Nada que perder
Alfredo Félix- Díaz
Renacimiento, 2013
ISBN: 978-84-8472-820-7
80 páginas
10 €
José M. López
“Y quiero que sepas/ que espero que acabes/ colgando de un pino”
(Los Planetas)
La poesía de Alfredo Félix-Díaz podría definirse como políticamente incorrecta. Su segundo libro, Nada que perder, es una especie de cancionero amoroso, pero escrito no desde la clásica sumisión trovadoresca hacia la amada, sino desde aquel otro sentimiento más poderoso todavía que el amor: el rencor. La crueldad de la mujer no aparece en los textos, pero debe haber sido tal, que el poeta se rebela, dando lugar a una poesía dura y vengativa hacia la persona que antes idolatró. Esto no quita que los poemas de este libro no rezumen auténtico lirismo. Estamos ante una poesía dura y tímida a la vez. Debo reconocer que este lirismo me gusta. No soy de lágrima fácil, no me gusta que me lloren en las solapas de la chaqueta. Odio a Benedetti y no me hacen gracia las películas de Bridget Jones. Soy más de Isidoro Ducasse y El Hombre tranquilo. Sí, soy un machista y un misógino. Pero yo no escribo bien. Alfredo Félix-Díaz, sí.
Y es que para este mexicano el amor no es un sentimiento indudablemente unido a la bondad, ya que, cuando es auténtico, solo puede revelarse a través del horror o el sufrimiento. Porque en su libro nos habla del amor más intenso de todos: el no correspondido. Ante eso, el amante no se conforma y busca la venganza o el sufrimiento de la amada como única vía para su redención y paz final. “(…) <<¡ya no pido/ que me ames, vida mía! Solo quiero/ que mueras en mis brazos mientras muero>>”.La pasión insana que pulula por estos versos gangrena de tal manera el alma del amante, que este termina convirtiéndose en una especie de licántropo o vampiro que solo aspira a alimentarse de la sangre de su amada. De esta manera, encontramos a un original “yo lírico” que se deleita en actos realmente truculentos y hasta morbosos, como lamer la menstruación de la amada como única vía para su salvación o tranquilidad. Esta crueldad llega a su cumbre en el poema “Pavo”, donde el amante da rienda suelta a su pasión destripando el cadáver de su novia, y disfrutando, junto a él, de una agradable velada ante la chimenea: “(…) y seremos felices para siempre”.
Debo decir que, a pesar de las excesivas fronteras temáticas que llega a cruzar el poeta, dando lugar a tópicos que parecen moverse en un terreno muy alejado del lirismo, Alfredo Félix-Díaz consigue adentrarnos en unos parajes de autenticidad y poesía extrañamente bellos para, con elegancia y mesura, hablarnos sobre los difusos límites entre amor y odio, entre pasión y dolor. El poeta es consciente de que un sentimiento tan poderoso como el que hiere a los enamorados es una afección maldita, y como tal, solo puede ser producto del diablo. Sin embargo, esta lucidez no le ayuda a no caer, una y otra vez, en manos de ese malvado niño alado que intenta de nuevo engañarle al oído. Y se resigna, y se enfurece ante su impotencia: “Y yo le creo, carajo, yo le creo”. Y, como no podía ser de otra forma, de nuevo la bajada a los infiernos, de nuevo el tormento del enamorado que se ve traicionado por su amada, ante lo cual aparece el ya mencionado rencor, que no es más que otra manera de seguir recordándola, otra manera de amar. El círculo se cierra, finalmente, porque, cuando este rencor se encona, se transforma en violencia y muerte, y aquí llega el ‘fatum’ inevitable del que ya nos advertían las tragedias griegas, aunque Alfredo Félix- Díaz parece haberse fijado más en las rancheras de su tierra: “Te pareces muchísimo/a la mujer perfecta de mis sueños./ Tienes las piernas largas,/los mismos ojos grises,/pelo rubio… los mismos tiernos años/y la misma sonrisa/sensual que se transforma/de repente y me envuelve/en una absurda pesadilla”.
Nada que perder, y lo digo sin querer caer en el tópico fácil, es un poemario bastante mexicano. Y no sólo por el ya mencionado aire a rancheras que destila, rancheras que cantan el arrebato brusco en el que irremediablemente termina siempre la pasión. También es un libro que no se ruboriza por expresarse en su propio dialecto. El poeta salpica sus textos de mexicanismos que rebajan la densidad lírica, aguan un poco el poema y hacen que el sentimiento se torne en algo cotidiano y vulgar.
Pero la osadía de este poeta no solo se ciñe al contenido. Su estilo navega con insolencia entre Safo y Cirlot, entre el clasicismo y la vanguardia. Eso sí, siempre despreocupado. Utilizando estrofas que van desde el verso libre al soneto (algunos con más fortuna que otros) o el cuarteto arromanzado. Sí, poesía amorosa, irreverente, desesperanzada y con un punto de cinismo. Pero amorosa. Poesía que, bajo un fondo de arena y piedras, refresca y quema en la garganta. Como un tequila bien frío. Ah, y sin llantos, por favor.