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Auge y caída del imperio de los cítricos

El país donde florece el LimoneroCAROLINA EXTREMERA | El cultivo de los cítricos en Italia. Imaginen eso en una conversación. ¿Lo tienen? Bien. Están pensando en los Plómez que, en una tarde como otra cualquiera en la que ya han contado todas sus operaciones de vesícula, han decidido abordar ese tema en casa de Don Pantuflo. No tiene sentido negarlo. He de confesar que a mí me pasó igual cuando descubrí que Acantilado había publicado este libro. ¿Frutas? Y no todas las frutas, no, sino solo una familia de ellas en los límites de un solo país. Me parecía imposible que el asunto diera para mucho.
Cómo me equivocaba. Porque El país donde florece el limonero engancha desde la primera página. Helena Attlee se interesa tanto por el cultivo y por los jardines que seduce a cualquiera que tenga la suerte de leerla. Cuando terminé el libro, me acordé de Oro Blanco, de Edmund de Waal, en el que el autor consiguió que devorase más de quinientas páginas dedicadas nada más y nada menos que a la historia de la porcelana. Hay escritores que sienten una pasión tan genuina por el tema que tratan que al final no pueden sino contagiarla al lector.
El libro comienza con la historia de los cítricos como plantas ornamentales y prosigue con una disertación sobre su taxonomía. A partir de ahí, comenzamos un viaje por las distintas zonas de Italia de la mano de expertos en agricultura, un conservador de un museo de frutas de cera, una doctora en botánica, varios cocineros, terratenientes y un sinfín de personas que tienen una vinculación esencial con los cítricos. También caminamos en compañía de ilustres visitantes del pasado, como Goethe, Dickens, Lawrence Durrell o Edward Lear, de cuyos testimonios la autora ha sabido extraer las citas adecuadas.
La documentación de la que Helena Attlee hace gala es impresionante y exhaustiva. No hay nada relacionado con las naranjas, los limones, las cidras o las bergamotas que se haya podido dejar en el tintero. Por ejemplo, cuáles son los tres cítricos iniciales de los que provienen todos los demás o cuál fue la influencia de las Guerras Mundiales en su cultivo. También nos explica su relación con la Mafia, cómo los árabes repararon el sistema de riego romano para poder cultivarlos, su influencia en la política o su uso en ceremonias. Y no nos olvidemos de su importancia como portadores de vitamina C ni de la fabricación de perfumes con los aceites esenciales de su cáscara. Ella lo sabe todo y lo cuenta como una bella historia de nostalgia. Como todos los imperios, los cítricos se volvieron más bellos después de la caída. Nos habla de la gastronomía, de los colores brillantes de los frutales, de los aromas y el lenguaje sensual que emplea es un canto a los sentidos. Todas las páginas están impregnadas de la luz de Italia, de los sabores de su cocina y de la belleza casi bizarra de las piezas de fruta. Atención a esta descripción de la cidra: “Este extraordinario caparazón cambia gradualmente a medida que va madurando del verde luminoso a un amarillo dorado y oscuro. Está saturado de aceites esenciales y su superficie está salpicada de protuberancias como un paisaje lleno de colinas o recubierto de terribles granos. Tiene los poros abiertos como la nariz de un alcohólico y exuda un perfume tan intenso que puede envolver la planta baja de una casa, moviéndose de habitación en habitación en penetrantes oleadas. Su olor es más fuerte, agreste y exótico que el de un limón; es el hermano mayor del limón, es el calor del Mediterráneo salpicado del dulzor de las violetas y de algo picante”.
Los peligros de leer El país donde florece el limonero son muchos. Entre ellos, destacaré la búsqueda de vuelos para Italia en internet, la determinación de fabricar limoncello en casa, el deseo de conseguir cidras en un mercado de barrio –ya les digo yo que no hay– y cambiar tu perfume de años por uno que lleve neroli. Después de leerlo, comprendo mejor el hermoso relato de Karen Russell titulado «Vampires in lemon grove», donde unos vampiros comprenden que nunca les hizo falta consumir sangre y que la sed también puede apagarse, al menos temporalmente, con los limones de Sorrento.
El paí­s donde florece el limonero (Acantilado, 2017), de Helena Attlee | 320 páginas | 22 euros | Traducción de María Belmonte

admin

2 comentarios

  1. Este verano disfrute de este hermoso libro desde una playa del sur de Cadiz y sin parar de imaginar mi futuro viaje por la costa siciliana. Un libro delicioso que te transporta a los lugares de los que habla. Muy recomendable

  2. Qué maravilla de reseña y cuánta belleza y exquisitez juntas. Desde luego que evoca a tardes en Sorrento, naranjas en Sicilia y chupitos de limoncello. Lo compraré.

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