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Bajo los correos de FGM (II)

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Fran G. Matute

Leo estupefacto los repasos lectores de mis compañeros estadistas. Y digo estupefacto porque me hacen sentir como un pardillo. Comenzó Coradino Vega pegándome unos tiritos cariñosos por el chorreo de e-mails que suelo enviar a esta cuchipanda de lectores empedernidos casi todas las semanas: que si no hay nada para mañana, que está la cosa fatal, etc… Como esto se hace por amor al arte, no cabe la amenaza. El que pueda bien; el que no, qué le vamos a hacer. Siempre salimos airosos. Todos los días hay una reseña disponible. Juraría que no hemos fallado desde hace por lo menos tres años. Pero no siempre es fácil. Todos tenemos otras obligaciones en la vida, lógicamente. El principal problema suele ser el tiempo. Pero también puede ocurrir que lo que se lea no sea reseñable (aunque no lo parezca tenemos unas directrices internas que limitan lo que se puede criticar en el blog). Cuando uno no puede, siempre hay un salvador que haga la cobertura. Por desgracia, casi siempre son los mismos, pero así es como se consigue el equilibrio. Y todos tan panchos. Pero ahora que he podido ver todo lo que han leído mis compañeros más allá de estas cuatro paredes virtuales…

Por mi parte, constato que prácticamente todo lo que he leído en 2014 está reseñado en Estado Crítico. Haya firmado yo la reseña o no, se entiende. Pero resulta que también está reseñado en EC casi todo lo que me hubiera gustado leer y al final no pude. ¿Por qué no pude? Porque no tenía tiempo, porque no era reseñable… La misma excusa que ponemos todos, vamos. ¿Qué ocurre? Que al final, me doy cuenta, tiendo a leer aquello que sé que voy a poder reseñar. Esto no quiere decir que lea por encargo o compromiso, ni mucho menos, pero sí que, en la práctica, me autolimito tontamente las lecturas. Si algún estadista lee primero algo de lo que a mí me interesa, como lo más normal es que lo reseñe ese estadista, yo cojo y aparto esa lectura para una mejor ocasión (que probablemente sea nunca).

Hace no mucho alguien a quien le tengo afecto (no revelaré su identidad) me zampó lo siguiente: “Tú lo que tienes es que dejar ese blog”. Y ahí se quedó la frase entre nosotros, como colgando de un hilo invisible. Reconozco que me impactó. Me hizo reflexionar, la verdad. ¿Por qué tenía que dejar el blog? Si el blog me ha dado tantísimas alegrías, joder. Si en el blog me lo paso pipa. ¡Si el blog me ha cambiado (y esto es literal) la vida! No, no. EC a muerte. EC es un sitio muy divertido. De todas formas, creo saber por dónde iban los tiros, qué es lo que en el fondo me estaba queriendo transmitir esa persona. Y entre otras muchas cosas, sí, hay evidentemente una servidumbre asociada a esta supeditación irracional que padezco por el blog: que ya no leo como una persona “normal”.

En el interesantísimo “Encuentro Crítico” que tuvimos con Ignacio Echevarría el pasado 21 de octubre, salió este tema: el proceso de lectura no es el mismo si tu cerebro se pone en modo “crítico literario” (sea esto lo que sea). Sonará a perogrullada, pero es cierto. Lo he vivido este año en mis carnes. Ahora todo lo leo como si fuera Terminator, y la diferencia es descomunal. El único libro que he leído este año por puro placer (esto es, sabiendo de antemano que no lo iba a reseñar) ha sido Los pichiciegos de Fogwill. Sí, vale. Lo leí tirado en una enorme playa vacía, mirando al mar, con la mejor compañía posible. Sí, vale: es una obra maestra. Pero más allá del entorno y la calidad intrínseca de la obra, creo que hacía muchos años que no disfrutaba tanto leyendo un libro. ¡Y tengo testigos! El yugo de lector crítico desapareció por completo esos días. Fui capaz de enajenarme de EC. De alguna forma, mentalmente, dejé el blog. Y sí, lo reconozco, fui muy feliz.

No me hace feliz, en cambio, sospechar que este año me he dejado sin leer un montón de cosas molonas. Gracias a los repasos de los demás estadistas, puedo ver que mi editorial favorita de la que no he leído nada este año ha sido Galaxia Gutenberg. Se me quedó en el tintero Apaches de Oakley Hall (con lo que me gustó Warlock -otra obra maestra- y Bad Lands, con las ganas que tenía de cerrar la trilogía, con lo bien que escribe Hall…), Los lanzallamas de Rachel Kushner, El hombre del brazo de oro de Nelson Algren (anda que no me ha dado Dani la brasa con esta novela, y ahí la tengo en la estantería cogiendo polvo) y Brilla, mar del Edén de Andrés Ibáñez (ya se encargó el amigo Martínez Ros de ponerme los dientes largos).

Es patente mi querencia por la literatura norteamericana, por lo que me frustra enormemente no haberle hincado todavía el diente al gran Gaddis. Me refiero al Gaddis voluminoso, claro, porque al menos sí que pude leer Gótico carpintero que quizás sea, junto con Los pichiciegos, mi otra gran lectura libre del año. Pero ahí tengo Jota Erre y Los reconocimientos, cuyo tamaño hace las veces de recordatorio: esto no te lo vas a leer en tu puta vida, FGM… ¡Y lo sabes! 😉

Me compré Historias del arcoíris de Vollman para nada. También La calle Great Jones de Don DeLillo que, aunque muchos me habéis dicho que no es su mejor obra, tenía ganas de leerla porque al parecer trata sobre música y está ambientada en los años sesenta (¡mis dos temas favoritos!).

Otro que tiene que ver con la música y que por ahí debe estar muerto de risa es el Pero hermoso de Geoff Dyer que tanto Manolo Haro como Coradino Vega me recomendaron hasta la extenuación. Algún día lo comentaremos, amigos, aunque no será en 2014.

Y continuando con la onda literaria-musical, si hubo un libro este año que yo tendría que haber leído y reseñado, ese fue Una casa de tierra de Woody Guthrie. Mi América profunda, mi cantante folk metido a escritor, el verdadero cronista del Dust Bowl… Pues ni con esas. No dio tiempo. No se puso a tiro. No sé.

Tampoco sé por qué no me decidí nunca a leer al inglés Edward St. Aubyn. La entusiasta reseña que le dedicó Sara Mesa a la saga de novelas protagonizadas por Patrick Melrose lo hacía irresistible.

Del mismo modo, no terminé de encontrarle el hueco a La revuelta del pueblo cucaracha, de mi abogado samoano favorito: Óscar Zeta Acosta; y ya barrunto que me pasará lo mismo con El monstruo de Hawkline del pirado Richard Brautigan, por citar dos referencias de esas que uno cree que se publican en el mercado español solo para él.

Otro de mis escritores favoritos, Jonathan Lethem, sacó hace poco nueva novela: Los jardines de la disidencia. La compré para regalo. Y ese ha sido todo mi contacto con ella. No he vuelto a hacer el más mínimo amago por conseguirla. ¿De dónde viene esta apatía? Debe de venir del mismo sitio que me llevó a reseñar La parte inventada de Rodrigo Fresán sin haberla leído.

Los otros dos españolitos que me he quedado con ganas de leer este año son Javier Pérez Andújar (tuve la suerte de que me regalaran Catalanes todos, y ahí sigue, sin abrir) y Juan Bonilla (con su premiado Prohibido entrar sin pantalones, y eso que lo tengo dedicado por el autor. ¡Ni con esas!).

Pero lo más flagrante del año, el hecho que marca todo mi 2014 es que me compré, dándome muchísimo pisto y en un ejercicio de “hipsterismo” extremo, el Al límite de Thomas Pynchon en inglés. Como ya os podéis imaginar, ni lo he mirado. Así que, ahora que ha salido traducido, me he impuesto la estúpida penitencia de no leerlo en español. Y yo ya me estoy viendo lo que va a pasar con él…

Claro, con este plan que llevo de lecturas apartadas, parece lógico que no haya sido capaz de encontrar este año grandes obras, de esas que se te quedan incrustadas en la retina para siempre. Si tuviera que destacar algo diría que Tom Wolfe me la metió doblada con Bloody Miami y me hizo pasar un verano de lo más divertido, aunque he de reconocer que solo Robert Coover ha sido capaz de deslumbrarme con su imponente La hoguera pública. Ah, y las memorias de David Byrne sobre Cómo funciona la música me parecieron de lo más interesantes.

De la producción patria, más de lo mismo. Tampoco es que haya leído mucho (tengo la sensación de que he leído más manuscritos -cosa que espero no tener que volver a hacer en mi vida- que obras publicadas) pero si me tengo que quedar con algo, que sea con las sorpresas: Far Leys de Miguel Ángel Oeste, me pareció un producto muy sólido, con el aliciente de tener al fantasma de Nick Drake deambulando por sus páginas; reconozco que empecé a leer el Escarnio del amigo Coradino casi por obligación (no por su parte, que conste, sino por las circunstancias) pero, el autor ya lo sabe, al final la novela me conquistó plenamente el corazón; y luego está esa mente maravillosa que se hace llamar Colectivo juan de madre cuya original, arriesgada y entretenidísima (no olvidemos este adjetivo nunca, por favor) propuesta literaria debería estar, a mi juicio, en todas las listas «oficiales» de lo mejor del año. Por último, mencionar que me lo pasé en grande con las correrías de Pedro Luis de Gálvez, reivindicadas con mucho tino por Quico Rivas.

Será que es la primera vez que hago un repaso de este tipo, pero al mirar atrás me quedo con la ¿injusta? sensación de que lo verdaderamente bueno del 2014 me lo dejé en la estantería. O quizás es que el año no me ha dado más de sí. O que yo no sé elegir las lecturas, o que el tiempo se me come la vida, o que está la cosa regulera, en general… Está claro que no hay tiempo para todo, que leer tal cosa supone dejar de leer otra. Está claro que me obsesiono (yo solo) con leer para reseñar, y eso conlleva ciertas servidumbres, pero… si ahora viniera un ángel, como Clarence, el de ¡Qué bello es vivir!, y me hiciera repasar mis lecturas del año en una vida paralela en la que yo no formara parte de EC, ¿qué saldría en ese resumen?

Repasar es hacer balance, es mirar atrás, y gracias a ello he podido recordar la verdadera razón por la que me puse un buen día a comentar libros en voz alta: sí, es evidente que me lo paso bien, que me gusta hacerlo, pero en el fondo esto lo hago, simple y llanamente, para obligarme a leer. A leer más y mejor. Soy yo, con mis propios correos de angustia, esos que todos los estadistas padecen semanalmente, el que me pongo las pilas a mí mismo. ¡Yo también vivo bajo los correos de FGM! Y estoy bastante convencido de que si no colaborara en EC no leería prácticamente nada. También tengo clarísimo que sin EC no sería consciente de que se me han pasado tantas buenas lecturas este año. Así que: gracias, estadistas, por «obligarme» a leer; gracias por soportar mi lluvia de correos; gracias por hacerme ver, de forma tan contundente, lo que le voy a decir al próximo que me sugiera que os deje.

Feliz entrada de año a todos.

admin

3 comentarios

  1. Seguro que lo de Bonilla lo solucionas pronto. Seguro que te gusta.

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