RAFAEL ROBLAS CARIDE | En esta extraña época en que los haikús y las tankas se han convertido en tendencia, el poeta Víctor Jiménez (1957) ha querido también sumarse a la moda de la poesía sentenciosa, con este Con todas las de perder, que constituye una valiosísima antología por soleares, esa variante cien por cien autóctona, trabajada y pulida hasta la perfección por los Ferrán, los Machado, los Lorca, los Alberti, los Montesinos, los Murciano o los Alcántara. Con todo el peligro que esto conlleva. También con todo el valor que hay que echarle. Alguien que conocía bastante el paño me advirtió una vez que la soleá es una de las estrofas más difíciles a las que se había enfrentado: “En los tres versos de una soleá cabe el pensamiento más profundo,… pero también uno corre el riesgo de escribir las mayores pamplinas que puedan imaginarse”. Sin embargo, Víctor Jiménez sale airoso del trance, ofreciendo al lector un libro compuesto por un mínimo conjunto extraído de sus obras anteriores y por hasta ciento dos composiciones inéditas, seleccionadas por el también amigo y gran poeta José Luis Rodríguez Ojeda.
Con todas las de perder suma, pues, un total de ciento doce soleares, que se agrupan en seis capítulos identificados respectivamente con la infancia, la vida, el amor, el paso del tiempo, la muerte y el pensamiento poético. Temas clásicos y vitales que Víctor Jiménez aborda desde su particular punto de vista, tiñéndolos de elegíaca sentimentalidad y de profunda nostalgia. También de un elegante escepticismo que anticipa la inutilidad de su esfuerzo en la batalla contra la vida, tal y como presagia la soleá inicial que da nombre al poemario:
Esto es luchar contra el tiempo.
Con todas las de perder
sin más armas que mis versos.
Copla de arte mayor, tal y como la denomina el también maestro de las soleares Antonio García Barbeito en el atinado prólogo que antecede al poemario, ya que en muchas ocasiones la saeta afilada de la asonancia y del octosílabo vencen en la refriega a la callada solemnidad del consonante endecasílabo. Coplas –y versos– de arte mayor que llegan, hieren y se van, como el cuchillo en la madrugada, dejando un rastro de sangre tras de sí. De alma desgarrada. De jirones de vida:
Si todo lo cura el tiempo,
qué hago yo con esta pena
con los años que ya tengo.
Vida y tiempo. Porque con la materia del tiempo se construyen estos poemas que hoy nos trae Víctor Jiménez de su mano. Cernudiano “tiempo sin tiempo” del niño que jugaba en un barrio de San Bernardo próximo a una estación de tren que hoy ya no existe. El mismo tren cuyo destino final ya conoce el poeta adulto, tal y como confiesa en estas tres soleares compuestas con vocación de poema unitario:
Puente aquel de San Bernardo,
todavía pasa el tren
de mi infancia por debajo.
No olvido que he de coger,
estación de San Bernardo,
un día mi último tren.
Estación de San Bernardo,
ojalá mi último tren
llegue con mucho retraso.
Un tiempo que se extiende igualmente hacia el amor y hacia la vida, quizás la cara y la cruz de una misma moneda a la que el poeta dedica estas memorables estrofas que bien hubiera podido firmar el mismísimo don Antonio Machado, el bueno:
No me marques el sendero,
que yo tengo muchos años
y ya voy por donde quiero.
*
Y la viste otra mañana.
Tú le dijiste ¿te acuerdas…?
No se acordaba de nada.
Un tiempo que, conforme avanza y se aproximan las horas finales, se tiñe de gravedad y va pesando hasta hacerse insoportable por la angustia y la incertidumbre de la muerte. Soleares cultamente populares y popularmente cultas que, aunque no se hayan escrito para ser cantadas, fácilmente podrían ser interpretadas con el acompañamiento de la guitarra flamenca, sin que por ello desciendan ni un ápice en su altura lírica:
De viejo, qué paradoja,
Te vas quedando sin tiempo
Y van sobrando las horas
*
Todavía no te has muerto,
Y tú ya empiezas a verte
En las cenizas del tiempo.
*
Ojalá fuera verdad:
la muerte, un punto seguido
en vez del punto final.
Rotunda sentenciosidad que deja un quejido fatal tremolando al aire, al que a ratos se le añade su chispita de humor, ese humor descreído y ligeramente sarcástico, tan característico de la obra de Víctor Jiménez, que está igualmente diseminado en cantidades justas por la presente selección.
En caliente, muy dispuesta.
Pero fue pensarlo en frío
y ni empezamos la fiesta.
*
Un minuto de silencio.
Y, cuando pasa el minuto,
nadie se acuerda del muerto.
*
Amaba tanto los libros
que, lo mismo que a una amante,
al final les puso un piso.
Con todas las de perder es un libro redondo y, a su vez, repleto de aristas que arañan el alma. Se completa con los collages del también poeta Juan Lamillar, que acompañan e ilustran perfectamente las letras, a pesar de que la mayoría de los montajes sean anteriores a la concepción del poemario y, por tanto, totalmente ajenos a él. ¿Divina complicidad o providencial coincidencia? Quizás tenga algo de culpa el también poeta José Mateos, que ha estado al cuidado de la edición. El caso es que, sea como sea, en Con todas las de perder encontramos la esencia reconcentrada de Víctor Jiménez, un poeta nada menor que ha acertado a encerrar en el breve espacio de tres versos asonantados todo su corazón y toda su vida, convirtiendo así la soleá en una copla de arte mayor.
(Publicado en el último número de la revista Estación Poesía)
Con todas las de perder (Libros Canto y Cuento, 2019) | Víctor Jiménez | 98 páginas | 17 euros
Excelente!!