la novela negra. Quizás, sin pretenderlo, lo que está haciendo es el mayor homenaje a su ciudad, a su cultura, a sus maestros y a sus paisanos. Es posible que, como el resto de sus anteriores obras, esté dando pasos de gigante para convertirse por derecho en un vendedor de espejos como antes lo fueron, y de qué manera y con qué categoría, Fernando Quiñones o Carlos Edmundo de Ory, por citar sólo a dos de los más queridos impostores de la ciudad / provincia.

Historia provincial de la infamia ganó el pasado año el Premio Literario Kutxa Ciudad de Irún, lo que viene a refrendar la teoría de que, avalada y financiada por jubilados vascos de alto nivel adquisitivo, valga la redundancia, Euskádiz existe.

En la novela, que puede leerse como una colección de relatos unidos por el hilo rojo de su pertenencia a la bendita tierra a la que tres mil años de luz contemplan, desfilan personajes capaces de crear free jazz colocando “su trompeta en una azotea en días de fuerte viento levante para que sonara”. O fundadores accidentales del rock andaluz, o virginales cantantes que ponen su voz al servicio de las más nobles causas fascistas. Y varios etcéteras… Personajes que, todos juntos, conforman la verdadera (o no) historia de una región habituada a la infamia, al invento al por mayor, al embuste de estraperlo y al chascarillo minorista. Con dos hilos conductores: la música y Cádiz, valga de nuevo la redundancia.

Y para contarlo, Monthiel se apropia del espíritu de esa figura tan popular del Carnaval de Cádiz como es el Romancero, que, provisto de un palo y un cartelón, inicia su perorata rimada en octosílabos gritando a los dos vientos (Levante y Poniente) “¡Romancero gaditano: La verdadera historia de…!” Y ante el murmullo expectante de la muchedumbre a su alrededor congregada, una voz sobresale imponiendo orden: “¡Amoscuchá!” (N. del T.: ¡Vamos a escuchar!)

Reclamen silencio a su alrededor. Escuchen, o sea, lean. Aprenderán Historia. Aprenderán Música. Y, sobre todo, lo harán sin parar de reírse. Con la garantía de David Monthiel y al más puro estilo de Cadi Cadi…

Reseña publicada con anterioridad en la web de Tres Pies al Gato.

Historia provincial de la infamia (Algaida, 2022) | David Monthiel | 304 págs. | 19,95€

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