JOAQUÍN PÉREZ BLANES | Es tradición absurda en este estadista que, en cuanto aprieta el calor como una faja y el ambiente se vuelve veraniego, el cuerpo le pide regresar a los clásicos, a la lectura o la relectura de literatura amable, sencilla, ligera, digamos volver al easy reading de fácil digestión y poca enjundia. Así que, no era de extrañar que, en estos días en los que parece que toca dormir con la ventana abierta, nada más ver el ejemplar, estratégicamente colocado en el escaparate, con ese ribeteado dorado que resulta tan atrayente como espantoso, el menda se hiciese enseguida con el volumen que reza: Arsène Lupin, caballero ladrón.
Recordaba el libro de Maurice Leblanc de otra manera, en la adolescencia me pareció ingenioso y fantástico, ahora me parece un libro poco más que entretenido, un poco desabrido, a la par que inconsistente y deslavazado. Inconsistente porque Leblanc trata de engañar al lector con la idea de la doble identidad de Lupin. Intenta que la voz narradora pase de primera a tercera persona, cuando el narrador es el propio Lupin contando la aventura de Lupin como si no fuese Lupin, un embrollo vaya. Intenta que el cambio de punto de vista funcione como un punto de giro en la narración y que sorprenda al lector, pero en cierto modo lo confunde. Sencillamente, resulta extraño narrar los acontecimientos como testigo y, de repente, ser protagonista. Salvando ese detalle de inconsistencia nos queda la maraña de episodios no consecutivos. Una serie de episodios aislados que, con seguridad, puestos en otra secuencia de capítulos, podría haber dado una continuidad narrativa más consistente a la historia de este caballero ladrón francés con gran inspiración en la figura de Sherlock Holmes. No en vano algunas de sus aventuras recuerdan directamente a las del detective británico. Hay trazas evidentes de El signo de los cuatro y aunque queramos pasar por alto las reminiscencias, inspiraciones o préstamos de la obra de Sir Arthur Conan Doyle, sería suficiente con la aparición en la obra de Leblanc de ese detective británico llamado Herlock Sholmes (sic.).
Por descontado, en este tipo de literatura los paralelismos son constantes, de ahí que Holmes sea un hombre abducido por la figura femenina y el intelecto de Irene Adler, la única mujer que ha sido capaz de vencer a Sherlock Holmes. Para Lupin, esa figura la encarna Nelly Underdown. Existe también un policía que se convierte en habitual en este tipo de obras, para Holmes es el inspector Lestrade y para Lupin es Ganimard, el único que ha sido capaz de detenerlo, pero ya se sabe, Lupin permanece en prisión el tiempo que Lupin quiera. Sin embargo, aquí falta la figura del narrador que conoce bien al protagonista. Watson es un narrador implicado en todo lo que tiene que ver con Holmes y eso ayuda a una narración más concreta, por su parte, Leblanc trata de incorporar esa figura en uno de los episodios pero pronto la abandona y regresa al confuso juego de la voz narrativa.
Si obviamos estos matices, el libro de Arsène Lupin no es una mala elección para el estío, aunque, ya se sabe, hay tanto por leer que para el que desee profundidad académica e intelectual, esta obra no sería candidata, porque tampoco es cuestión de perder el tiempo en esa literatura de fácil digestión, pero para los que perseguimos cierto entretenimiento y ligera evasión por unas horas, estos libros suponen un grato pasatiempo.
Es evidente que, aprovechando el tirón de la conocida serie de Netflix, inspirada en este personaje, un buen número de editoriales se han dedicado a publicar, de nuevo, esta obra. Nosotros nos hacemos eco de este volumen por puro azar.
La edición en nuestro país ha comenzado a tener tintes de reedición, las editoriales aprovechan textos que están en dominio público para traducirlos y ponerlos, otra vez, en circulación. Parece una estrategia comercial menos arriesgada, una aparente apuesta segura y más económica. Esto sería un tema interesante para un debate inexistente.
Volviendo al libro que nos ocupa, habría que anotar, además, que algunas voces críticas señalan que Maurice Leblanc se inspiró en Marius Jacob para crear este personaje de educado ladrón. Jacob fue conocido por su rebeldía, su lucha anarquista, sus textos reivindicando el robo como una de las bellas artes y su vocación de ladrón al crear el grupo de asaltantes Le travailleurs de la nuit. Podría ser, pero los motivos que conducen a Lupin a robar distan bastante de los motivos que aparentemente tenía Jacob. Podría ser un detonante inspirador pero Lupin tiene más de bon vivant que de sacrificado Robin Hood. Le mueve el placer de saltarse la norma por sentirse intelectualmente superior a sus perseguidores, al igual que el talante vanidoso y displicente de Sherlock Holmes, nutrido de ese mismo placer de superioridad. Parece que la creación de Leblanc responde más a un divertido homenaje al universo Holmes, adaptándolo a las maneras francesas de elegancia, finura y educación, aunque el resultado de tal ilustración pueda conducir al cadalso, que el de un ladrón que reivindica el robo como parte de la revolución anarquista. Leblanc creó un distinguido ladrón que, allá donde iba, causaba el mismo temor que admiración, pues su filosofía era mangar, sí, pero siempre educadamente y con guante blanco.
Arsène Lupin caballero ladrón (Duomo Ediciones, 2021) | Maurice Leblanc| Traducción de Zulema Couso y Antonio Prometeo Moya | 224 páginas | 10 euros |