RAFAEL ROBLAS CARIDE | 1916. Dos años después de estallar la Primera Guerra Mundial, los aliados abandonan la península de Galipoli y unos meses más tarde comienza la batalla de Verdún. Albert Einstein publica su teoría general de la relatividad y Freud da a la luz su Introducción al psicoanálisis. Antes de finalizar diciembre muere Rasputin. Es también 1916 cuando un veinteañero español parte de Cádiz alejándose de su país. Su destino es Nueva York y allí le aguarda una boda concertada. La novia se llama Zenobia Camprubí. Él es Juan Ramón Jiménez y escribe poesía.
Este es el origen de Diario de un poeta reciencasado, libro de viaje e impresiones líricas que, finalmente, se publicaría en 1917, señalando un antes y un después en la concepción poética del futuro Premio Nobel moguereño. Hoy, cien años después, Cátedra pone en nuestras manos nuevamente el diario nupcial del autonominado “Andaluz Universal”, en magistral edición preparada por Michael P. Predmore, que no sólo figura en los créditos como el autor del magnífico estudio preliminar (cien páginas), sino que también actúa como editor crítico que anota, fija los poemas y que, sobre todo, recupera una amplia selección de “inéditos” que complementan la edición primitiva del Diario, ofreciendo así a los estudiosos de la obra juanramoniana un corpus textual imprescindible. Estos y los aficionados a la buena poesía estamos, pues, de enhorabuena.
En esta ocasión, Predmore se ciñe -y por eso lo reproduce casi íntegramente- al texto original de la citada primera edición de 1917, variando únicamente su título al unificar en un sintagma los dos del primitivo, de donde resulta Diario de un poeta reciencasado. Respeta de este modo las indicaciones del moguereño que, según su costumbre, se corrigió posteriormente. De igual modo, también supera el título provisional de Losada (1948), donde el poemario apareció como Diario de poeta y mar. Para finalizar, añade el editor entre corchetes algunas frases incorporadas al último poema –el número 243–, corrección igualmente proveniente de la edición de Losada. No puede negarse, pues, que el texto canónico, el bendecido por Juan Ramón como definitivo en el momento de su muerte, queda de este modo fiel al deseo final de su autor, por lo que el trabajo de Predmore es más que elogiable por su respeto y rigurosidad.
Sin embargo, el aspecto más interesante de esta entrega de Cátedra lo constituye el corpus textual del apéndice final, donde el hispanista incorpora como “inéditos” una serie de hasta ciento setenta poemas complementarios procedentes de reediciones póstumas del Diario, así como del trabajo de Antonio del Villar “El alma viajera de Juan Ramón Jiménez”, publicado en Cuadernos Hispanoamericanos (1995). A estos poemas ya conocidos, se le suman otros textos hasta ahora ignorados -y por tanto realmente inéditos- que nunca habían salido a la luz pública y que dotan de un atractivo añadido al presente volumen, séptima edición de número 439 de la prestigiosa colección “Letras Hispánicas”. Algunos tan actuales como el que cierra el volumen que, a modo de pensamiento literario -¿o de soberbio epitafio?-, dice:
Ahora sé que soy universal en mí mismo. Ser conocido en el universo me importa poco. Quien quiera leerme que aprenda este maravilloso idioma español.
Pero no adelantemos acontecimientos y pasemos a analizar la estructura de la obra. Formalmente, el Diario se divide a su vez en seis partes, correspondientes al itinerario biográfico seguido por el poeta durante su aventura nupcial. Así “Hacia el mar”, “El amor en el mar”, “América del Este”, “Mar de retorno”, “España” y “Recuerdos de América del Este escritos en España”. La linealidad cronológica se percibe a simple vista en los títulos capitulares. Sin embargo, refiere Predmore en su prólogo las dudas juanramonianas sobre la unidad temática y estética del poemario, dudas, por otra parte, confesadas por el mismo poeta en vida, que estuvo tentado en más de una ocasión de desgajar su tercera y su sexta parte, conformando así un libro nuevo compuesto exclusivamente por la prosa poética de tema americano. La confesión realizada al amigo Juan Guerrero Ruiz da fe de ello, cuando este relata en uno de sus estudios “ayer y hoy ha estado ordenando Platero y yo y el Diario, separándolos en dos libros distintos cada uno; el Diario queda en un libro en verso que se llama El amor en el mar y otro en prosa sobre América, que irá formando parte de un tomo grande de Viajes y Sueños”. Muy típico de Juan Ramón y ejemplo clásico de su obsesión correctora. Sin embargo, la historia manda: el poeta finalmente desechó la idea y el Diario sobrevivió como unidad, presentándose hoy así ante nuestros ojos.
En otro orden de cosas, también aborda Predmore en su introducción dos cuestiones que se antojan fundamentales en la escritura del Diario. Por un lado, su significación simbólica y, por otro, su importancia como precursora del simbolismo moderno en la poesía española. En cuanto al primer asunto, resalta el editor los elementos esenciales del poemario (“el mar”, “el cielo”, “la tierra”), incidiendo en la unidad del mismo y entendiéndolo nuevamente como un todo y no como una sucesión aleatoria de composiciones diversas. Así, y sin entrar en mayores honduras que corresponden a un análisis más pormenorizado, se destaca la pugna del “poeta niño”-“poeta adulto”, trazando esta lucha sobre las fronteras del viaje transoceánico y del alejamiento de la tierra natal: Moguer, Andalucía, España. Igualmente quedan atrás la familia y, sobre todo, la madre, cordón umbilical que lo une al terruño, a la esencial energía telúrica que alimenta la infancia, identificadas especialmente en el Diario con el “cielo” y la “tierra”. En contraposición se sitúan “el mar” y “el amor”, como motores del cambio, como sanadores del cuerpo y del alma, como agentes activos imprescindibles de la madurez que se aproxima. Subraya Predmore con gran acierto el poema “Todo” como clave sobre la que se sustenta gran parte de esta arquitectura simbólica:
Verdad, sí, sí; ya habéis los dos sanado
mi locura.El mundo me ha mostrado, abierta
y blanca, con vosotros,
la palma de su mano, que escondiera
tanto, antes, a mis ojos
abiertos, ¡tan abiertos
que estaban ciegos!Tú, mar, y tú, amor, míos,
cual la tierra y el cielo fueron antes!
¡Todo es ya mío, todo, digo, nada
es ya mío, nada!
Por otro lado, la unidad del libro, la certera impresión de que se corresponde con un itinerario vital en el que todos los poemas son imprescindibles. Estos se convierten en los eslabones sucesivos de una cadena expresiva que narra la transición del niño inmaduro hasta el adulto pleno y, por tanto, conocedor del amor. De ahí que una lectura casual o fragmentada del texto distorsione el sentido último del libro, concebido –ya señalamos anteriormente las dudas juanramonianas en cuanto a la estructura- como ente global. No obstante, dentro del presente análisis, pueden destacarse como pequeñas pinceladas de ejemplo algunos momentos descriptivos de gran intensidad que, a su vez, son bastante representativos del estilo de su autor. Véase si no el siguiente poema que retrata a la más famosa torre sevillana, comparándola con la lejana amada que lo espera allende los mares:
Giralda, ¡qué bonita
me pareces, Giralda- igual que ella,
alegre, fina y rubia-,
mirada por mis ojos negros- como ella-,
apasionadamente!¡Inefable Giralda,
Gracia e inteligencia, tallo libre
-¡oh, palmera de luz!,
¡parece que se mece, al viento, el cielo!-
del cielo inmenso, el cielo
que sobre ti –sobre ella- tiene,
fronda inefable, el paraíso!
O bien las breves ráfagas de poemas intensísimos que dejan en el lector la reflexión del poeta, herido por la angustia que le causa la relatividad temporal. Esta estrofa compuesta por un doble pareado asonante que se titula “A una mujer que murió, niña, en mi infancia” da buena prueba de ello:
Veinte años tienes en la muerte.
Eres ya una mujer -¡qué hermosa eres!-
Veinte años… ¡Te pareces a esta aurora
bella y fría -¡qué pura!-, tierra y gloria!
Sin embargo, conforme avanza el poemario, el estilo se adensa hasta alcanzar pasajes más confusos e inextricables, desdibujándose el verso hasta convertirse en prosa poética, Ya en territorio estadounidense, Juan Ramón se pregunta:
¿Subterráneo? ¿Taxi? ¿Elevado? ¿Tranvía? ¿Ómnibus? ¿Carretela? ¿Golondrina? ¿Aeroplano? ¿Vapor?…No. Esta tarde hemos pasado New York ¡por nada! En rosa nube lenta.
Podríamos extendernos mucho más con el análisis textual y reproducir gustosamente más fragmentos extraídos del Diario, sin embargo,… ¿resulta necesario tras lo expuesto hasta aquí? Michael P. Predmore ha acicalado y ha hecho renacer la obra juanramoniana para que esta salga fresca y lozana a la calle y busque nuevos adeptos que reconozcan, quieran y sepan amar la buena poesía. Sepan aprovechar la ocasión.
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En 1916 Juan Ramón se casa y un año después se edita por primera vez el Diario de un poeta reciencasado. Hoy se cumple su primer centenario. Cátedra contribuye con este volumen a resaltar la efeméride, aunque nadie más –al menos hasta ahora- haya mostrado un especial interés por ella. Ni los medios de comunicación, ni los planes de estudio, ni, por supuesto, los eminentes gerifaltes culturales que se encargan de programar endogámicos ciclos y jornadas aprovechando muertes y nacimientos parecen haberle prestado la atención debida. ¿Acaso serán los lectores los que vendrán a su rescate o bien se hundirá irremediablemente en el mar del olvido? Diario de poeta y mar era su título desechado. Curiosa paradoja.
Diario de un poeta reciencasado (1916) (Cátedra, 2017), de Juan Ramón Jiménez | 406 páginas | 12 euros | Edición de Michael P. Predmore. Nueva edición con un apéndice que incluye más de 60 textos inéditos