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Crónica generacional

sere-un-anciano-hermoso-en-un-gran-paisJUAN CARLOS SIERRA | Junto con Juan Soto Ivars y Sergi Bellver, hace unos años Manuel Astur (Grado, Asturias, 1980), autor de Seré un anciano hermoso en un gran país, se puso al frente de un movimiento literario denominado Nuevo Drama. Independientemente de la polvareda mediática y literaria que cayó sobre algunas rebanadas de “Nocilla”, hay en sus presupuestos algo que me interesa como omnívoro lector y como reseñista ocasional. En El Cultural del seis de agosto de 2014 se puede leer lo siguiente a propósito de los propósitos del Nuevo Drama: según Soto Ivars, esta corriente literaria se creó para “dejar de tratar a la gente como si fueran cobayas e intentar que les vuelvan a pasar cosas cuando lean lo que escribimos. Dicho en pocas palabras: dejémonos de gilipolleces y volvamos al duro esfuerzo de inventar historias y escribirlas bien”.

Lo que tengo más a mano para comprobar si del dicho al hecho hay mucho o poco trecho es el último libro de Manuel Astur editado primorosamente por Sílex como puerta de entrada a su colección “Cuentahilos”. Y puedo afirmar que en este Seré un anciano hermoso en un gran país hay coherencia entre la teoría y la práctica, entre los presupuestos estéticos y su concreción, pues se trata de una lectura que conmueve al lector, que lo agarra de las solapas y lo zarandea, porque su materia no es una entelequia o un experimento más o menos gaseoso, sino el olor de la tierra que pisamos, con su perfume a tierra mojada o su hedor a cadáver, que de todo hay.

Esta condición tan humana del libro de Manuel Astur proviene de su propia naturaleza artística, de su planteamiento como artefacto literario: un “ensayo emocional”, según el subtítulo del libro. Si el género ensayístico apunta hacia lo científicamente demostrable, hacia el ejercicio del intelecto y de la razón, el adjetivo emocional se sitúa, por el contrario, en el extremo opuesto, en el terreno de lo sentimental. Este oxímoron, en apariencia insostenible -como todo oxímoron-, revela un descubrimiento que intuíamos, pero que nos daba vergüenza verbalizar por el peso de las costumbres y de los usos de nuestro inconsciente ideológico: que somos emoción, que estamos hechos esencialmente de sentimientos y que a través de ellos intentamos narrar, ordenar, intelectualizar y racionalizar la realidad; no al revés.

Por esta razón este libro conmueve al lector y no puede dejar de llamarse «ensayo» -o viceversa-, porque nos habla de la historia reciente de España, de la historia de los años democráticos de este país, incluso del concepto mismo de España, pero no desde la dialéctica de los archivos y los documentos, sino desde el diálogo con la vida vivida y contada, desde la autobiografía de un joven escritor llamado Manuel Astur. Y aquí nos asalta otro oxímoron: joven y memoria; juventud y autobiografía. Pero se trata de una paradoja que se resuelve con facilidad por la propia materia del libro. A pesar de esa juventud, la carga histórica de la vida contada por el escritor asturiano se antoja importante, ya que se trata de una experiencia generacional y una mirada, por tanto, necesaria sobre eso que actualmente llamamos España; atalaya esta donde se posiciona Manuel Astur y desde la que, por cierto, no quedan bien parados ni unos ni otros, ni tirios ni troyanos, ni las derechas ni las izquierdas, ni lo colectivo ni el individuo.

En este sentido, cabe destacar además la honestidad del autor al ponerse delante del espejo, de la pantalla del ordenador o de la página en blanco. La sinceridad empieza por uno mismo, por los pequeños detalles, si se trata de analizar con la misma perspectiva y rigor el conjunto -España, en este caso-. De ahí la ausencia total de autocomplacencia, tanto en lo personal como en lo nacional; el lenguaje duro, directo, canalla; los pasajes denigrantes, escabrosos, oscuros. Porque es necesario mirarse hasta el fondo, auscultarse sin medias tintas la experiencia y la educación recibida -sobre todo, porque son parte del pasado-, aunque quizá con rubor, para tomar conciencia de que el código genético de este país tiene algunos enlaces atrofiados, que nuestras neuronas nacionales a veces cortocircuitan, pero que se puede seguir viviendo aquí con cierta dignidad, aunque haya muchos que estén empeñados en lo contrario. El mensaje, el tono general del libro no es, por tanto, pesimista o cainita -algo tan típico español-, sino más bien lo contrario -algo tan poco español-: aquí se puede vivir bien, parece decirnos el autor, si nos empeñamos en hacerlo; igual que a lo largo de la historia nos hemos empeñado en destrozarnos.

Coherentemente con esta postura podemos interpretar el contraste en el estilo, que no siempre se arrastra por el lodo de los rincones más miserables pero potentes del lenguaje y de la vida, sino que en multitud de ocasiones se eleva líricamente en pasajes que pueden leerse como auténticos poemas en prosa.

Seré un anciano hermoso en un gran país es mucho más que lo que en estas líneas queda escrito -toma de conciencia, intento de atrapar el tiempo que se escapa,…-, pero no quiero abundar más en el libro por aquello de respetar al potencial lector. No obstante, insistiré en la invitación a entrar en un libro sorprendente, diferente, arriesgado, honesto, conmovedor y agudo en su análisis sentimental de la historia reciente de España.

Seré un anciano hermoso en un gran país (Sílex, 2015), de Manuel Astur | 200 páginas | 18 €

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