EDUARDO CRUZ ACILLONA | Tengo escrito por ahí en las redes sociales, en esas cosas que a uno le da por englobar bajo el título o el hastag de “Ocurrismos”, una frase que dice algo así como que tenemos un problema serio cuando en inglés “tender” significa “tierno, cariñoso” y en castellano es “Acción y efecto de colgar la ropa para que se seque”.
Pero tenía que venir Carmen Camacho, quién si no, para hacerme ver la luz al final del túnel de mi ignorancia y demostrarme con palabras y versos que tender la ropa también es un gesto de ternura.
De esta forma, los alambres del tendedero se convierten en un pentagrama del que salen las notas musicales de la canción más bonita del mundo, la que uno escribe día a día, la que uno comparte con quien más le importa, la de las cosas íntimas.
Las vecinas, los vecinos, proponen argumentos colgados con palillos, cogidos con pinzas, que no es lo mismo que frágiles o dubitativos, más bien todo lo contrario. Y Carmen acepta el reto, los observa con detenimiento, los hace suyos y los convierte en belleza poética.
Así, una almohada, “pluma a pluma / porta dentro la vía láctea”.
Así, la tela que cubre un capirote de nazareno de la Semana Santa, “cual si un dios en apuros / traspasado por lances de lo humano / sabiéndose divino jodido en este cáliz / de ser señor del todo y carne viva”.
Así también, un pijama infantil se transforma en emocionante nana: “Con galletas de luna, / entre sábanas de leche, / sueña mi niño de sueño / del pijamilla celeste”.
Y así la sábana bajera de color rojo se convierte en “Desde entonces, / like The Rolling Stones, / izo roja, / bandera de madre, / la lengua suelta”.
Dice María Zambrano, en la cita que abre el último capítulo del poemario, que “Nombrar las cosas es despertarlas: despertar su resistencia”. Y lo que hace Carmen Camacho en este La mujer de enfrente no sólo es despertar las cosas sino darles vida, mirar dentro de ellas, traspasar su esencia y borrar su estatus de ropa húmeda para convertirlo en santo y seña de identidad de una personalidad universal. Porque la mujer de enfrente somos todas, porque nuestros objetos más cotidianos son los que nos definen y nos nombran, porque cada vez que ponemos nuestras prendas al sol de la ventana o de la azotea estamos publicando, quizás sin saberlo, un capítulo más de nuestra autobiografía. El traje de gitana, la camisa blanca, los peluches, los vestidos, el felpudo… El tendedero es un muestrario de nuestra vida más cotidiana.
Carmen Camacho ha dedicado parte de su tiempo a observar el tendedero de la vecina de enfrente. Y de la sociología ha hecho su poética, que no es más que convertir en universales los detalles. Que no es más… Ni menos. Porque eso es algo que sólo está al alcance de los grandes poetas como ella.
Leyendo este poemario he comprendido que no sólo no tenemos un problema con la palabra “tender” sino que poseemos la bendita capacidad de, a través de la cuidadosa observación, conocer algo más a nuestros semejantes más cercanos y, claro que sí, darle una oportunidad a la ternura.
La mujer de enfrente (Maclein y Parker, 2023) | Carmen Camacho | 120 págs. | 18,75€