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Aventuras de «los cinco»

1409_portadaelcolorpulgas_medCAROLINA LEÓN | Haz una revisión somera de la ficción española realista, contemporánea, que hayas leído en los últimos, no sé, diez años. Yo la he tenido que hacer tras meterme en esta novela o, más bien, me saltó de forma evidente según avanzaba las páginas. Lo que apareció en mi memoria (no demasiado meticulosa) fue la sobreabundancia de ficciones con personajes cultos, reciente o lejanamente desclasados, treintañeros de clase media con ambiciones escritoras (o artísticas) y de ambientes urbanitas (cuánto Madrid, cuánto barrio de Malasaña, como si sólo sucediesen las cosas en cuatro calles del país). Esta estadística no pretende ser estricta, se reduce a mis lecturas (y cuánto habré influido yo misma en su seleccion, claro). Sí, hay largos segmentos y realidades con un déficit de narración. De ubicación de clase, de ubicación geográfica. O hay, que también puede ser, una selección crítica que anula lo periférico.

Así que, de entrada, nos vamos a las antípodas de esa ficción que se me antoja mayoritaria: el debut de Mario Marín tiene a un grupo de ganapanes como protagonistas, de extracción social baja o simplemente ‘outsiders’, y se ambienta en las calles de Huelva, periferia sin relato donde las haya. Nada de chicos y chicas ambiciosas, nada de voluntad de “progreso” y nada tampoco de “clase media” convaleciente: en esta curiosa, tierna y bastante divertida novela manan tanto la rica tradición del ‘laissez faire’ como la del ‘dolce far niente’. Los personajes del grupo de amigos que se apoya en los coches, los umbrales y los poyos de las tiendas para fumar porros son todo lo contrario de ‘wannabes’, son directamente ‘winners’. De los que te la pegan si pueden, o de los que no hacen daño salvo por casualidad, de los que prefieren que los dejen a su rollo, mientras se puedan tomar todas las cervezas y montarse periódicamente noches que empalman con los días entre tiros y marihuana. De los que viven, de verdad y a concho, “al día”.

Marginalidad orgullosa, improductividad como signo distintivo, quinquis de la vida que han visto la trampa de la realidad para el resto (ten un trabajo, ten una casa, ten hijos, como en una suerte de Trainspotting localista, tranquilo) y todo lo demás son “mierdas”. Para que realidades como ésta sean narradas, sin embargo, hace falta un narrador, y la anomalía es Domingo, el aglutinador de este grupo: gañán pero poeta, sensible, abierto a la maravilla de los días de sol y a los de lluvia, abierto al amor pero protegido en sí mismo y por sus colegas.

El vertido de esta ficción, o donde me resultó más interesante más allá del retrato social tan infrecuente, está en la reivindicación de lo local. Como indígenas sin raíz, como una tribu sin relato, el narrador encadena episodios de aventura, de soledad y de desbarre con un lenguaje sin la más mínima concesión al cultismo, con devoción por los localismos y la vulgaridad. Tanto que, siendo medio onubense, a ratos se me hacía difícil seguir la lectura, pero empujaba a seguir. Las calles de la ciudad del confín suroeste viven en ese español mestizo, tan poco parecido al del telediario.

Pero la fábula de marginados voluntarios contemporáneos se me desparrama en un costado. Los hombres de la portada (los Beatles) dicen más de lo que encuentras en el interior del libro que su título, evocador, pero al que no encontré razón de ser. Es una novela de clase, y es una novela de hombres. Los amigotes amigotean, las mujeres mueren.

Las mujeres no son parte del clan. Están fuera. Las aman. Los cuidan desde la barra del bar. Les hacen mamadas. O son “parientas”, parte del decorado. Dentro de la lógica del retrato de una realidad, de una organización del mundo dada, entra con suavidad la evidencia de que los clanes de amigos tienen en las mujeres a un grupo extraño. Se salva, con limitaciones, el personaje de Luisa, a quien el narrador trata con el mismo mimo y despiadada descripción que al resto de sus colegas. Pero dentro del desarrollo de esta fábula, bajo el hecho de que ellos se lo pasan bomba y ellas desaparecen, se me aparece el retrato de este hoy (extrarradial, pero extensible) como meridiano, socialmente ajustado.

Detrás de eso, quizá mero dato estadístico (revelador), hay páginas y fragmentos gloriosos de disfrute de la vida, de verlas venir y enfrentarlas solidariamente, de camaradería entre hombres sin prejuicios, de juerga excesiva y límite, de ‘road movie’ entre marismas, de complicidad con el miembro del grupo que se ve, por accidente, envuelto en la muerte de la mujer que le abría la puerta de su casa, las latas de melva y su sexo. Y detrás de El color de las pulgas, yo espero mucho de Marín. Mucho más.

El color de las pulgas (Ediciones del Viento, 2015), de Mario Marín | 224 páginas | 17 €

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