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Cadena de mujeres

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ILYA U. TOPPER | Alguna lectora se acordará del furor que hizo, allá en el lejano 2008, un libro de una entonces jovencísima escritora catalana de apellidos magrebíes, Najat El Hachmi, titulado El último patriarca. Jovencísima no para publicar una primera novela – 29 años es muy buena edad – pero sí para ganar el máximo premio catalán (era diez años más joven que el escritor más joven en la historia del galardón). Alguna quizás también recuerde la crítica que escribí en M’Sur, no especialmente benévola, aunque no iba tanto contra la novela como contra lo que la crítica, entusiasta en su totalidad, hacía de ella. En resumidas cuentas, el perfil de un machista patológico, por real que fuese –que lo era, sin duda– no servía para mostrarnos las diferencias entre la cultura marroquí y la española (que es lo que pretendía la recepción del libro, empezando con la contraportada); sí habría servido para mostrar el proceso de criar monstruos en el que se ha convertido la emigración marroquí y especialmente la rifeña, si la joven escritora hubiera sabido perfilar este aspecto con más claridad.

Una joven escritora aprende, madura y mejora: a la segunda novela de Najat El Hachmi, La hija extranjera (2015) yo sí le habría otorgado un puñado de premios. Obtuvo un muy merecido Sant Joan, pero ya no la repercusión que tuvo la anterior obra: de alguna forma ya se había perdido el glamour de presentar al público un apellido marroquí y una melena negra muy rizada en un plató de literatura catalana.

Madre de leche y miel (2018) es una especie de precuela de La hija extranjera: juntos forman una obra a dos voces. Todas aquellas normas del patriarcado que asfixian a la joven inmigrante marroquí –narradora sin nombre– en la primera obra, todo aquello de lo que huye durante 235 precisas páginas, aquí se ve bajo otro prisma, otra luz. No, no se justifica. El patriarcado no puede justificarse, solo puede abolirse. Pero se coloca en su contexto. Se muestran sus raíces, sus ramas, los nervios por los que corre la savia patriarcal de generación en generación. Una cadena de mujeres, una mujer que encadena a la siguiente. Fatima n Zraismas n Ichata, Fatima hija de Zraismas hija de Ichata, nieta de aquella abuela de una aldea del Rif, es una víctima del patriarcado y lo sabe, se sabe oprimida, pero no puede evitar convertirse en cómplice, proyectar las mismas normas a su hija, Sara Sqali, encadenarla, joderle la vida como se la jodieron a ella.

No, no puede evitarlo. En esto reside la grandeza de la novela: entendemos que Fatima n Zraismas, una niña criada en un pueblo del Rif, entre un patio con gallinas y un río donde se lava la ropa, casada de adolescente porque ese es el destino de toda chica, no puede evitar reproducir los patrones en los que la educaron, por mucho que le dolieron. Ha sufrido, pero no se ha rebelado. Ha estirado hasta los límites la libertad de movimiento que le otorga la aldea: coger a la hija de de siete u ocho años y viajar a España, sola, sin saber siquiera el idioma, para localizar a su marido emigrante desaparecido es un acto de enorme valentía. Quedarse allí, trabajar, criar a la niña sola, ser madre soltera a efectos prácticos, lo es aún más.

Pero rebelde a efectos prácticos, Fatima n Zraizmas no lo es desde la mente. No es madre soltera: es una mujer casada y decente. Ha conseguido guardar su tesoro más preciado, su virginidad, hasta el día marcado, y ni siquiera es un matrimonio forzado: le gusta el chico cuyos mayores traen el azúcar para pedir su mano, casi se puede decir que es una boda de amor. Lo es de parte de él, si se puede llamar amor el sentimiento de deseo hacia una chica con la que uno ha intercambiado tres frases. Pero ella le ha sonreído, y también ha sentido su cuerpo tensarse, y si llora es porque es muy chica para separarse de su casa, sus hermanas, su madre, Zraizmas n Ichata, no tanto porque teme al hombre: le tiene curiosidad.

Fatima n Zraizmas se puede considerar afortunada: durante los breves meses que dura lo podríamos llamar una luna de miel, y aunque el hombre no sabrá escuchar su cuerpo –¿qué hombre lo sabe?– , ella sí disfrutará. Y usted se puede considerar afortunada, lectora: es raro que en una novela escrita con una voluntad casi antropológica, la autora tenga el valor de narrar, con la misma entrega y minuciosidad con la que describe la faena de amasar pan, las pulsaciones eróticas de la protagonista.

He dicho casi antropológica, pero le puede quitar el casi. Si usted quiere escribir un trabajo académico sobre la cultura del Rif, no dude en citar Madre de leche y miel. Ayudan a esto las seis páginas de glosario, que recogen algo más que términos locales: también costumbres y creencias. Un pequeño tesoro que la autora ha sabido guardar de su infancia.

¿Es una novela costumbrista, pues? Tiene mucho de esto, por supuesto, en las partes que transcurren en  la aldea del Rif, contadas en tercera persona. Y tiene mucho de novela sociológica a lo Dickens en los capítulos que transcurren en la pequeña ciudad catalana, pero aquí, rifeñizando el discurso, tenemos a Fatima hablando en primera persona: como habla una campesina marroquí frente a un mundo que le es ajeno, en el que se sumerge pero que nunca llegará a comprender de verdad, que solo puede intentar contemplar a través de los ojos de su hija, Sara Sqali.

Este monólogo de doble vez, muy equilibrado en la primera mitad de la novela, se va inclinando hacia un mayor peso de costumbrismo de aldea y pierde agilidad el último tercio del libro… antes de resolverse con contundencia en las últimas 40 páginas, aquellas que ponen el cierre a la trama, un cierre rotundo, circular, como ocurre en las buenas novelas.

Y luego está el epílogo que vuelve a abrir este círculo y lo convierte en espiral hacia un nuevo tiempo. En medio, en esta página en blanco insertada entre el último capítulo del libro y la ‘Carta sonora de una madre’ –llorará con ella, se lo aseguro– hay otro libro entero oculto: es La hija extranjera. En otras palabras, el epílogo pone fin a ambos libros juntos.

Pero no, no importa en qué orden se leen. Cada uno vale por sí mismo. Juntos son una obra admirable. Muy necesaria. Porque no solo está bien escrita. También ayuda a entender de dónde viene el patriarcado, cómo se transmite de madre en madre, y por qué es tan dura, tan condenadamente dura, difícil y desgarradora la rebelión imprescindible de Sara Sqali. Es decir, la de las marroquíes criadas en España. La de Najat El Hachmi.

Madre de leche y miel (Destino, 2018) | Najat El Hachmi | 384 páginas | 20,50 euros

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