Llamada perdida
Gabriela Wiener
Malpaso, 2015
ISBN: 978-84-15996-70-5
201 páginas
17,50 €
Sara Mesa
Este libro llega a mis manos más bien por casualidad, y es por curiosidad -y por su fácil portabilidad- por lo que empiezo a leerlo de inmediato. Esta suma de azares es afortunada: me atrapa desde el principio y lo acabo en tres días. Cada vez me atraen más estos productos híbridos, maleables, en los que los géneros se confunden: he aquí una mezcla de crónicas periodísticas, diario personal, reflexiones generales -ensayo ligero, en el mejor sentido del adjetivo- y hasta un cómic (con dibujos de Natacha Bustos), sobre temas tan distintos como la vocación literaria, la inmigración y la nostalgia de la tierra que se abandona, las relaciones de pareja y el sexo, los paradigmas económicos en tiempos de crisis, la maternidad o la muerte. Wiener siempre ha calificado su obra de autorreferencial más que de autobiográfica, en el sentido de que se ancla en la experiencia o en referentes reales aunque el núcleo no sea, necesariamente, ella -a veces lo es, a veces no-. Así, de la escritora -de lo particular- brota lo general, pero nunca con afán de generalizar. Este equilibrio entre lo privado y lo público se mantiene con elegancia, en la estela de sus admirados Emmanuel Carrère o Joan Didion, a quienes nombra en este volumen, y que, como ella, modelan literatura con la materia prima de la propia vida. “Creo que lo más honesto que puedo hacer literariamente es contar las cosas como las veo, sin artificios, sin filtros, sin mentiras, con mis prejuicios, obsesiones y complejos, con las verdades en minúscula y por lo general sospechosas. Hacerlo de otra manera sería presuntuoso por mi parte. Estaría engañándome y engañándolos”.
Esta propuesta, cómo no -y más cuando se habla de ciertos temas como el sexo… o, sobre todo, cuando se habla de sexo-, tiene sus riesgos. Por un lado los, llamémoslos así, riesgos internos: al hablar de nuestra vida, hablamos inevitablemente de la de aquellos que nos rodean. En este caso, la autora parece tenerlo claro y así lo ha manifestado en alguna entrevista: su actitud es impúdica, pero no irresponsable, y siempre prevalece el respeto, incluso dando a leer a los demás lo que les puede afectar directamente para llegar a una forma de consenso sobre lo que se publica y lo que se deja oculto. Hay un pasaje esclarecedor al respecto, cuando se refiere a su hija: “A veces me preguntan si me da miedo que ella lea las cosas que he publicado, que he ‘confesado’. Nunca he confesado nada. Hay algo perverso en la palabra confesión. Dentro habita la palabra ‘culpa’. Yo suelo contestarles que no tengo miedo porque sé que mi hija conoce el (verdadero) valor de la verdad”. Por otro lado, están los riesgos externos, es decir, los referidos a la recepción literaria, y cómo los prejuicios la forman -y la deforman-. Yo, que vengo de leer El mundo deslumbrante de Siri Hustvedt no podía evitar pensar en lo diferente que sería enfrentarse a las mismas reflexiones si las hubiese escrito un hombre. Y no, claro que no es (todavía) lo mismo. Aquí tenemos a una mujer aún joven que realiza una especie de ‘streaptease’ literario -de un modo que recuerda en ocasiones al de Marta Sanz en La lección de anatomía– y que corre el riesgo de ser juzgada con dureza. ¿Se le preguntaría a un hombre si piensa en sus hijos al escribir sobre ciertas cosas -por otro lado tan normales- relacionadas con su vida sexual? Fijo que no. Por eso creo que la decisión de Wiener es difícil, es valiente y es honesta con su propia concepción literaria y estética.
Pero no reduzcamos el libro. En él, además de los detalles íntimos (condensados sobre todo en el capítulo “Llamadas personales”), hay un buen puñado de consideraciones -algunas frías, otras más introspectivas, algunas incluso líricas- que nos ofrecen una radiografía más completa de la autora: la percepción del propio cuerpo, su obsesión por el número once -esta pieza funciona casi como un relato-, el miedo a la muerte -Wiener nos cuenta su experiencia en el bizarro taller de superación “Vive tu muerte”-, la necesidad de decrecer y el derecho esencial a “no hacer nada”, o la relación amor-odio con el Perú, en la que siempre prevalecen la admiración y la añoranza: “E iremos sin duda a otros cerros donde no hay agua potable y verás cómo la gente ha hecho pueblos enteros invadiendo el desierto y verás qué seco, qué sucio, qué monocromo parece todo, el gris sobre el gris, hasta que te acercas mucho y entonces ves otra ciudad, te lo aseguro (…) A todo esto lo llamamos chicha. A un color inesperado. A una manera de ser ante la adversidad. Algo que baila”. También su respeto por la literatura de consumo, con dos pequeños reportajes centrados, respectivamente, en entrevistas que hizo a Isabel Allende y a Corín Tellado.
Puede que el conjunto resulte en algún momento algo deslavazado y descompensado, pero últimamente, al acabar un libro, siempre me hago una pregunta para descubrir si verdaderamente me ha gustado. ¿Leería algo más de esta autora? Y la respuesta en este caso es muy clara: sí, sin duda. Y la razón: Gabriela Wiener tiene «chicha», tanto en el sentido peruano del término, que ya hemos visto, como el que tenemos por aquí abajo, que no es del todo diferente: sustancia, peso, carne e interés.
Una de las viñetas del cómic incluido en Llamada perdida
El arte ensimismado o La paradoja de la escritora.
La escritora A reflexiona en un libro sobre la condición femenina en el mundo actual; de cómo ser madre, amante, hija, sexual, culta, independiente… En su texto se celebra lo femenino con inteligencia, lo mismo que se esgrime una, más o menos, suave queja respecto del trato injusto que sufre por parte del mercado, los hombres, la misma vida en su conjunto.
El periodista B entrevista a la escritora A con palabras burdas y tópicos perezosos sobre la situación de la mujer en la actualidad.
La escritora C, o la misma A, o el mismo periodista B, o todos a la vez, después de leer la entrevista, se cargan de razones y analizan la situación de la mujer hoy día, sus más y sus menos, la injusticia latente, y constante, su esencial particularidad e interés.
PD: el orden de los factores no altera el producto.
Ciertamente no sé si le ha gustado el libro o la reseña, señor Lucien, ni tampoco qué letrita podría ser yo en ese tinglado. En cualquier caso, gracias por leer y comentar 😉
La reseña me ha encantado, para variar. Es más, me atrevería a decir (me la juego) que me gustan las palabras de la escritora S.
Las letras son intercambiables. Podemos ser cualquiera, es una sopa muy generosa.
No hay de qué, el gusto siempre es mío.
Me quedo mucho más tranquila. Gracias, Lucien.
A.B.C. o S.