Denise Levertov
Hiperión, 2013
ISBN: 978-84-9002-015-9
87 páginas
10 €
Edición bilingüe al cuidado de Cristina Gámez Fernández y Bernd Dietz
Coradino Vega
El poeta más machadiano después de Machado que yo he leído —que acabo de descubrir— era de ascendencia jasídica, nació en Inglaterra, emigró a Estados Unidos, fue mujer y se llamaba Denise Levertov. Del desarraigo geográfico en el que transcurrió su vida parece que le quedó una individualidad no desapegada del entorno. Porque su obra estuvo muy anclada en lo real, en la percepción intensa de cada momento y de su tiempo, por más que —entre el judaísmo ancestral de sus antepasados y el espiritualismo católico en el que derivó en su última etapa— siempre hallemos una dimensión metafísica que tiene tal vez más que ver con un afán modesto de preguntarse por el significado original de la naturaleza. La poesía de Levertov nunca es grandilocuente. Preocupada por limar su tendencia inicial al neorromanticismo británico, tomó de William Carlos Williams la concreción local y su frescura palpable; de Wallace Stevens, el coloquialismo abstracto y la síncopa de su musicalidad; de la poesía norteamericana en general, el oído y la dicción y la plasticidad melódica a la hora de dibujar el paisaje por medio de la palabra.
Lo suyo es la revelación del misterio mediante la atención constante a las cosas, a sus detalles más nimios o en apariencia insignificantes, a la cotidianidad como forma de acceso a una trascendencia casi mística pero, también, como un modo de vida desnudo, ligero de equipaje, que aspira lo percibido y exhala poemas, según “A Cloak”. En Levertov hay una intuición muy consciente de cuáles son las parcelas de la emoción y la mente; sin embargo, de nada sirve cuando se trata de dar fe de la dignidad del ser humano y la naturaleza que lo cobija. No hay muchos poetas con esa capacidad de ponerse en la piel del otro y de respeto hacia los demás. La comprensión de la vida tiene mucho que ver con los ciclos de la naturaleza. Por muy triste o duro que pueda resultar el poema, a menudo queda a expensas de una visión celebratoria y sacramental que gravita por encima del tema. En la poesía de Levertov cabe todo, desde lo grande hasta lo pequeño. Y resulta muy spinoziana cuando persigue la reconciliación de contrarios, la fusión con los elementos físicos, la armonía del mundo que —como en “Cancion”— convierte a la mujer en aire, tierra y mar para transmutarla en portavoz involuntaria de una poesía entendida como organismo vivo, como la forma en la que las cosas hallan su medio de expresión.
Las imágenes de Levertov son limpias, de una vigorosa sonoridad cristalina que sólo muda a estridencia disonante cuando el motivo político, tratado con la poca complacencia de “Enquiry”, exige un lenguaje despedazado. Pero, por encima de la sombra, en esta antología predomina una vivacidad luminosa, la alegría de vivir y el silencio como actitud y consecuencia del asombro. Hay mucho de Antonio Machado, como también de Yeats, en la concepción del camino (“cada paso una meta”), del movimiento y del peregrinaje como transformación interior. Pero también en el silencio y en la quietud casi oriental, casi de haiku; en su calma tan austera como el poema que imagina que escribiría Machado a partir del agua en la pieza dedicada a él expresamente. Para Levertov, el pensamiento y el sentimiento se encarnan también en el lenguaje, de ahí que siempre esté al acecho de la precisión, de la autenticidad de las palabras; de ahí que se fije en lo que hacen los artistas que trabajan con otros materiales: en “The Sculptor” la transformación de la materia que realiza Chillida permite que cambie el devenir del agua y del viento, en “Dream Cello” se sugiere que el sonido del instrumento procede del sitio donde se ocultan las palabras verdaderas. De Machado parecen también sacados los proverbios de la última etapa, en el que el “sé tan poco” recuerda a su vez a la Wislawa Szymborska que dijo: “Mi ‘no sé’ no es una alabanza de la ignorancia y de los ignorantes. Es el resultado de muchos años de búsqueda”.
Habría que agradecer a los profesores de la Universidad de Córdoba Bernd Dietz y Cristina Gámez Fernández la selección de esta antología que sirve de introducción en español a la maravillosa poesía de Denise Levertov. A pesar del lenguaje pomposo y alambicado y tan poco levertoviano del prólogo, trazan muy bien la trayectoria de la autora e invitan con entusiasmo a que nos adentremos en su obra. Entre los poemas más antologados en el ámbito anglosajón insertan, sin saltarse el orden cronológico, una breve muestra de otros que se hacen eco de una tradición hispánica de la que Levertov —ya fuera por la estirpe judaica de su padre, ya por identificación emocional con los sefardíes expulsados de España en 1492— se sentía de algún modo heredera. Son poemas en los que, al tiempo que se toma conciencia con miedo de la pérdida del deslumbramiento, se acrecientan la perplejidad y el anhelo por penetrar en los colores, en la piedra, en los sonidos: en los mundos sutiles, ingrávidos y gentiles, como pompas de jabón.
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