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Con el morir huir

9788416011674SARA MESA | Si ha habido y hay un hecho controvertido en la historia de la humanidad es, sin duda, el suicidio. Bien conocida es la afirmación de Camus, que lo consideraba “el verdadero problema filosófico”. Incluso el modo de nombrarlo -el término «suicidio» no apareció hasta mediados del XVII en Inglaterra- es representativo de esta controversia, a menudo a través de la utilización de perífrasis -matarse a uno mismo, darse muerte, truncarse la vida…-, muchas de ellas con su debida carga ideológica. El tema del suicidio se ha abordado siempre en los más variados ámbitos: en la mitología, la historia, la filosofía, la teología, el derecho, la sociología, la psiquiatría, el arte, la literatura… “Col morir fuggir”, decía Dante en su Divina Comedia, una hermosa manera de expresarlo: “con el morir huir”

Este brillante Semper dolens (término extraído de una pieza de las Lachrimae or Seaven Teares del compositor y laudista John Dowland para referirse al estado melancólico del suicida) es, más que una historia del suicidio en Occidente, una historia sobre lo pensado (y escrito) sobre el suicidio por parte de filósofos, teólogos, médicos, legisladores, y sus distintas interpretaciones, según la época, como pecado, acto de valentía o de heroísmo, fruto de la enfermedad, consecuencia lógica de la razón humana, crimen contra la sociedad, etc. Ramón Andrés, el conocido autor de libros como el Diccionario de instrumentos musicales. Desde la Antigüedad a J. S. Bach o No sufrir compañía. Escritos místicos sobre el silencio, despliega en este completísimo libro una erudición nada avasalladora, deslumbrante y humana, ante una realidad que es de todas las épocas y sociedades, y lo hace bajo una premisa que sustenta en los datos: los movimientos religiosos o ideológicos no son tan influyentes en el suicidio como la inseguridad, el miedo, el cansancio, la vejez, la enfermedad, la desilusión o la pobreza, factores que no son privativos de ningún periodo histórico.

Semper dolens ofrece numerosos datos que, para todo seguidor de la máxima de Terencio (“nada humano me es ajeno”), serán de indudable interés: ¿Sabían que en la Biblia no se condena el suicidio? ¿Que en los pueblos antiguos tampoco hubo repulsa ante estos hechos, y que los suicidios de Catón, Lucrecia y Sócrates fueron considerados ejemplares? ¿Que en la Edad Media se tomaba al suicida como criminal, se le juzgaba incluso y se confiscaban sus bienes a su familia? ¿Que cierta rama de la teología -y también Borges– consideró a Jesucristo como un suicida? ¿Que en el siglo XVI, tanto católicos como protestantes, veían al mismísimo diablo detrás de cada suicidio? Schopenhauer decía que el suicidio, lejos de negar la voluntad de vivir, la afirma enérgicamente. Cioran afirmó “vivo únicamente porque puedo morir cuando quiera: sin la idea de suicidio hace tiempo que me hubiera matado”. Lo curioso es que las distintas visiones e interpretaciones de este col morir fuggir -desde las más comprensivas a las más condenatorias- se van alternando en las distintas épocas, huyendo siempre del consenso. A veces, incluso, nos resultan más avanzadas y sensibles las más antiguas. Así, destaca Andrés la posición de John Donne en su Biathanatos, según el cual el suicidio no es un pecado por naturaleza, lo que demuestra con ejemplos bíblicos, así como la de David Hume, que con gran sensibilidad y respeto consideró el suicidio como signo de madurez e incluso de responsabilidad para el prójimo, contradiciendo la visión aristotélica: el suicida no daña a la sociedad, sino que la sociedad previamente lo ha dañado a él.

Semper dolens está trufado de citas memorables, de posiciones encontradas. Huye sin embargo de las perspectivas románticas o idealizadoras, e insiste en que el suicidio no es patrimonio especial de los artistas; es más, “el funcionario, el agricultor, el informático, el pescador, la tendera tienen en proporción mayor índice de suicidios que los registrados entre artistas, músicos y escritores”. Ni apología ni condena: lo que propone Semper dolens es un acercamiento respetuoso ante una realidad compleja que engloba desde actos tomados con total conciencia y que no deberían ser juzgados por nadie, hasta suicidios colectivos o tendenciosamente llamados heroicos, o decisiones tomadas en momentos de desesperación y dolor. Si muchos humanos han tendido desde tiempos remotos, y en las más diversas situaciones, al suicidio -nos dice Andrés-, esto significa que no se trata de un acto antinatural que tan fácilmente pueda despacharse con un juicio somero. La inmutabilidad del fenómeno, la constancia en su aparición, la igualdad de motivos (con los matices de cada época), la repetición de esquemas a través de los tiempos, llevan a concluir que “el dolor moral no posee cronología, excede toda época, todo tiempo”. La catalogación actual del suicida como enfermo mental, según Andrés, es simplificadora y perversa. El suicida -que en otras épocas fue tachado de pecador, cobarde o criminal- es ahora, simplemente, un trastornado. Según datos de la OMS, el suicidio es la primera causa de muerte violenta en el mundo (50%), por delante de los homicidios (31%) y los conflictos bélicos (19%) y la Asociación Internacional para la Prevención del Suicidio afirma que cada año en todo el mundo intentan quitarse la vida entre 20 y 30 millones de personas. Andrés se pregunta: ¿todos ellos son enfermos mentales? ¿Es enfermo mental el parado de larga duración que cae en la desesperación, el desahuciado al que le arrebatan no sólo la casa sino también a sus hijos, el agricultor ucraniano que ha de emigrar de su tierra contaminada tras la catástrofe de Chernóbil, el jubilado Dimitris Christoulas que se disparó a las puertas del parlamento griego, las mujeres violadas en Bosnia, los empleados de France Télécom, el tetrapléjico que en pleno uso de sus facultades pide morir? Semper dolens es una tajante refutación de las teorías que sostienen que tras el 90 y 95% de los suicidios está la enfermedad mental (teorías que, apunta Andrés, defienden las farmacéuticas), refutación que se hace a través de la mirada a la historia: tras tantas guerras, matanzas, catástrofes ecológicas; tras los campos de exterminio y los genocidios en tantos lugares del mundo, nos dice, “cabe preguntarse si es legítimo acusar a alguien de darse muerte cuando una sociedad entera no deja de arrebatarse la vida”.

El libro, que incluye varios apéndices y láminas con representaciones artísticas de suicidas míticos, es el esforzado fruto de una revisión del ya publicado en 2003, en palabras del autor “más amplio y matizado, más objetivo, incómodo con los asertos”. No es un libro sobre la muerte, dice, sino “sobre la existencia y sus paradojas, a veces temibles”. Estas paradojas quedan excelentemente recogidas en el muestrario de personajes shakesperianos suicidas, desde Julio César a Romeo y Julieta, pasando por Ofelia, Otelo, Macbeth o Coriolano, y que representan los más variados estados humanos: desesperación, amor, sacrificio, humillación, remordimiento, locura… Semper dolens es, ante todo, un libro sobre la complejidad de la vida, un libro bellamente escrito, un título de los de verdad imprescindible.

Semper dolens. Historia del suicidio en Occidente (Acantilado, 2015), de Ramón Andrés | 512 páginas | 24,90 €

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