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Cuando encuentras tu voz

LA MUJER SINGULAR

CAROLINA EXTREMERA | Hay escritores para los que su oficio es un placer y su voz nace no solo de una necesidad acuciante, sino de un disfrute que les lleva a seguir enlazando palabras. Otros, sin embargo, se enfrentan a las páginas de cada día con una angustia muy similar a la que sienten ustedes cuando se tienen que dar el madrugón del lunes. Vivian Gornick confiesa que ella es del segundo tipo, que la escritura, si bien durante mucho tiempo fue una inmensa tortura, ahora es para ella un proceso doloroso al que al menos se ha acostumbrado, a pesar de que es incapaz de tener la constancia para sentarse delante del papel cada día como aconsejan todos los manuales. De hecho, Apegos feroces (Sexto Piso, 2017) se publicó en Estados Unidos en 1987 y no escribió otro libro propiamente dicho hasta 2015. Su producción durante esos años fue de ensayos sueltos, artículos y crítica literaria, todo piezas cortas entregadas por razones de fuerza mayor.

En Apegos feroces, Gornick encontró su propio personaje, una voz que le permitía decir lo que la autora no era capaz de expresar en su vida diaria, a pesar de que escribía, precisamente, sobre su propia experiencia cotidiana. Podría parecer que, una vez encontrado el tono, le resultaría más fácil escribir, pero no fue así. Veintiocho años después, en La mujer singular y la ciudad, volvemos a encontrar al mismo personaje, esa Vivian que no es exactamente la misma que escribe pero que acumula vivencias muy similares a las suyas. De hecho, se nos avisa en la primera página: “todos los nombres y rasgos identificativos han sido modificados. Determinados eventos se han reordenado y algunos personajes y escenas son una amalgama de otros”.

Durante años, Gornick supo que deseaba plasmar en un libro su faceta como amiga del mismo modo que se había retratado como hija en Apegos Feroces. Sin embargo, solo encontraba anécdotas sueltas y situaciones que no encajaban como para construir una narración. Y entonces encontró el nexo de unión: la ciudad. Decidió retratarse a sí misma y a su amigo, al que llama Leonard, en relación con Nueva York. Así, encontramos que Nueva York es también un personaje del libro.

Efectivamente, se nota que la autora decide continuar utilizando la misma voz que destaca en Apegos feroces, el mismo estilo casual e informal que nos conquistó a todos el año pasado y la misma mezcla de anécdotas y reflexiones. Así, asistimos a su relación con Leonard mientras se mueven en una ciudad poblada por personajes de todos los tipos, razas y clases a la vez que nos va relatando poco a poco su propia historia, esto es, cómo ha llegado a ser la mujer que es ahora, la mujer singular no solo en el sentido de peculiar sino también de solitaria. Además, hace mención a otras personas singulares que también se movieron en el entorno de Nueva York, como Charles Reznikoff, Frank O’Hara, Mary B. Miller o Seymour Krim. Dan ganas de investigarlos, ¿verdad? De este modo va alternando el pasado con el presente para que todo confluya en el mismo punto.

En muchos aspectos, es difícil discernir que han pasado casi treinta años entre un libro y otro, pero una vez que se sabe ese dato, se observa que tal vez a La mujer singular y la ciudad le falte algo de la frescura de Apegos feroces y algo del ácido que destilaba en primero. Aquí las anécdotas que se cuentan tienden a ser algo más sentimentales. También es una obra más irregular. Algunas de las reflexiones o expresiones que utiliza son absolutamente certeras y magistrales, como la explicación del sustento de las amistades hoy día: “Hoy no miramos para ver, y mucho menos para corroborar, la mejor versión de nosotros mismos en los demás. Al contrario, la franqueza con la que admitimos  nuestras incapacidades emocionales –el miedo, la ira, la humillación– es lo que nos lleva a crear vínculos de amistad hoy día. No hay nada que nos acerque más a los otros que el grado en que afrontamos abiertamente nuestra vergüenza más profunda cuando estamos con ellos”. Sin embargo, estos momentos brillantes y lúcidos se alternan con algún párrafo plagado de lugares comunes –como llamar “enjambre de colmenas humanas” a Nueva York– y, lo que es peor, frases que podríamos ver en un cartel de Facebook con colores pastel. Una de ellas: “Hay dos tipos de amistades: aquellas en las que las personas se animan mutuamente y aquellas en las que las personas deben estar animadas para estar juntas. En la primera categoría uno hace hueco para verse; en la segunda, uno busca un hueco en la agenda”. Afortunadamente, abundan más las partes geniales que las frases vacías. Me pregunto si algo similar ocurría en Apegos feroces pero no fui capaz de verlo en su momento llevada por el entusiasmo que me produjo ese libro o, simplemente, porque no me encargué de reseñarlo y no estaba tan atenta.

Merece una mención especial el personaje de Leonard que es, con diferencia, lo mejor del libro con su pesimismo absoluto, un hombre gay, “sofisticado en lo que respecta a su infelicidad” que “odia renunciar a sus agravios”. Sus frases siempre son las mejores y su actitud derrotista pero certera me ha conquistado completamente. A veces me recuerda a Tristón, la hiena. Solo por este hombre ya merece la pena leer La mujer singular y la ciudad. Aparte, estén atentos cuando aparezca el juego de Henry James y Edith Wharton. Yo ya me he enganchado y no puedo evitar tratar de jugarlo en según qué situaciones.

La mujer singular y la ciudad (Sexto Piso, 2018) de Vivian Gornick | 148 páginas | 17,90 euros | Traducción de Raquel Vicedo

admin

Un comentario

  1. Ese libro me está gustando una barbaridad. No he encontrado, como ha encontrado mi tocaya, que esos pasajes fueran débiles o estereotipados. O al menos se me perdía su debilidad entre el brillo de las reflexiones en torno a la amistad que me parecen sublimes. Un ejercicio de escritura hermosísimo. Una reseña estupenda, aunque no esté de acuerdo en todo 🙂

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