La deuda
Felipe Hernández
Sloper, 2011. Colección «La noche polar»
ISBN: 978-84-938278-4-7
302 páginas
20 €
Fran G. Matute
La recuperación por parte de Sloper de La deuda (1998) de Felipe Hernández es fruto del empeño de su editor: Román Piña. Apasionado de esta obra y de su autor (al que ha publicado recientemente el poemario musicado Un corazón de noche bajo el pseudónimo de Philip Meridian), Piña siempre ha expresado su admiración por esta novela en particular. Así que estamos ante una apuesta personal, un intento por recuperar del olvido una obra favorita y darla a conocer a un nuevo público, un sentido homenaje por parte de alguien que también es escritor y quiere, de alguna forma, pagar una deuda -nunca mejor dicho- con un autor al que admira. Pero con independencia del vínculo personal que pueda existir detrás de esta reedición, nos parece tremendamente pertinente la recuperación de esta obra no sólo por su calidad sino por su sintonía con los tiempos que corren.
Felipe Hernández no era, desde luego, un completo desconocido dentro del mundo de las letras pues en su día cosechó reconocimientos importantes por parte de la crítica y el mundo editorial (su novela Naturaleza fue finalista del Premio Herralde en 1989). Pero sí que ha estado, por circunstancias personales, apartado del mundo literario en los últimos años. Así que nadie (o casi nadie) se acordaba ya de una novela tan estremecedora como La deuda, un auténtico oasis dentro del panorama literario de este país, un ejemplo de literatura psicológica que ahonda a partes iguales en la oquedad de lo cotidiano como en el terror de lo intangible.
No creo, sinceramente, que se haya publicado en castellano una obra similar a esta. Una historia angustiosa en la que apenas hay acción. Una novela profunda que transcurre en espacios reducidos e impersonales, en la que los objetos tienen casi la misma entidad que las personas. Una economía de personajes y sentimientos inusitada. Y una prosa puntillista y minuciosa que vertebra un relato diferente sobre las relaciones humanas y nuestra interacción con la sociedad y el mundo exterior.
Todo parte de una visita que Andrés Vigil hace a un prestamista. El azar quiere que Andrés sea testigo de un incidente que provocará una sucesión en la posición acreedora de su deuda a favor de Alejandro Godoy, un personaje inquietante con una capacidad sorprendente para influir en las personas. Sin saber muy bien cómo, la deuda de Vigil se convertirá en un infierno de intereses y deberes accesorios que multiplicarán la agonía de su titular obligándose a presentar su propia persona como único y último garante del pago final de la misma. Una situación que, sin duda, recuerda al ‘film’ de Jaime de Armiñán y Fernando Fernán-Gómez titulado Stico (1985), sólo que en la obra de Hernández no existe ni un ápice del elemento de comedia negra que sobrevolaba la película.
Pero al margen del esqueleto de La deuda, lo verdaderamente fascinante del texto es ir profundizando en el desarrollo de las mentalidades de Andrés y Alejandro, en su confluencia y sus divergencias, y como la pusilanimidad de Andrés se va tornando en firmeza y confianza a medida que va perdiendo autonomía vital y conciencia como individuo libre. Del mismo modo, el férreo programa mental que impone Godoy, construido sobre la propia incoherencia del ser humano y su debilidad frente a lo material, se verá transformado tras su encuentro con Vigil. Del choque de ambas personalidades, que a pesar de sus complejidades -sobre todo la de Godoy- no dejan de objetivizar dos comportamientos básicos (el autoritario y el sumiso), surgen reflexiones absolutamente brillantes acerca de los sistemas socio-económicos que regulan nuestras relaciones como ciudadanos.
No deja de resultar curioso -y, por otro lado, tremendamente certero desde un punto de vista conceptual- que los dos únicos personajes secundarios ajenos al círculo de influencia de Godoy sean un inspector de Hacienda y un juez, que representan la autoridad externa y ajena al sistema de pensamiento autocrático y etéreo que aplica Godoy a su séquito. En uno de los encuentros con el inspector del fisco, Godoy afirma lo siguiente: «Si usted pudiera entender siquiera que el pensamiento y el dinero son una misma sustancia quizás adelantáramos un poco. (…) Me habla usted de números y yo no entiendo de números. El dinero no es un número, sino un fluido. Es el movimiento mismo de la inteligencia, y sólo lo tocan manos necias. Y no piense que le estoy hablando de especulación o del mercado de futuros ni de nada semejante. Le estoy hablando de la naturaleza misma de la inteligencia.» Sirva este fragmento para ilustrar la particular y enigmática filosofía de Godoy y lo sorprendentemente actual que resulta su reflexión.
Pero no piensen que este texto es una pieza de dramaturgia abstracta disfrazada de novela pues ofrece algunos de los pasajes más desasosegantes que haya leído un servidor en mucho tiempo. No sólo estamos pensando en el «escarnio» ideado para el inspector sino también en las íntimas escenas que comparte Andrés con Lucía, esa extraña mujer, hermosa y ciega, que acompaña sentimentalmente a Godoy en su destierro voluntario del mundo sensorial, que ofrecen una tensión apagada y que complican, aún más si cabe, la catalogación de una obra narrativa como esta.
Así, con todo, no nos cuesta mucho afirmar, movidos por la hipérbole, que La deuda es, posiblemente, la mejor lectura en castellano que se ha publicado recientemente en este país. Aunque dicha afirmación no es, en sí mismo, una buena noticia. Ya que resulta verdaderamente triste constatar, en primer lugar, que esta obra fue escrita hace más de diez años y, en segundo lugar, que una historia poblada de usureros que promueven el anatocismo humano resulte más vigente hoy día que nunca.
Estupenda reseña! Eso sí, no sabía qué significa «anatocismo» y sigo sin saberlo, después de mirarlo en el DRAE.
Eso es porque no has estudiado Derecho. El anatocismo es un concepto jurídico, que implica la exigencia de intereses sobre intereses (que es una cuestión prohibida en el derecho mercantil español). Se asocia este concepto con los usureros.
Puede que haya quedado un poco pedante usar esa palabra, pero es la que me venía a la cabeza todo el rato a medida que leía esta magnífica novela… 😉