JABO H. PIZARROSO | Una vez que decidió dejar su carrera como eminente fiscal, Bugliosi comenzó a trabajar para el New York Times obteniendo un éxito sustancioso. Toda una carrera a sus espaldas avalada por el logro de casi un noventa por ciento de condenas en los más de cien casos que le robaron grande sueño y le aportaron mucha más de una pesadilla hasta el año 1971. Una singladura que bien quisiera para sí un boxeador de peso pesado.
Pudiera ser que el Caso Tate-Labianca, al que dedicó en cuerpo y alma casi dos años de su vida, le hiciera colgar la toga, o hacer patchwork con ella. Quién sabe. Cualquier otra u otro no sale con bien de una experiencia religiosa como esa. Porque esa carrera en primera fila de las trincheras del derecho penal, le suministró contenidos y material ingente para lo que se propuso hacer desde ese momento. Se convirtió en. No sé. No quiero que lo que sigue quede como un snobismo gilipollas por mi parte. Y aunque alguien piense que excusatio non petita acusatio manifiesta est, me la juego. Pongo en inglés, porque queda mejor. Bugliosi se convirtió en un best-selling writer of true-crime books. Así lo calificó el New York Times cuando publicó en el nueve de junio del año 2015 la nota de su fallecimiento.
Este libro se publicó en Estados Unidos por primera vez en el año 1974. Fue una hecatombe. El juicio a la familia Manson contado por el principal ariete, el principal protagonista de que Susan, Tex, Manson, Katie, y otros más fueran condenados a pena de muerte en el año 1969 porque no solo quedó probado durante los nueve meses y medio de vista que fueron los ejecutores responsables de los cinco asesinatos de Cielo Drive y de los otros dos que se produjeron al día siguiente, un nueve de agosto del año en el que la humanidad llegó a la Luna, en pleno California Dreaming, sino que también se descubrieron otras muchas cosas que acompañaron a este crimen que dispuso de una caja de resonancia impetuosa y sorprendente.
Seguro que hay crímenes de los que tenemos notas, docus y recuerdos mucho más salvajes que el que se narra desde las maderas del juicio en este libro. Pero quizá, por ser Sharon Tate, por ser La Ciudad de las Estrellas, porque Denis Wilson, el batera de los Beach Boys, porque hay una canción de los Beatles pringada en esta historia, por Vietnam, porque supuso el punto sangriento a una época de LSD, de amor libre, porque ese año acabó el western como género clásico con Grupo Salvaje de Sam Peckinpah, por tantas y tantas cosas, la lista sería interminable, por todo eso este crimen bestial tiene tanta pregnancia en la memoria universal de nuestro occidente que siempre huele a clase media narcotizada desde aquellos años.
En este año dejado atrás se cumplieron cincuenta docenas de meses de aquella sangría satánico-hippy. Quentin Tarantino decidió cerrar su decálogo con la Érase una vez en Hollywood que toca de manera tangencial esta historia y dos antes una joven escritora californiana, Emma Cline, hizo lo propio con una novela en la que Manson se llama Rusell. Sobre esa novela no habría que decir mucho más, bueno, sí, que utiliza unas metáforas y comparaciones tan perfectas que sobresalen de la narración como alfileres con los que cualquiera puede pincharse de gusto, y por la que recibió un anticipo astronómico, señal de que el crimen de la familia Manson sigue teniendo tirón emotivo y narrativo.
Durante los ochenta yo era un puto mocoso de jerseys de color rosa, bigote de pelusa de melocotón, aviesa mirada y calcetines blancos, ¡Vaya cuadro! No sé si leía cosas interesantes, pero entre lo que leía estaba la revista Pronto, sucesora o acompañante de El Caso y en la que no sé por qué, la década de los ochenta fue muy dada a eso, aparecían por doquier noticias de sectas que captaban jóvenes a los que se le torcía la voluntad al antojo del gurú de turno.
En uno de esos ejemplares di con la historia del Rancho Spahn. Ni sorprendido ni cautivado con la misma, lo que sí que dejó una huella imborrable en mí fue la foto de Manson con esos ojos abiertos por ácido lisérgico acumulado. En el prólogo que precede a esta narración del juicio de los crímenes de Tate-La Bianca, escrito por Kiko Amat, se indica que aparte del extraordinario, detallado y sorprendente recorrido que el fiscal Bugliosi hace de este juicio, en este libro también hay un afilado y jugoso estudio de la mente adolescente.
La mayor parte de los seguidores y seguidoras de Manson eran jóvenes de familias adineradas que eran recogidos por este individuo en el trance desorientado de la busca y caza de otra vida. El mensaje que les trasladaba, empapado en sopa de drogas, era de una simpleza idiota. Un renovado milenarismo lleno de máscaras acústicas mediante las que los miembros de este clan esperarían en una cueva del Desierto de la Muerte a que los negros tomaran el rumbo del mundo y una vez superada esta fase, los miembros de esta “cuadrilla privilegiada” se convertirían en los cuadros nazis de aquella revolución, desplazando a los negros de todo poder.
Muchos pelotones de fusilamiento de las SS durante la Segunda Guerra Mundial, del falangismo en guerra civil, de los jemeres rojos camboyanos, de tantos otros conflictos, estaban compuestos por ninfos y ninfas de entre catorce y dieciocho años, seres caprichosos y desnortados que a una voz y con cuatro disparos, hacían feligresía de una idea en la que creían de una manera ortodoxa y llena de frialdad. Y por la que eran capaces de cometer crímenes tan atroces de los que apenas tenían conciencia. De eso también trata este libro.
Reconozcamos que casi mil páginas no son moco de pavo, pero no está de más dedicar un par de tardes a sumergirse en esta vorágine que se lee del tirón, entre la incredulidad y la sorpresa de lo que uno va descubriendo mientras pasan y pasan las páginas, entre el desconcierto de la voz de Manson que cautiva al autor de una manera casi científica, porque el fiscal que escribe el libro y que pasa casi dos años siguiendo las sesiones del juicio y tratando de conseguir las pruebas que incriminen a la Familia Manson en los asesinatos investigados, intenta también, por otra parte, descubrir y comprender qué mueve los hilos de la cabeza de ese chaval que no supo asumir la frustración que le supuso no llegar a ser una estrella de rock, y que se pasó casi toda su vida entre una cárcel y otra, y al que hoy, todavía, rinden pleitesía algunos con su faz impresa en una camiseta de algodón.
No sé si arden hogueras en los corazones de los que portan tal atuendo, la libertad les asiste, lo que les arde es otra cosa, lo que les arden son las ascuas del divino fracaso no asumido, algo por otro lado habitual y que reconocido es la génesis del cigoto de la madurez. Pero corren tiempos muy adolescentes. Y el sueño del capitalismo siempre crea monstruos.
Helter Skelter. La verdadera historia de los crímenes de la Familia Manson (Contra, 2019) | Vincent Bugliosi & Curt Gentry | 840 páginas | 29,90 euros | Traducción de Gabriel Cereceda | Prólogo de Kiko Amat