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Antipatriótica y derrotista

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Aprovechando que el centenario de la Primera Guerra Mundial está marcando buena parte de los actos que se celebran en la Feria del Libro de Madrid, Estado Crítico ha querido sumarse al homenaje de esa efeméride que tanta buena literatura ha generado reseñando una serie de títulos (clásicos y novedades) relacionados con el citado conflicto bélico.

Nuestra primera reseña conmemorativa corresponde a todo un clásico «antipatriótico y derrotista», como lo califica nuestro José Martínez Ros: Adiós a las armas (1929) de Ernest Hemingway.

 

 

José Martínez Ros

Entre 1914-1918 millones de jóvenes, mayoritariamente europeos, pero también de otras partes del mundo, lucharon y, en muchos casos, murieron, fueron heridos o mutilados en los campos de batalla de Europa. Y entre ellos había un buen número de futuros escritores, como Ernest Hermingway que se unió, cuando los Estados Unidos aún mantenían la neutralidad, al ejército italiano que combatía contra los austriacos en una ardua y sangrienta guerra de montaña en el Tirol. Se diría que, en las últimas décadas del siglo pasado, la reputación literaria de Hemingway ha experimentado un lento declive, opacada por su leyenda, que, como todos sabemos, incluye su labor de corresponsal en diversas partes del mundo, su intervención en la Guerra Civil española, su afición a la cacería y la pesca, su amistad con intelectuales y toreros y cuatro matrimonios. Y su suicidio en Idaho, con su escopeta para pichones. Y una colosal pila de anécdotas que ningún literato ha igualado probablemente desde la época de Lord Byron. Por eso mismo, resulta conveniente recordar, de vez en cuando, que también fue uno de los grandes autores de la literatura norteamericana.

Hemingway reprodujo, con leves toques de ficción, diversos aspectos de su experiencia militar en varios de sus mejores cuentos, como El regreso del soldado o Mientras los demás duermen, y supongo que todos ustedes saben que Hemingway es uno de los grandes maestros del relato breve de la historia de la literatura… Y una gran novela, Adiós a las armas, que consiguió desde el momento de su publicación un enorme éxito internacional, en parte gracias a la publicidad extra que obtuvo cuando Mussolini prohibió su edición en Italia, calificándola de obra antipatriótica, derrotista y antibelicista.  En este caso, uno no puede dejar de considerar, aunque sea a regañadientes, que la definición de los censores del dictador es todo un acierto. Adiós a las armas es la novela más trágica de Hemingway, la más intensamente fatalista.

Los soldados italianos que confraternizan con Frederick han sido reclutados a la fuerza: lo único que desean el regresar al hogar. No existe el heroísmo ni la épica: sólo el azar, la buena o la mala suerte, te hace sobrevivir o no cuando sufres un bombardeo. Y ninguna causa justifica escenas tan atroces como las que suceden tras la terrible derrota italiana en la batalla de Caporetto, durante la larga retirada hacia el río Piave. Hemingway escribió una vez a su editor que su única ambición literaria verdadera hubiera sido librar un combate de boxeo a veinte asaltos con el conde Tolstói. Es un objetivo ciertamente desmesurado, pero si alguna vez estuvo cerca de llegar a la altura del autor de Guerra y Paz, fue en Adiós a las armas (desde luego, mucho más que en Por quién doblan las campanas), gracias a una prosa lacónica y perfecta, a un inigualable uso del diálogo y la maestría de sus descripciones.

No es, por supuesto, nada difícil identificar a un Hemingway veinteañero en busca de aventuras en Frederick Henry, el protagonista de Adiós a las armas: ambos norteamericanos, ambos conductores de ambulancias del ejército, ambos con la Medalla de Plata al Valor y heridos en las piernas durante un combate (curiosamente, Hemingway en unas circunstancias mucho mas heroicas: cuando llevaba a lugar seguro a dos heridos). Y lo más importante, tanto el narrador como su personaje fueron ingresados en un hospital en Milán, donde mantuvieron una relación amorosa con una enfermera inglesa. Sin embargo, ese romance desgraciado, efímero, un breve idilio de guerra, se transformó, gracias a un Hemingway en pleno uso de sus facultades literarias, en una historia de amor desgarradora y emocionante inspirada, no cabe duda, en el Romeo y Julieta de Shakespeare (incluso el personaje de Rinaldi, el burlón amigo de Frederick, ejerce un rol semejante al de Mercuccio). Es una historia de amor cuyo mensaje, expresado en uno de los finales más celebres -y amargos- de la literatura contemporánea, es que solo disponemos de un cierto tiempo en este mundo, de unos pocos instantes privilegiados que afrontar con coraje, antes de enfrentarnos a una definitiva oscuridad.

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