Helio
Ariadna G. García
La Garúa, 2014
ISBN: 978-84-941140-6-9
74 páginas
10 €
Epílogo de Jorge Riechmann
Juan Carlos Sierra
Helio, el nuevo poemario de Ariadna G. García, quizá habría que empezar a leerlo por el final, pues se cierra con un poema que, aunque no lleva el mismo título del conjunto, «Helio», podría perfectamente llamarse así y resume gran parte del discurso amoroso que lo sostiene. En realidad, se trata de uno de esos poemas que no desentonarían ni al final a manera de colofón o síntesis, como ha elegido la poeta madrileña, ni en la cabecera de un libro como una suerte de aviso a navegantes, una especie de llave de la que desde el inicio dispone el lector para ir abriendo la puerta interpretativa de cada poema. En este último caso, se facilitaría la lectura del conjunto de poemas, pero se perdería la complicidad que se puede establecer con el lector al tiempo que este va desentrañando la ‘trama’ poética que tiene ante sí. Por esta razón, prefiero no desvelar nada de los últimos versos que cierran el último poemario de Ariadna G. García y centrarme en otros detalles del libro que también, creo, tienen su relevancia.
Como ya se ha apuntado, se trata de un conjunto de poemas cuyo eje central es el amor. Lejos de la lógica de lo platónico, de la ausencia de la amada, de la idealización,… aquí se habla del aquí y del ahora, de la realidad del amor, de su presente y quizá su futuro, de sus inconvenientes -pocos- y sus goces -muchos más-. Aunque también queda un espacio para el tono elegíaco, precisamente en la segunda parte del libro llamada «Elegías», lo que manda en Helio es el yo y el tú amantes actuales. No obstante, la sección mencionada se nos antoja esencial como materia complementaria del resto de la lógica amorosa del poemario, ya que en ella se advierte el proceso de conocimiento necesario para poner en valor los versos de Helio como conjunto.
Por otra parte, la lógica amorosa presente en este poemario se enuncia desde el yo más desnudo y autobiográfico. No hay trampas ni cartón, no hay máscaras ni personajes poéticos artificiales. El yo poético no se disimula ni se silencia ni se buscan artilugios líricos distanciadores, sino que es la autora misma quien se expone en sus versos en carne viva y enamorada. Esto conlleva ciertos riesgos que Ariadna G. García sabe salvar con solvencia, puesto que en ningún momento sus versos caen en la confesión o el desahogo, probablemente porque predomina el diálogo, la conversación sincera con el tú amante a quien están dirigidos estos poemas.
Coherentemente con esta desnudez autobiográfica, el tono que prevalece en el conjunto del poemario apunta hacia la sencillez, hacia lo conversacional, pero sin renunciar al matiz expresivo del símil o de la metáfora construida a partir de elementos más o menos explícitos que no distraen al lector del asunto que se trata. El amor es lo suficientemente complejo como para añadir más dificultad a su expresión poética, parece decirnos la autora. O quizá el amor, ese estado privilegiado de la intimidad cuando es correspondido, no necesita más que de su propia realidad, de su propio lenguaje cotidiano, familiar, cercano para explicarse sin necesidad de vericuetos y callejones sin salida líricos.
Cosa diferente es la gestión pública y poética de ese amor. Llama la atención en Helio el giro lírico y temático de la última sección titulada «Historia de un derecho». Aunque aparentemente no encaja en ese retrato de la intimidad dichosa que hemos ido leyendo en las páginas del poemario, esta supuesta anomalía puede explicarse bajo la misma perspectiva que las elegías antes comentadas. Todo lo que hizo falta para construir el presente, toda la lucha anterior a los derechos adquiridos ahora forman parte de ese aprendizaje. Por otra parte, todavía existen tensiones porque “hay tipos que aún ponen cerrojos al alba” -«La venda púrpura»-. Asimismo, esta sección coloca sobre el tablero de los versos una realidad conquistada, la transparencia entre lo público y lo privado, su ecuación perfecta, un signo de igual necesario, la constatación de la dimensión social de la intimidad, de su reivindicación como derecho inalienable, a pesar de los prejuicios y las presiones de quienes se quedaron anclados en el tiempo predemocrático y preconstitucional.
En cuanto a la gestión poética de esta dimensión social del amor, se constata claramente un cambio de tono lírico. Las herramientas han cambiado, las estructuras paradójicamente se vuelven más tradicionales -sobresalen, en este sentido, los sonetos oxigenados muy originalmente en los tercetos- y el lenguaje se eleva hacia la asociación libérrima de imágenes que dota a estos poemas de un vuelo lírico más evidente y elevado que el del resto de composiciones del libro, aunque al mismo tiempo pueda dar cabida a cierto hermetismo.
Ariadna G. García vuelve a sorprender con un libro diferente a los anteriores ya publicados; quizá no radicalmente, pero sí se aprecia una vuelta de tuerca en sus modos poéticos, un interés por no repetirse, un riesgo por transitar caminos no trillados. Y esto siempre es de agradecer.