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Calor

$photoName.gifANTONIO RIVERO TARAVILLOBenditas las lenguas que no se agostan, ni agotan, en su endogamia, lenguas que se abren o son abiertas; alfombras que guardan vilanos represados que se elevan por el aire o son vuelo ellas mismas, mágicas, por un cielo que conoce otras estrellas. Como toda lengua caudal, la española ha ido recogiendo voces de orígenes distintos que se han incorporado a ella con vigor, finura expresiva e inteligencia. Por aducir solo tres nombres actuales y cada uno grande a su manera, los poetas Fabio Morábito, Ioana Gruia o, este que nos ocupa, Ben Clark, de procedencia italiana, rumana o británica respectivamente.

Clark nació en 1984 en Ibiza, hijo de un escultor galés que como Graves, con conexión galesa también, se asentó en el archipiélago balear. Su estreno fue nada menos que con la obtención del Premio Hiperión (Los hijos de los hijos de la ira). Luego han venido Cabotaje (2008), Basura (2001), Mantener la cadena de frío (2012, en colaboración con Andrés Catalán) y La fiera (en la misma editorial Sloper donde ve la luz este poemario de 2016). También ha traducido a Edward Thomas y uno querría leer más versiones suyas, porque estoy seguro de que puede ofrecer algunas de las mejores que se publiquen en los próximos años.

Una de las misiones de la poesía –a un arte inútil hay que exigirle los más altos cometidos– es confundir, turbar, despistar, sacar de la zona de comodidad, así sea poniendo una chincheta en la poltrona. Los últimos perros de Shackleton lo consigue ya desde el título, incluida la ilustración de cubierta, que invita a patinar –sobre la nieve– y desbarrar. La expedición antártica del explorador británico no se toma aquí como materia narrativa para una novela, sino como correlato de, sobre todo, la azarosa peripecia que es toda relación de amor. El asombro continúa en el primer poema, “Canción de amor de dos guisantes”, estupendo homenaje a La tierra baldía, de la que toma lecciones de composición.

Sabe Clark emplear como nadie un verso musical al que no se le caen los anillos por incurrir alguna vez en una leve caída de ritmo, que lejos de ensombrecer alumbra los endecasílabos, por ejemplo –el verso preponderante en la mayoría de estas silvas–. También favorece, aunque no sea propio, algún juego de palabras que permite las bodas de la denotación y la connotación, así “You Only Love Once (Escuchando a Loussier en la cocina”). Hay otras alusiones a la música, como el magnífico “Rostropovich”. Ni este ni el anterior caen sin embargo en el culturalismo, sino que potencian la cotidianidad. Otros poemas que hay que destacar y que ya tienen sellado el pasaporte a las antologías son “El poeta del puente”, “El arrecife”, “Una habitación con vistas”, “Why Don’t We Do It on the Floor?”, “Envídiame, yo puedo amarte aún”, “Revolución” y “La hora del paseo” (hay un segundo poema titulado igual, con el numeral romano para distinguirlo, pero a mi juicio inferior). El poema final, sobre la matanza de los perros como una variante de la quema de las naves de Cortés, y como la destrucción del amor, también raya a gran altura y sirve, con su dicotomía entre hielo y ardor (lo que conserva y lo que tras quemar se apaga) como emblema de todo el libro.

Su ya nonagenaria Graciosa Majestad británica ha perdido un gran súbdito para su república de las letras. Lo ha ganado nuestro idioma, en el que afirmo –’read my lips’– que Ben Clark es uno de los autores que está haciendo ahora mismo mejor poesía en España. Su consolidada obra va siendo cada vez más, y aquí de manera aplastante, uno de los motivos por los que –Cervantes ‘rules’– otras lenguas se hacen lenguas de la nuestra. [Publicado en Buensalvaje España]

Los últimos perros de Shackleton (Sloper, 2016), de Ben Clark | 88 páginas | 12 €

admin

2 comentarios

  1. Excelente reseña del gran Antonio Rivero T,
    Conozco a Ben Clark, la persona y el poeta, y doy fe de que es extraordinario.

  2. Muchas gracias por el piropo, don Ignacio. Qué buenos lectores tiene Estado Crítico.

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