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Cacao (maravillao) procedimental

“Como comienzan muy temprano su jornada/ al cuarto de hora van por café y por media tostada.”

                               -‘De plaza en plaza’, chirigota del Yuyu.

JOSÉ MARÍA MORAGA | Una persona muy sabia solía decirme que de los tres votos monásticos, los funcionarios públicos estaban obligados a cumplir dos: los de pobreza y obediencia. “El de castidad” –decía este hombre, que era funcionario- “de momento no”. La función pública en España tiene una gran importancia en el imaginario colectivo, tótem (in)alcanzable para muchos, corral de privilegios para muchos más. A día de hoy, no es raro leer a Alberto Olmos despotricando contra los funcionarios o escuchar una copla satirizándolos en el carnaval de Cádiz. Imprescindible para cualquiera que pretenda leer sobre el tema conocer la novela Miau de Galdós, publicada ya en 1888. Es curioso, no obstante, cómo dos de los textos sobre oficinistas más arraigados en el acervo popular, Bartleby, el escribiente de Melville y el «Vuelva usted mañana” de Larra se referían a empleados del sector privado, pero mutatis mutandis, no hay quien no los asocie ya a la tan temida como admirada Administración Pública.

En este panorama irrumpe Sara Mesa con Oposición, una novela ambientada en el entorno de la administración que explora el ecosistema funcionarial hasta las últimas consecuencias. Por supuesto, la historia no se agota en la descripción o sátira que pueda haber de los funcionarios, sino que presenta el conflicto de una heroína moderna, una heroína administrativa frente a un mundo de papeles y correos electrónicos que la envuelven. Sara Villalba, joven funcionaria interina sin experiencia, empieza a trabajar en la sede de unas consejerías autonómicas como Astérix y Obélix acudieron a “la casa que enloquece” y al principio todo le resulta extraño. Poco tardamos en darnos cuenta de que nos encontramos ante una de esas protagonistas de Sara Mesa aparentemente apocadas pero plenas de recursos heterodoxos para enfrentarse a un entorno hostil, como sucedía en Cicatriz o Un amor.

Por la novela transitan personajes emparentados con Bartleby, empezando por la protagonista, aunque si el escribiente de Wall Street “preferiría no hacerlo” hasta llegar a morirse, la funcionaria de Oposición diríase que “preferiría hacerlo”, porque no le dan trabajo y –al principio al menos- la tienen amargada. Transitan personajes de la estirpe de los cesantes galdosianos como aquellos de Miau que escribían coplillas  en sus horas de trabajo. Papiroflexia, poesía vanguardista, cría de gatos, todo es válido para rellenar las horas de una jornada laboral aparentemente inflexible (aunque pronto se descubrirán las trampas) que a todas luces no basta para cargar a los empleados públicos con la faena que están allí para desempeñar.

Justo es reseñar que aparece también la figura de una funcionaria proba, Beni, quien se erige en aliada (no solicitada) de la heroína hasta el punto de devenir impertinente. Es tan buena funcionaria que le resulta imposible pensar fuera de los límites del esquema de la tenaz función pública o imaginar una plaza fija como algo no deseable. Acaso para ser capaz de soportar tanto lenguaje administrativo (“langue de bois”, como dicen los franceses), Beni recurre en sus ratos libres a la poesía, de una manera cuasi clandestina. Sorprendentemente, el lector descubrirá pronto que no hay tanta diferencia entre la rígida prosa administrativa  y la poesía experimental de Huidobro, Nicolás Guillén, Salette Tavares o los poemas improvisados de la propia Sara Villalba, surgidos “de la anomalía y el atajo”. ¿O acaso el uso lúdico que la protagonista da a los fragmentos que expulsa la trituradora de papel no recuerda a aquella máquina de hacer sonetos que ideó Raymond Queneau?

Quien espere una nueva La conjura de los necios no debe llamarse a engaño: Oposición no es un libro de risa, aunque contenga altísimas dosis de humor negro. Después de todo, nos encontramos ante una novela con el inequívoco sello de Sara Mesa, que no repite situaciones ni personajes pero tampoco abandona el tono de mal agüero presente en toda su obra. El conflicto aquí es otro (los conflictos), y se expresa mediante diversos malestares de la protagonista, ora relacionándose con sus compañeros y superiores (en especial con Sabina, una amiga “entrañable” de confusa conducta), ora con su labor en una oficina de atención al público fantasma, siempre con la omnipresente oposición. “Oposición” como conjunto de pruebas selectivas para los aspirantes a un puesto en la Administración Pública y también como resistencia, enfrentamiento y obstrucción; tal es el polisémico juego que la autora nos propone esta vez, a fin de cuestionar verdades y removernos por dentro.

En España siempre hablan mal de los funcionarios quienes no lo son y por tanto menos conocen los entresijos de la maquinaria, igual que siempre opinan sobre el Papa los ateos. Verdad que desde dentro también se critica al monstruo administrativo: ahora recuerdo a otra ejemplar funcionaria que siempre se refería a la delegación provincial de su consejería como “el castillo de irás y no volverás” cada vez que se acercaba allí a hacer un trámite. La pregunta que podríamos plantearnos  es: si Kafka volviera hoy, ¿se sacaría una oposición? Probablemente él sería quien hubiera redactado la convocatoria. Para ayudarnos a valorar estas cuestiones y darnos –de nuevo- un palito en el alma es conveniente leer esta última novela de Sara Mesa, quien una vez más da en el clavo con una asombrosa armonía entre forma y fondo. No se la pierdan.

Oposición (Anagrama, 2025) | Sara Mesa | 232 páginas | 18,90 €

admin

Un comentario

  1. Imposible dejar de leer «Oposición». Voy por la segunda relectura. Kafka la hubiera devorado.

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