JOSE TORRES | Ahora que el fascismo (yo diría incluso que el nazismo) campa a sus anchas por la vieja, agotada y enferma Europa y que esta nefasta ideología encuentra aliados políticos y sociales para su expansión y, lo que es peor, su normalización, no está de más volver a autores incontestables como Primo Levi. Incontestables en cuanto a testigo de primera mano del horror absoluto y de las consecuencias de llevar hasta sus últimas consecuencias una ideología inhumana y completamente amoral como el nazismo alemán.
Altamarea Ediciones, publica Si existe Auschwitz, no puede existir Dios, título rotundo y, a mi juicio, incuestionable. Y que viene a refundar y mejorar aquella famosa sentencia de Adorno; “Después de Auschwitz es imposible volver a escribir poesía”. Se trata de una larga conversación que el escritor italiano Ferdinando Camon, mantiene con Primo Levi. En ella, el autor de Si esto es un hombre, desgrana su experiencia en el campo de concentración de Auschwitz – Birkenau, y las consecuencias tanto de su reclusión, como, sobre todo, de su liberación.
Cuenta el escritor italiano que, cuando estaba en el campo de concentración, sufría un sueño recurrente: “Soñaba que regresaba, que volvía con mi familia, que contaba lo ocurrido y que nadie me escuchaba. El que está delante de mí no me escucha, se da la vuelta y se va. Les conté este sueño en el campo, a mis amigos, y ellos me dijeron: “A nosotros también nos pasa”. El horror percibido como algo increíble, imposible de creer por quien no lo ha vivido y por quien escuchará el relato de algo inconcebible. Y a pesar de todo, la necesidad terapéutica de contarlo y de ser escuchado. Porque del relato que Primo Levi va construyendo con sus respuestas se desprende también la incomodidad que suscita el testigo del horror. Quizá porque nos obliga a examinarnos en un espejo moral y no salimos bien parados. Relata sus viajes a Alemania por motivos laborales y la tensión que provoca en sus interlocutores la confesión de que él estuvo allí, en el corazón de las tinieblas, que diría Conrad, y de que el mal existió y se cebó en las “personas tatuadas”, como se define a él mismo y a sus compañeros de cautiverio.
De ahí, de esta incomodidad con el testigo, devienen las dificultades que Primo Levi encontró en diversos países (incluso en la Francia victoriosa pero culpable, Vichy mediante) para ser publicado. Incluso en Italia, su país de origen y en la Unión Soviética, que no aceptaba que los campos de concentración fueran en el testimonio de Levi un lugar de sufrimiento y resignación, y no “un lugar donde se produjo una heroica resistencia del proletariado cautivo”
Cuenta también aspectos pavorosos, como que los prisioneros que sufrían un absoluto aislamiento lingüístico morían antes: “Casi todos los italianos murieron a causa de esto. Porque desde los primeros días no entendieron las órdenes, y esto era algo que no se permitía, que era intolerable. No entendían las órdenes y no podían decirlo, no conseguían hacerse entender. Oían un grito, porque los alemanes, los militares alemanes, siempre gritaban…”
Pero quizá el aspecto más increíble de la figura del intelectual italiano es su renuncia a culpar al pueblo alemán del holocausto.
Habla Ferdinando Camon: “Fui a ver a Levi para razonar sobre la culpa <de Alemania>, el me replicaba con la culpa <del nazismo>, yo llevaba la conversación hacia las culpas <de los alemanes>, él me respondía con la culpa <de Hitler>. Yo defendía la responsabilidad <de las masas>, él respondía con los discursos de Hitler, que eran <descargas de relámpagos sobre la multitud>.”
Y, a pesar de todo, lo que más sorprende de las palabras, de las respuestas exactas y sosegadas de Primo Levi, es la ausencia absoluta de rencor, la dulzura de su actitud, su mansedumbre. Quizá porque, como relata Ferdinando Camon: “Me he preguntado a menudo por las razones de ese sosiego, de esa dulzura. La respuesta que me sale es la siguiente: Levi no gritaba, no insultaba, no acusaba, porque no quería gritar; aspiraba a mucho más: quería hacernos gritar. Renunciaba a su reacción a cambió de nuestra reacción.”
Ese es el grito, la denuncia, que a todos nos concierne.
Si existe Auschwitz, no puede existir Dios (Altamatea, 2022) | Primo Levi | 87 págs | 11,90 € | Traducción de Carlos Gumpert