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Café en el Florian con Mister James



Los papeles de Aspern

Henry James

Tusquets, 2010. Colección «Fábula»

ISBN: 978-84-8310-731-7

106 páginas

7,95 €

Traducción de José María Aroca

Manolo Haro

Como es sabido, la gran contribución de Henry James (Nueva York, 1843-Londres, 1916) a la novela descansa sobre el asunto del punto de vista. Una de sus obsesiones fue la de amordazar al gnarus total de la novela decimonónica. Para ello recurrió a diferentes estrategias de ocultación. El lector de James ha de dejarse llevar por lo que su narrador cuente, y será el propio lector el que le dé a éste el ‘status’ de credibilidad y honorabilidad según vaya avanzando la historia. Sus novelas y sus cuentos reclaman siempre unos sentidos atentos para discernir quién habla, pero también para saber qué se nos está ocultando. En los primeros compases de sus escritos de ficción la pelota salta de tejado en tejado; cuando pensamos que ya está apoyada definitivamente en el canal del desagüe por donde avanzará, da otro brinco y se planta en el techo de enfrente.

En cuanto a de dónde nace el universo jamesiano, los Cuadernos de notas (Destino, 2009) del autor –no ocurre siempre así con los libros de esta clase– constituyen una perfecta guía de cómo oler la anécdota, darle empaque narrativo y hacer de un chisme aparentemente sin importancia el motor de una historia compleja. Cenas, viajes en tren, una carta leída en la noche londinense, un libro enviado por un admirador, etc. le servían a James para desplegar su capacidad de imaginar situaciones. Luego vendría lo de buscar una voz adecuada para relatar a pie de hogar todo eso que lograba captar de tantas fuentes. “El otro día se me ocurrió vagamente…”, “el otro día me contaron…”, “bailotea ante mí otra pequeña posibilidad emanada de algo débilmente sugerido por…”, así se abren sus apuntes, a cuya vista el mundo resplandece en forma de telas tornasoladas que ondean bajo el efecto del aire que sopla desde la imaginación del norteamericano.

Precisamente la anécdota que da lugar a Los papeles de Aspern (1888) figura en su cuaderno florentino del 12 de enero de 1887: un tal Hamilton le refiere que un crítico de arte bostoniano adorador de Shelley, el capitán Silsbee, tenía conocimiento de que la anciana Miss Claremont vivía en Florencia con su sobrina. También sabía que la señora había sido la última amante de Lord Byron y que conservaba en su casa cartas entre éste y Shelley. Su plan, trazado con la obsesión del buscador de tesoros, consistía en pedirles alojamiento, esperar a que la vieja pasara a cortejar a su amado Byron en el Infierno y hacerse con los papeles. Pero la cincuentona sobrina, soltera de por vida y sola ahora bajo los rigores de la edad, únicamente admite que el capitán llegue a los legajos si pasa antes por el fielato de su corazón y accede a casarse con ella.

James destila artísticamente el asunto tramando sus hilos a partir de casi los mismos personajes (con alguna pequeña desfiguración) que le ofrece la anécdota; sin embargo, pienso que el cambio de ciudad (Venecia por Florencia) no es un mero capricho. Si bien es cierto que ‘La Serenissima’ está apenas esbozada a partir de unas pinceladas costumbristas en las que se nos presenta la ‘Piazza de San Marcos’, ‘La Piazzetta’ o el ‘Florian’ para conferirle a la ‘nouvelle’ el aroma local que sus lectores le exigirían, Venecia encaja mejor que ‘Firenze’ con lo que se quiere contar: una anciana confinada junto a su madura sobrina en una ‘palazzo’ gigantesco, norteamericanas excéntricas que habitan paupérrimamente un edificio ruinoso, con un jardín abandonado a la suerte del tiempo y que apenas tienen contacto con la vida que fluye por los canales. El narrador innominado es un editor especialista en el poeta Jeffrey Aspern que llega de Londres con el único interés de hacerse con los manuscritos guardados celosamente por la moribunda Juliana Bordereau. La historia avanza lentamente, con el ritmo de una góndola bogando por el Gran Canal. James introduce el remo en el verde esmeralda de las aguas estivales. El resultado es la quietud, el azul del interior de los grandes salones, el calor dulcificado en la noche por los ventanales abiertos de estancias polvorientas y, por detrás, la compleja arquitectura de unos personajes inesperados y complejos, construidos con una concisión estilística que, a pesar de ello, se muestran como una gran pintura. Es probable que ciertos matices de investigación detectivesca le otorguen a la obra unos tintes no pretendidos que animen a los no jamesianos a proseguir el viaje.

Edmund Wilson, en “La ambigüedad de Henry James”, un largo artículo dedicado al autor de Los papeles de Aspern, alude a la escasa introspección presente en sus escritos íntimos (cartas, diarios, cuadernos de notas, etc.). En cambio, contrapone a dicha cuestión el hecho de que fuera un estimable observador. Tal artículo, de sesgo claramente freudiano (se oye la risa de su amigo en trance de dejar de serlo Vladimir Nabokov a raíz de tales afirmaciones), muestra que James no ha sido adecuadamente leído ni por los titanes de la crítica. Si se le reprocha que también es así en sus ficciones, hemos de volver al primer párrafo de esta reseña e interpelarnos sobre si el punto de vista adoptado por el autor podría dar lugar a una introspección a la manera de Flaubert o de Dostoyevski. La respuesta es que no. A ello hay que añadirle que James sabe esculpir caracteres y regalarnos ínfimos gestos que el lector atento apreciará. A Henry James hay que leerlo con la espina dorsal preparada para los pinchazos.

Quizás el daño que le ha hecho Otra vuelta de tuerca (1898) a los ojos de muchos lectores sea irreparable. A esas alturas de la vida ya había dado sus obras maestras y su escritura se estaba adensando. Ese mecanismo de hacer un último nudo en el hilo narrativo ya venía practicándolo desde otra notabilísima ‘nouvelle’ como El mentiroso (1888) o en la misma Los papeles de Aspern, las dos publicadas el mismo año en que Rubén Darío colocaba su Azul en las librerías chilenas. En ambas el lector se va topando con giros inesperados que avivan siempre el fuego de la cocción y que hacen que nos volvamos a reencontrar con el gran James.

admin

2 comentarios

  1. Siempre es una alegría que se fomente la lectura de los clásicos, y siempre es una alegría leer las intrincadas reseñas de Manolo Haro. Leer a James, sin embargo, ha sido siempre para mí un suplicio. Me alegro de que haya gente que disfruta tanto con él.

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