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‘Critique de la vie quotidienne’

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Las enseñanzas de Don B.

Donald Barthelme

Automática, 2013

ISBN: 978-84-15509-19-6

288 páginas

20 €

Traducción y notas de Enrique Maldonado Roldán

 

 

 

Fran G. Matute

Creo que tengo un problema con Donald Barthelme. No con la persona, claro está, sino con su literatura. Hace ya unos cuantos años, la (¿extinta?) editorial Reverso publicó -juraría que por primera vez en castellano- la famosa colección 40 relatos (1987) que, supuestamente, venía a ofrecer lo mejor de la narrativa corta del de Filadelfia. Digo lo de supuestamente porque aquello no me gustó mucho, la verdad. Un montón de minirrelatos, la mayoría de ellos absurdos, que rozaban el surrealismo más infantil y tontorrón… No sé. Yo no le terminé de ver el punto a esa parte de la narrativa de Barthelme. Algún tiempo después, Sexto Piso sacó El padre muerto (1975), su segunda novela, y entonces las cosas cambiaron. Qué bien me lo pasé esa vez. Qué fino, Barthelme. Y qué escatológico, también. Qué divertido. La misma coña marinera, probablemente el mismo tono surrealista y juguetón, pero ahora funcionaba la cosa, sin duda. ¿Sería un problema de formato? ¿Novela, sí; relatos, no? ¡Menudo drama! Menos mal que han llegado los de la editorial Automática y han publicado Las enseñanzas de Don B. para ayudarme a despejar las dudas.

Antes de entrar en materia, creo conveniente aclarar una cuestión de forma: esta versión de Las enseñanzas de Don B. (que cuenta con treinta y tres relatos) poco tiene que ver con la colección de mismo título que se publicó, de forma póstuma, en 1992 (formada, a su vez, por sesenta y tres textos de diversa naturaleza -no solo relatos- y prologada ni más ni menos que por Thomas Pynchon). Porque más allá de compartir nombre, lo cierto es que este libro se ha compilado ‘ex profeso’ por los editores (esfuerzo que, por otro lado, se agradece), extrayendo material de diversas fuentes con el objetivo de ofrecer al publico español lo mejor y más variado de la relatística de Barthelme. Pero quizás el dato clave o, al menos, el que a mí me parece más significativo, sea que de la colección 40 relatos que mencionaba antes y que tan poco me dijo en su día, solo hay cuatro textos. Y por algo será, ¿no?

La anterior circunstancia seguramente me sirva para justificar cierto giro valorativo en lo que respecta al Barthelme cuentista pues en Las enseñanzas de Don B. sí que he encontrado grandes momentos literarios. Puedo citar (sin orden de preferencia alguna) los relatos “Rayos”, “Algunos llevábamos mucho tiempo amenazando a nuestro amigo Colby”, el ya célebre “El globo” (que según David Foster Wallace fue el primer texto de ficción que despertó su interés por la escritura), “The Sandman”, “Una duda a orillas del Delaware” (con un George Washington verdaderamente quisquilloso) o el excelente “La señorita Mandible y yo”, que con tanta potencia abre esta colección. Pero aun reconociendo (ahora sí) la destreza de Barthelme para armar microhistorias, para observar las deficiencias de nuestra vida cotidiana desde un prisma altamente irónico, aun validando su innegable inteligencia para tratar con humor determinados temas considerados tabú por la sociedad norteamericana, aun habiéndome reído, sorprendido y emocionado con determinados pasajes, no he sido capaz de espantar esa espesa nube negra que ha estado sobrevolando mi cabeza todo el tiempo mientras leía estas “enseñanzas” de Don Barthelme.

A Barthelme se le considera, desde los manuales, no solo uno de los padres del postmodernismo literario (junto a los ya conocidos Pynchon, Gass, Coover, Hawkes, Barth, Gaddis…) sino uno de los grandes renovadores del relato como formato. Y si bien uno es capaz de captar que el estilo de Barthelme ha sido absorbido por algunas de las voces más solventes de las nuevas generaciones postmodernas (el citado DFW, George Saunders, Arthur Bradford, David Sedaris), sigo sin terminar de ver qué tienen sus textos para tanto ditirambo porque algunos de ellos (muchos) me siguen pareciendo, dicho en román paladino, una auténtica chorrada. Vomitado lo anterior, puede uno pensar que o yo no doy la talla como lector (lo más probable) o en Las enseñanzas de Don B. siguen sin estar las verdaderas obras maestras de Barthelme (y entonces ¿por qué no se publican en España de una puta vez?).

Lo que sí creo que se puede decir de esta edición (que, dicho sea de paso, parece estar excelentemente traducida si bien el propio traductor se excede, ocasionalmente, en su labor de anotación: la verdad, no creo que haga falta explicar quién era Richard Widmark o qué es una desbrozadora) es que sirve, más que para descubrir al genio desbocado o al innovador narrativo, para hacerse una idea muy precisa de eso que Pynchon bautizó como “barthelmismo”: leyendo Las enseñanzas de Don B. puede uno acceder a una selección de textos que ejemplifican, en su conjunto, con qué materiales está construida la ficción de Barthelme. Porque más allá de los formatos y los tonos, la literatura de Barthelme se mueve en unas coordenadas temáticas muy marcadas y, en concreto, sus relatos terminan funcionando como pequeños experimentos pop a través de los cuales se pretende poner en solfa algunas de las grandes incoherencias de la vida contemporánea. Y como tal cosa funcionan, aunque no siempre brillen literariamente hablando. Por ejemplo, un relato como “Al fin ha llegado la hora”, en el que Barthelme arremete contra esa tradición tan americana que es la cena de Acción de Gracias, puede resultar de primeras ingenioso en su planteamiento pero, en el fondo, tiene uno que aceptar que aquí nadie está inventando el chicle y el texto no deja de ser un conjunto de ocurrencias mejor o peor traídas. Otro caso paradigmático sería el del relato que da título a la colección, “Las enseñanzas de Don B. Una forma de conocimiento yanqui”, donde Barthelme se mofa de la figura de Carlos Castaneda y su ridículo chamanismo, y que más allá del divertimento que produce su lectura, lo cierto es que la crítica de fondo termina resultando demasiado burda, al menos para este que os escribe.

Sí, lo confieso. No termino de cogerle el punto a Barthelme. Ni en lo experimental ni en la supuesta acidez de su mirada, que me ha terminado pareciendo más humorística que irónica, y digo lo anterior, ojo, con independencia de que, en su conjunto, sí que haya disfrutado de la lectura de Las enseñanzas de Don B y me haya reconciliado con el Barthelme relatista. Pero, ya digo, en ningún momento he tenido la sensación de estar leyendo a un innovador, ni a un genio ni a nada que se le parezca.

En uno de sus relatos más tibios, titulado “Critique de la Vie Quotidienne”, Barthelme se ríe de la pretendida vida ‘chic’ de una mujer asidua a ciertas revistas de moda y, para ello, salpica el texto de términos en francés, para así ridiculizar su forma de pensar, tan supuestamente superficial. No es ésta mala metáfora para terminar de explicar lo que me inspira la literatura de Barthelme, pues si lo que queréis es, eso, una ‘critique de la vie quotidienne’, no lo dudéis: aquí tenéis a vuestro hombre. Ahora bien, si lo que os interesa es una crítica de la vida cotidiana de verdad, casi mejor os recomiendo que leáis, no sé, a Kurt Vonnegut Jr., por poner un ejemplo. Probablemente os reiréis un poquito menos pero saldréis del libro mucho más sabios, os lo aseguro. Porque con Don B., sí, se puede pasar el rato pero, al final, la triste realidad es que, tras las ocurrencias y los chascarrillos, el tipo te termina enseñando bastante poco.

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