VICTORIA LEÓN | “Haríamos bien en no olvidar que la esencia de la personalidad de Byron no es la angustia ni la melancolía, sino la contradicción”, escribe Lorenzo Luengo en el extenso prólogo (casi una monografía digna de edición exenta) a su traducción anotada de estos diarios. No es gratuita la advertencia, porque esa es una de las claves con las que el lector debe adentrarse en ellos, sin buscar ningún tipo de orden, sistema ni argumento lineal.
Acercarse al sexto barón de Byron en toda la complejidad magmática de su personalidad de rostros y máscaras múltiples (el poeta maldito, el héroe, el antihéroe, el frívolo, el pesimista, el seductor, el escritor brillante, el personaje literario) siempre requiere desprenderse de prejuicios y de ideas preconcebidas. Pero ello sucede más aún en las páginas de estos diarios que sirven para dejarse llevar, de la mano de uno de los talentos y personalidades más singulares de la historia literaria, hasta los rincones más íntimos de su espíritu fogoso y burlón, atrabiliario y amable, desenfadado e intenso.
Son estas páginas de trato íntimo y distancia corta con el lector escritas en Londres, Suiza, Rávena, Pisa y Cefalonia, los cinco grandes actos de su corta vida, donde Byron se nos presenta tal cual es en cada momento en que se asoma a la página en blanco de sus diarios. Caótico, espontáneo, ciclotímico, escribe en ellos en todo momento al calor del impulso y tal como le va dictando la memoria, sin ninguna pretensión de sistema, rigor o continuidad. Enemigo de la corrección incluso en su obra literaria, no parece que sometiera a revisión de ningún tipo unas entradas que lo mismo hablan exhaustivamente de los avances de su última composición que de la digestión pesada de la cena de esa noche o de las copas de buen clarete de la víspera que no le dieron resaca. Los cambios son rápidos y vehementes. Como su pensamiento y su carácter. No es casual que se refiera de forma casi obsesiva a su temperamento atormentado y tormentoso. “Mi notorio mal genio”, como él mismo lo llama.
Aunque muchas veces el lector pierda el hilo de ese vendaval de ideas encadenadas, también hay mayor y más honda introspección de la aparente. “He pensado mucho en los pesares de la separación, en lo poco que vemos a aquellos a quienes amamos y en los siglos que sin embargo vivimos por momentos, cuando estamos juntos”. “Creo, o al menos dudo, lo cual es el ne plus ultra de la fe mortal”. Hay también mucha reflexión sobre el acto de escribir. “Separar mi yo de mí ha sido siempre mi único, mi absoluto, mi más sincero motivo para dedicarme a la escritura”, confiesa. Es frecuente la mirada retrospectiva a su andadura vital: “Algunas cosas del pasado me han dejado insensible, y lo único que ahora puedo hacer es convertir la vida en diversión y observar mientras otros actúan” aunque la mayoría de las páginas hablen del presente o incluso se proyecten al futuro en forma de deseos, temores y esperanzas. Y, por supuesto, hay ingenio y estilo de brillante orador y conversador ameno; pero literatura será probablemente lo que menos encontrará el lector en estos diarios en los que Byron se limita a hablar consigo, para observarse como otro y distanciarse de sí. Acaso en un diálogo terapéutico en el que busca refrenar sus pasiones y serenar su palpitante ritmo vital.
Aunque por sus páginas desfilan fogonazos de historia, fragmentos de crítica literaria, personajes de la vida social, política y literaria de su tiempo, el tema central de los diarios siempre es Byron mismo. Un Byron sin máscaras (aunque alguna pose coqueta ensaye a solas ante el espejo de la página de vez en cuando). Un Byron según Byron que desciende del pedestal del mito y se nos presenta como hijo de vecino. Un hijo de vecino que resulta ser un individuo de lo más interesante.
Diarios (Galaxia Gutenberg, 2018) |Lord Byron | 384 páginas | 22.50 € | Traducción, introducción y notas de Lorenzo Luengo