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Billete de ida y vuelta

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JOSEGA REAL | Un profesor de la Facultad de Periodismo nos contó que Ana María Matute le confesó: “los libros se leen o se escriben, pero no se para uno a hablar de ellos.” A veces la mejor forma de admirar a una escritora es desoír sus consejos. Recorrer el camino inverso. Siempre hay honrosas excepciones. Y Gente que se fue es una de ellas. Es un libro que merece una reseña precisa, concienzuda y perspicaz. Algo que el lector quizás encuentre en los suplementos culturales de los muchos periódicos por los que ha pasado su autor: David Gistau. A un tipo tan grande como él, con talla de púgil y barba de vikingo, le vienen pequeñas las columnas diarias. Círculo de Tiza lo sabe, y por eso le ha abierto la veda con un libro donde aflora un vergel de prosa brillante, costumbrista y canalla.

Pone la mirada del reportero de camisa caqui que sigue siendo al servicio de un estilo ágil y divertido que ya quisieran para sí algunos figurones de las letras españolas. Si Philip Roth decía que escribir era “bajar a la mina”, este autor ha subido a la superficie con un saco de pepitas de oro bajo el brazo. La obra está compuesta por una novela corta que da nombre al libro y una veintena de artículos narrativos publicados en XL Semanal. Prescinde de alharacas y le imprime a cada historia la dosis justa de intriga, drama, humor y sensibilidad. Gistau aboceta posibles novelas que anidan en el umbral de los cuentos. Tortura al lector colocando el punto final donde debería empezar el siguiente párrafo. Le prepara el cóctel que ilustra la portada, pero tan solo le sirve tragos cortos de los Negronis que bebe uno de sus protagonistas.

En sus páginas resuenan las voces de Carver y Cheever, especialistas en escenas peligrosas, en desnudar las miserias de tipos atropellados por las decisiones equivocadas en los momentos más insospechados, arrojados al abismo de la soledad y el fracaso, vidas frágiles que oscilan de un margen a otro sin escapatoria. En Gente que se fue hay poetas engalanados que se codean con aristócratas irascibles en fincas castellanas y escritores frustrados que pululan por los bajos fondos de un Madrid que devora sueños como un Saturno de asfalto y hormigón. Las historias desprenden un halo de realismo descarnado que se burla de ciertas imposturas modernas que terminan arrancando al lector una sonrisa culpable. O cómplice.

La nostalgia de la infancia también palpita con fuerza en el libro, tanto en la pérdida de un ser querido a una edad temprana como en la particular venganza de un chico a su ingrata vecina inglesa. Su pluma es un faro que guía al lector por lugares recónditos, salpicados de sangre y alcohol, gobernados por vicios de rayas blancas y fustas negras. Dirige un elenco de personajes tan extravagantes que resultan verosímiles, por el seguimiento exhaustivo a la actualidad de un autor más acostumbrado a firmar crónicas a contrarreloj en la tribuna de prensa del Congreso que a alternar con las musas en el Parnasillo de la ficción.

En una entrevista en EsRadio, Gistau le contó a Jiménez Losantos que fue Arturo Pérez Reverte quien  le pidió que dejara uno de estos relatos tal cual.  No veía mimbres de novela ante la falta de una trama sólida. Tendrá que hacer con él lo que aconsejaba Benedetti sobre Vargas Llosa: “hay que leerlo, no escucharlo.” Ojalá nunca siga el ejemplo de sus personajes, y permanezca cerca de sus lectores. Y si los abandona, que compre un billete de vuelta y nos cuente en su próximo libro lo que ha visto. La literatura, al fin y al cabo, no es más que un viaje.

Gente que se fue (Círculo de Tiza, 2019) | David Gistau | 204 páginas | 20 euros | Prólogo de Javier Aznar

 

 

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