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Atención, peligro: novela negra en color

9788491891215

ROSARIO PÉREZ CABAÑA | Cinco años después de su premiada y celebrada por muchos Temblad villanos (2014, Premio Málaga de Novela), y tras las primeras entregas de la saga de aventuras del Doctor Fo, El hombre sin rostro y El ejército de piedra, publicadas por Salto de Página en 2014 y 2015 respectivamente, Luis Manuel Ruiz se deja caer con otra delicia truculenta, Corazón de marfil, un ejemplo de ese tan llevado y traído hiperónimo aún por descifrar que es la narrativa de género, y de la que, por cierto, este escritor sevillano es uno de los máximos representantes actuales en nuestro país. En esa indefinición me agazapo para disponerme a descifrar la mezcla ya de por sí misteriosa y enigmática de aventura, misterio, humor, sordidez, fantasía, ciencia, ficción (adviértase la separación léxica entre los dos últimos miembros de la enumeración precedente)… Mezcla enigmática, sí, aunque para muchos el verdadero enigma aún radica en cómo puede hacerse literatura lúdica a base de buena literatura (acertijo, a mi entender poco oscuro, dado que la tradición literaria nos ha legado numerosos y excelentes ejemplos de esto desde temprano). En cualquier caso, hay ahora y aquí escritores que llevan tiempo obrando el prodigio: algunos de manera visible, como el propio Ruiz o el sanluqueño Félix J. Palma; otros, de manera algo más secreta, como el linense Miguel Guerrero.

En la narrativa de Luis Manuel Ruiz, y muy palpablemente en la de los últimos años, los conceptos de realidad e irrealidad, insertos en la indefinición cada vez mayor de lo posible y lo imposible, dejan de ser lugares desde donde crear, tal vez para nuestra fortuna. Aquí el espacio de la simulación genera monstruos, créanme, también para nuestra fortuna. Hay quien ha considerado el estilo de Ruiz cercano al hardboiled; a una especie de pulp de extramuros, eso sí, absolutamente heterodoxo, por lo preciosista y culterano; a un estilo de arquitectura punk que pareciera levantar una biblioteca en una esquina frecuentada por macarras. Y hay quien simplemente ve el estilo Ruiz. Todo esto se lo debemos al virtuosismo del lenguaje del autor y a su dominio narrativo clásico y a la vez, y/o tal vez por eso renaciente. Este crisol de estilemas y mezcla de géneros que encontramos en su novelística se define muy probablemente a partir del gusto del escritor como lector voraz, indisciplinado, popular y selecto. Toda una exquisitez para un paladar ávido. Eso explica cómo se pueden alambicar la filosofía y la ciencia con estilos propios de la cultura pop (la literatura fantástica, el cómic, el cine…), para revisar el género negro en clave de parodia y recordarnos las narraciones de Jack London, Kipling, Poe, E.T.A Hoffman, Borges o Ballard, por citar algunos nombres.

Ya desde su primera novela, El criterio de las moscas (1998), ganadora del Premio Novela Breve de la Universidad de Sevilla, Luis Manuel Ruiz manifestó una madurez narrativa asombrosa que se afianzó en su etapa como autor de Alfaguara, con títulos como Sólo una cosa no hay publicada en Francia por Gallimard y ganadora del Premio Internacional de la Feria de Frankfurt (qué malo puede esperarse de una novela que tiene como título la primera frase un verso); Obertura francesa; La habitación de cristal; El ojo del halcón y Tormenta sobre Alejandría. Esa prodigalidad temprana es lo que yo me atrevo a considerar como una fase protohistórica que estaba anunciando lo que habría de llegar. Porque a veces la historia se construye al revés, que es cosa muy de ciencia ficción. Y es que a partir de ese momento, Luis Manuel Ruiz parece adquirir un compromiso que deberían, pienso yo, adquirir muchos escritores: crear al dictado de su propios gustos; vamos, hablando en plata, escribir lo que le da la gana. Y he ahí que pluma en ristre el escritor cruza el Rubicón. Y se acerca a editoriales más independientes, más cercanas al compromiso que citaba antes. Y, claro, la libertad brilla, quiero pensar. Este momento de escisión marca un nuevo predio por donde transitar, que ya está haciéndonos disfrutar desde hace varias novelas.

Y así llegamos a este Corazón de marfil donde nos encontramos a Lázaro Malta, un investigador de la agencia Eureka, empresa dedicada a buscar lo inencontrable, incluso algo más, porque, como podemos leer: “Aquel que solo encuentra lo que busca es que ha buscado mal”. Y como no voy a destripar el argumento, solo desvelaré algunos de los ingredientes para que ustedes disfruten del plato. Diré que la novela se centra en un mundo distópico, probablemente cercano, donde se entremezclan los autómatas del pasado con los robots genéticos del futuro en una trama de aventura que gira en torno al mundo del ajedrez y de las máquinas capaces de ejecutar la gran jugada, la jugada perfecta (la otra historia, la real, nos ha dejado recuerdos de aquellos hombres mecánicos y de sus trucos). Y, marca de la casa: todo ello en espacios de nuestro imaginario infantil más mágico y más terrorífico: androides, bestiarios, circos, atracciones de feria, parques temáticos (no desvelo demasiado si digo que aquí vamos a conocer a la Merlin Company y sus oscuros ataques a la Marvell, a Mattel, a Playmobil, a todos aquellos grandes castillos por piezas que de algún modo siguen en pie). Y también marca de la casa: los pasajes de tortura. Me resulta perversamente delicioso (y aquí me adentro en lo personal) pensar cómo una de las personas más pacíficas que conozco tiene la destreza de escribir escenas de martirios tan delirantemente divertidas. Tal vez sea cosa de las nostalgias inversas o, sencillamente, la revelación de que el yo del narrador y del escritor siempre se asustarían al verse. Otra felicidad estilística del sello Ruiz: el dominio y prodigalidad de las comparaciones que pueden dejarnos atónitos y con un rictus tal vez terminante, como si hubiésemos tomado «una decisión o un veneno». Por otra parte, al hilo de la lectura, uno puede cuestionarse a menudo cómo puede haber tanta humanidad entre tanta máquina. Y es que, claro, no olvidemos que detrás del narrador, hay un filósofo. Y aquí, por ejemplo, me detengo en las reflexiones que realiza cuando se pregunta sobre las diferencias entre un ser humano y un monstruo: «¿No hay un monstruo en cada rostro y en la línea de cada mano, no basta una mueca mal colocada, una mala palabra, una equivocación para resbalar en el monstruo, para ser promovido a esa exótica categoría de seres no autorizados a sentarse junto a los otros, los normales, en el vagón del metro y el patio de butacas?».

Estamos ante una excelentemente narración con guiños a otras narraciones de diverso registro: por ejemplo, guiños a Blade Runner, pero también a El séptimo sello de Bergman, donde el protagonista reta a la muerte a jugar una partida de ajedrez. Porque en Corazón de marfil, el ajedrez se manifiesta como una metáfora del cosmos: blancas contra negras: el bien contra el mal, o viceversa. La gran jugada, la metáfora a ratos impura que nos acerca ciegos y peligrosamente a la charada; y es que las adivinanzas tienen algo que ver con los microscopios: “uno no entiende lo que ve porque lo tiene demasiado cerca». Literatura de alto voltaje, donde puede leerse entre líneas: ATENCIÓN, PELIGRO. Un peligro que consiste en la posibilidad de que, efectivamente, todo este mundo que vivimos no sea más que una simulación. ¿Y si en realidad fuese así? Esa duda como sabor de boca sea, tal vez, la verdadera literatura.

Corazón de marfil (Algaida, 2019) | Luis Manuel Ruiz | 304 páginas | 20,00 €

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