
TOMÁS HERNÁNDEZ | Una poesía completa es, inevitablemente, una biografía. Así he leído La guarida inútil de Álvaro Salvador, que recoge medio siglo de poesía (1970-2023). La he leído como quien lee la biografía de un ser humano, pero también como quien abre un breviario de la vida interior. Podemos ver los nombres de ciudades, Florencia, Nueva York, los bares “con el sabor de la ginebra en los labios”, las músicas que escuchaba, pero también el amor, la soledad, las pérdidas, la muerte, la desgana, el desaliento, el erotismo más desnudo, la alegría, la perplejidad y el asombro ante las bañistas de Ingres.
Todo ese mundo se expresa con un discurso ideológico intencionado, que rompa las barreras y emocione. Hay siempre en la escritura una actitud, el tono del poema, el aliento. En Álvaro Salvador casi siempre es un tono arrebatado, aunque el motivo sea tan cotidiano como bajar a los sótanos de la casa. Esa rutina se convierte en un descenso a los infiernos si se vive bajo una desgracia, los días del miedo y la pandemia. Eso sucede, por ejemplo, en “Walking around underground”, grandísimo poema.
En la biografía vemos cómo va creciendo el hombre y haciéndose el poeta, libro a libro, pero también asistimos al desarrollo de un “vivir hacia dentro”, que decía Juan Ramón, y que encuentra en la poesía su mejor modo de expresión. En el magnífico poema “El día que mataron a Sharon Tate”, los sucesos relatados se transforman en experiencias personales, intimidad secreta. Lo mismo sucede en otros de esos largos poemas donde Álvaro Salvador se mueve con maestría y eficacia excepcionales. En “Hospital real” la belleza del edificio convive con la locura de los enfermos encerrados. En mi infancia vi esa escena, que nunca he olvidado, desde el ventanuco de la casa de un familiar, Cartuja, número 1, que daba a esos patios y vi esas vidas vacías de sí mismas buscando un sitio al sol en las paredes. En “Los oficios”, nuevamente conviven la belleza y el hombre. “No reparo en los altos ventanales… mis ojos no se paran en las limpias arcadas… ni en los hermosos nichos… Aquí hubo mercaderes y hay belleza”. El poema, de los que conmueven con fuerza, está construido sobre esa oposición, lugar de encuentro y mercadeo al que ha sobrevivido la belleza. Pero, sobre todo, más que el esplendor de “salones, vastas estancias” o la placidez “en las aguas del Arno, tibio y sereno”, más alto que eso es el afán del hombre y la búsqueda: “Mis ojos que penetran derechos a tu encuentro, / presos en la mirada del ángel de la tarde”.
El amor, constante y leit motiv en todo el libro, se evoca, a veces, de una manera indirecta, a través de un lugar compartido al que volvemos, las casas que habitamos, reaparece en un objeto, “todavía llevo / tu tiempo colgado en mi muñeca”, lo trae una canción, un gesto que reconocemos. En el año 2022, Álvaro Salvador publica una antología de algunos de sus poemas de amor, Una flor de alegría. En la reseña sobre ese libro hablaba yo del caleidoscopio de esa poesía amorosa y de ese aparecer y desaparecer, como ya hemos dicho antes, y hacerlo desde varias perspectivas. Porque la variedad de sucesos biográficos se acompaña con diferentes registros poéticos. Unas veces es la confesión, otras una fascinación, la “philocaptio” que decían los clásicos, la contemplación compartida y trascendida de “La otra en el diván”. En otros registros habla con la ingenuidad de los boleros, “Tu forma de amar” o un tono sentencioso o irónico.
La evocación de las casas y el amor, o desamor, que hubo en ellas, son siempre motivos paralelos. Y en este revivir los lugares se crea siempre una atmósfera de alegría compasiva. Aunque esas casas sean ruinas en la memoria, fueron cama de amor, lectura compartida. Algunos de los poemas de Álvaro Salvador que más me gustan hablan de esta experiencia. “Muntaner 62, 4º-1ª, que, desde el tono irónico del primer verso, con son de Gil de Biedma, se remonta luego a un recorrido por la ciudad, las noches, los bares, los libros, los amigos. “Leo House”, “una antigua posada católica”, o “Las casas de una vida”, “mi vida en doce casas” escribe. En los primeros poemas de “La guarida inútil” leemos: “Tu infancia son perfumes / de un carmen granadino”, y en los últimos poemas, en el conmovedor “Aguaparra”, vuelve el poeta a la casa primera, abierta al campo, “música de cencerros, la mañana / ritmaba en el barranco / envuelta por gorriones y vencejos”. Y la manera, arrebatada, de hacer suyo ese mundo: “¡Qué mañana tan fuerte te vencía! / Qué renacer diario demostrabas”.
Decir amor es, también, decir erotismo en la poesía de Álvaro Salvador. Son muchos los poemas de este género en La guarida inútil. Sobresalen, o son mis preferidos: “Siesta en Villa Médicis”, “Gacela del joven ignorante”, “hay en su boca una promesa herida: / la sazón de la fruta en primavera”. “La otra en el diván” con un tono y un imaginario entre Espronceda y Neruda. “El pornógrafo», una enumeración escueta con ritmo de intriga. “La pequeña bañista” o “Lolita apelotonada”, “si en el ambiente flota la tentación / no es culpa de Lolita”. A veces, la intensidad amorosa y erótica se rebaja con unas gotas de ironía. En “Tratado del amor pagano” comienza con un verso de resonancias clásicas, “Si en batallas de amor sientes derrota” para terminar la estrofa con un ritmo de ranchera, “que te vas, que te irás, que ya te has ido”. Ironía por contraste conceptual y expresivo. La misma clase de ironía en los dos poemas en espejo, “La chica ideal” y “La chica extraordinaria”. “A la chica ideal le gusta rodearse / de gente interesante, divertida y locuaz”, mientras que de su contrapunto se dice: “Esta chica se encuentra casi siempre en los bares”.
Asimismo la amistad, su pérdida también, es experiencia y poema en La guarida inútil. Por no cansar con las referencias, citaré únicamente el poema, “Los molinos de tu espíritu”. Un homenaje a una canción y un diálogo, desgarrador y lleno de ternura, con el amigo muerto. O su reverso, el demoledor poema, “El fracaso de Dorian Gray”. Pero triunfa la amistad con mucho, como podemos ver en las páginas de gratitud que ocupan sus dedicatorias.
Aunque poeta de tierra adentro, el mar es una presencia reiterada en la poesía de Álvaro Salvador. El mar de sus años en Málaga o el apacible rincón en un extremo de la bahía de La Herradura. El mar, como extensión de azul que ve desde su terraza hasta el límite nocturno del Faro Sacratif, y el mar de los veranos bulliciosos, indolentes: “Yo contemplo desde el balcón a las muchachas, / medio desnudas, hermosas como diosas”. El mar, también, de los atardeceres de otoño. El fervor, la poesía, los viajes, muchas lecturas, el amor trascendido más allá de la experiencia son el leit motiv, la urdimbre de estos libros.
Señala Gracia Morales en el Prólogo a La guarida inútil la coherencia poética de la poesía de Álvaro Salvador, la lucidez crítica, la preocupación social, el carácter materialista, ideológico de su obra. “SEA”, como dice el poeta, “instrumento consciente de acción para la historia”.
Tomás Hernández es poeta y firma invitada de Estado Crítico.
La guarida inútil (Fundación José Manuel Lara, 2025) | Álvaro Salvador | 584 págs. | 25€