EDUARDO CRUZ ACILLONA | Las ciudades, sostenía Manuel Vicent, también están en medio del campo. Será por eso que aquellas Soledades machadianas de principios del siglo pasado se han instalado ya en el centro y la periferia de las grandes urbes, conformando un paisaje donde la nostalgia es diariamente atropellada por el cambio frenético, por el aquí y ahora, por el presente sin pasado ni futuro.
Y son esos escenarios, o esas músicas de fondo si se prefiere, los que se muestran en este pequeño gran libro a través de dos relatos tan diferenciados y tan similares como la cara y la cruz de una misma moneda.
El primero de ellos, “Extraños en un tren (versión amarilla)”, traslada el clásico de Patricia Highsmith a un edificio donde viven dos ancianas, cada una en su piso y cada una con sus vacíos y sus silencios interiores, y con sus problemas, los comunes y propios de la edad, y los particulares de sus solitarias vidas, donde una tiene un perro enfermo y la otra un hijo fagocitador de su entorno.
Marta Sanz vuelve a mostrarnos su originalidad creativa abriendo el relato con una descripción de las dos ancianas partiendo del listado de medicamentos que consumen y de los alimentos que contienen sus respectivas neveras. Esa es, en síntesis, la realidad de las ancianas. Apoyándose en el género negro, la autora ofrece una salida liberadora a las dos protagonistas, consumidas por sus alrededores, arrolladas por sus circunstancias.
El segundo relato, “Jaboncillos Dos de mayo”, nos lleva a un castizo barrio invadido por la moda hipster. Dos mundos, dos formas de vida, que lejos de llegar a entenderse defienden su derecho de pertenencia. Transitando del género negro al del terror, vuelven aquí a enfrentarse la nostalgia y el vértigo, la tradición y la modernidad, las soledades de Machado y las bromas infinitas de Foster Wallace…
Son dos piezas de un retablo que pueden transcurrir en la misma calle del mismo barrio de una gran ciudad (Malasaña, en Madrid, es la explícita referencia de ellos), con personajes tan reales como los que nos cruzamos a diario camino del trabajo o del supermercado, con historias tan verídicas como las que escuchamos a nada que estemos mínimamente atentos a las conversaciones de los otros en el autobús o en la cafetería. Marta Sanz observa con agudeza y con mirada crítica y se aferra a la sátira para señalar, de manera incisa y crítica, la realidad más cercana. Sin metáforas, sin sesudos planteamientos filosóficos: la cotidiana realidad.
De trasfondo de ambos cuentos, la lucha por la supervivencia individual frente a la deriva colectiva; la búsqueda de la felicidad a costa de la no renuncia de lo ya conquistado; el aferrarse, en suma, a lo malo conquistado antes que a lo bueno que (dicen que) vendrá…
No puede terminar esta reseña sin dedicar una explícita y rendida referencia a las ilustraciones de Fernando Vicente, experimentado profesional que no sólo recrea aquí algunas de las imágenes de los cuentos sino que las enriquece, las dota de un sentido estético que aporta mayor valor si cabe al texto que estamos leyendo. Podríamos decir que las ilustraciones son una piel que se pega a la carne del texto para conformar un cuerpo íntegro, bello y muy sugerente. En ese sentido, aquí no hay una cara y una cruz, sino una conjunción de dos caras. Dos caras que te sonríen, te guiñan un ojo y te invitan a que las conozcas de cerca. Yo que tú me dejaba llevar.
Retablo (Páginas de Espuma, 2019) | Marta Sanz (con ilustraciones de Fernando Vicente) | 96 pags. | 17€