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Corazón que sí siente

191031 El trabajo de los ojos

EDUARDO CRUZ ACILLONA | En su último libro publicado, Anatomía sensible (Páginas de Espuma, 2019), Andrés Neuman define al ojo como un “déspota ilustrado” compuesto de “nervios, sangre y obsesiones”, mientras que de los estrábicos dice que “guardan la distancia y no se conforman con las primeras impresiones”.

Coincidiendo en buena parte con las definiciones de esos ojos y de ese estrabismo, que se manifiesta en la infancia y se va corrigiendo con la edad, igual que la inocencia, arranca este singular libro firmado por su paisana, la bonaerense Mercedes Halfon. Un libro que en las etiquetas del final de la reseña hemos calificado como “Relatos”, pero que bien podríamos haber enmarcado en las categorías de “Novela”, “Ensayo” o, incluso, “Diario”.

Arranca el relato con un suceso: “El año pasado murió mi oculista”. Malas noticias para alguien que, sin solución de continuidad, describe con precisión enciclopédica algunas de las enfermedades oculares que ha padecido. Y en esa enumeración ya deja un apunte de que no estamos ante una narración cualquiera: “…un gel que me dejaba mirando a través de un nube densa. Como si me hubiesen recetado un estado de melancolía”.

En capítulos tan cortos como un parpadeo, la autora salta de la consulta médica a la infancia, de las conversaciones con su madre a la descripción de su pasión por las cámaras fotográficas (que actúan como ojos enfermos pues las lentes también distorsionan la realidad), del listado de posibles afecciones oculares a su rendida admiración por la actriz que interpretaba a una Chilindrina con gafas en el programa infantil de televisión El Chavo del 8 y luego, ya sin ellas, a diferentes personajes en el show de Chespirito, o de la historia resumida de la Oftalmología a pararse a analizar cómo Charles Chaplin, en su película City Lights, cuenta “la ceguera desde la mudez”.

El estrabismo de la narradora condiciona su estar en el mundo, su manera de moverse y de relacionarse. Se trata, por tanto también, de un viaje interior, de un monólogo con uno mismo, de un diario atropellado de sensaciones y vivencias marcadas por la propia mirada, una mirada enferma, subjetiva de necesidad, borrosa y a la vez lúcida, centro de atención y singular compañera de viaje en el tiempo.

Borges, Cortázar o Joyce, por citar a tres autores que se nombran en el libro, también condicionaron su escritura en función de su mirada. No de su forma de mirar, sino de sus ojos primero. Así la autora, con las gafas que le han acompañado toda su vida y que la han hecho diferente al resto (bien lo sabemos los que usamos gafas desde pequeños), ve la vida a través de sus cristales, como si de un escaparate se tratara. Las gafas, para la mirada, son refugio y consuelo, son un punto de vista con puntos suspensivos, son un temeroso y prudente paso atrás y, en definitiva, como dice Halfon sobre su estrabismo, “un problema de distancia con el mundo”. Y en esa distancia radica la originalidad y el gran valor de este pequeño libro, virtuoso a la vez que emotivo, sencillo a la par que profundo.

Flaubert escribió que Dios estaba en los detalles. Supongo que jamás habrá tenido problemas en la vista”, dice la narradora. Ella, en cambio, que sí los tiene, se zambulle en esos detalles a lo largo de los cuarenta y siete capítulos que conforman El trabajo de los ojos y nos ilumina una realidad que la mayoría no llega a ver. Al menos, hasta pasados muchos años, cuando la presbicia llama a sus párpados y se cuela de manera abrupta en su día a día, antesala de unas irremediables gafas.

Con gafas o sin ellas, no dejen de leer a Mercedes Halfon. Sus reflexiones, su forma de ver la vida harán que su mirada cambie. Y quizás hasta sus ojos se lo agradezcan.

El trabajo de los ojos (Las Afueras, 2019) | Mercedes Halfon | 104 págs. | 14,95€

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