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Cruce de perdidos

41h75lewxulANTONIO RIVERO TARAVILLOA veces, un autor escribe algo que un crítico temerario puede tomar como precedente o inspiración de otra obra que en realidad no debe nada a aquel. La afinidad de intereses, un gusto similar, sensibilidades parecidas, explican entonces que dos novelas, por ejemplo, hayan sido construidas con lo que parece el mismo proyecto arquitectónico, aunque sean distintos sus moradores, el estilo decorativo, el mobiliario y hasta el uso que se dé a la construcción. Algo así me ha sucedido con Viva, del francés Patrick Deville, en la que he descubierto una manera de narrar parecida a la que yo mismo he perpetrado, reincidente, en cuatro ocasiones (solo una de ellas pública, Los huesos olvidados, que también se desarrolla en parte en México y cuenta hechos que transcurren principalmente en 1937, año en que Trotski y su esposa Natalia Ivánovna llegan al país, precisamente el arranque de Viva). Podríamos emplear para este subgénero el término de ‘quest’ de entrecruzamiento de personajes literarios e históricos, de ‘collage’ de un ámbito temporal y espacial en el que se novela a partir de hechos contrastados por más que estos den la impresión de ser rebuscados o inverosímiles.

Curiosamente, esta obra de Deville se puede combinar con otra recién aparecida en la que aparecen los mismos escenarios y hasta algunos de los personajes, de modo que ambas se complementan y enriquecen. Me refiero a Dos veces única, de Elena Poniatowska, que, si sigue una narración lineal basada en la vida de Lupe Marín, también acoge a Frida Kahlo, a Diego Rivera y otros personajes que pululan por el México del que se ocupa Viva.

La galería de personajes de la novela incluye, aparte de los citados prófugos de Stalin, a Malcolm Lowry, con su tortuosa y torturadora escritura de Bajo el volcán, la fotógrafa Tina Modotti, el guerrillero sandinista ‘avant la lettre’ Sandino, B. Traven, Antonin Artaud, Graham Greene o Arthur Cravan, entre otros. Es esta una Ciudad de México, con el apéndice de Cuernavaca, que aglutina a talentos internacionales como el Zurich de entreguerras que inspiró a Tom Stoppard su obra teatral Travesties, donde comparecen Tristan Tzara, James Joyce y otro bolchevique (no lo digo por Joyce, sino por Trotski), Vladimir Ilyich Ulyanov, Lenin.

Deville hace que se crucen y entrecrucen sus rumbos casi siempre a la deriva. Ilustra y entretiene, tejiendo un tapiz en el que no deja hilo suelto. Explota las coincidencias y simetrías, y para simetría ninguna como la del círculo, con su regreso perpetuo. Esto se ve en los párrafos que dedica a la colonia Hipódromo, en la Condesa, con sus arterias como anillos asfaltados y esa avenida Ámsterdam en la que las vueltas podrían marear, repetidas a la velocidad y el número adecuados, tanto como una botella de tequila. “Es reconfortante seguir cada día esta calle y regresar a su punto de partida sin haber dado nunca media vuelta, ir de la plaza del volcán Iztaccíhuatl a la plaza del volcán Popocatépetl”, escribe el autor francés. Y ambos son trasunto del volcán de Lowry, del cual se administran episodios que Deville deglute y sintetiza. En círculos, como gallinas ciegas, los protagonistas se cruzan en sus trayectorias, casi siempre sin reconocerse, como trompos que giran cerca sin chocar.

Viva es una novela que, pese a su calidad, resultará libresca a la mayoría de lectores, pero en su carácter híbrido, en su exploración de concomitancias, tiene su mayor virtud, su atractivo para paladeadores de los entresijos de la historia y la literatura. Aunque se acerca, como quien bordea el peligro para que resulte más meritorio el sobrevivir, Deville elude el peligro del ‘drop-naming’ por su sabiduría compositiva y por la excelente ejecución, y no cae en el cúmulo de nombres prestigiosos, sin alma, que hace que se derrumben tantas novelas históricas.

Viva (Anagrama, 2016) de Patrick Deville | 256 páginas | 19,90 € | Traducción de José Manuel Fajardo  

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