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Cuba en tres tiempos

Alejandro Luque

Aunque en medio de las últimas convulsiones mundiales Cuba aparezca como desenfocada, relegada a los márgenes de la actualidad política y cultural, la mayor de las Antillas no ha perdido su magnetismo irresistible, y su longeva Revolución sigue siendo un motivo de controversia inagotable, capaz de levantar pasiones desbordantes y rechazos viscerales. He aquí tres lecturas que no dejarán indiferentes a ningún interesado en la isla y sus circunstancias.

 


Maestro cantor

José Ángel Valente y José Lezama Lima

Renacimiento, 2012

ISBN: 978-84-151-7740-1

216 páginas

16 €

Prólogo de Juan Goytisolo


Fue María Zambrano la persona que les puso en contacto, pero desde el primer encuentro en una casa llena de libros del Trocadero habanero surgió una amistad que perduraría en el tiempo, a pesar de la distancia geográfica y de las interferencias de los censores. Ahora, en una cuidada edición a cargo de Javier Fornieles Ten con prólogo de Juan Goytisolo, ve la luz el epistolario reunido entre el poeta español José Ángel Valente y el cubano José Lezama Lima, el maestro cantor que da título al volumen.

Estas cartas, a las que se suman otras de personajes cercanos a los poetas, así como los ensayos que se dedicaron mutuamente, ponen de manifiesto la instantánea simpatía que se profesaron, así como el progresivo hallazgo de afinidades, entre las cuales destaca -de nuevo con Zambrano como nexo común- el interés por la mística, con especial atención hacia la figura de Miguel de Molinos, condenado por hereje como, en cierto modo, lo fueron también Valente y Lezama : aquel, desterrado en Europa, éste aislado y ninguneado en una ciudad, La Habana, que cantó como nadie. Una lectura que ayuda a comprender tanto las claves de dos poéticas fundamentales del siglo XX, como algunas de las circunstancias a las que hubieron de enfrentarse los intelectuales en aquellos tempestuosos tiempos. 

Necesidad de libertad

Reinaldo Arenas
Point de Lunettes, 2012
ISBN: 978-84-9650-855-2
384 páginas
16 €

El gran público descubrió la figurar del cubano Reinaldo Arenas (1943-1990) gracias al filme de Julian Schnabel Antes que anochezca, que le valió a Javier Bardem su primera candidatura al Óscar. Este éxito ayudó a difundir obras como Celestino antes del alba, Otra vez el mar o las memorias que dieron título a la película. La editorial sevillana Point de Lunettes, que dos años atrás publicó la correspondencia de Arenas con el pintor Jorge Camacho y su mujer, Margarita, ahora recupera una serie de textos donde el escritor de Holguín ajusta cuentas de un modo feroz con la Revolución cubana y con sus valedores.

«El intelectual cubano en el exilio está condenado a desaparecer dos veces: primero, el Estado cubano lo borra del mapa literario de su país; luego, las izquierdas galopantes y preponderantes, instaladas naturalmente en los países capitalistas, lo condenan al silencio«, denuncia Arenas en uno de estos ensayos, en los que reitera los mil modos de represión -ninguneo, prisión, vejaciones, espionaje- a los que fue sometido antes de sumarse al éxodo de Mariel en 1980, entre el contingente de homosexuales, delincuentes y enfermos mentales a los que el régimen permitió salir a Estados Unidos.
El volumen misceláneo contiene, entre muchos otros testimonios propios, ensayos literarios, fragmentos de discursos de Fidel y las cartas de intelectuales europeos y latinoamericanos que sucedieron al lamentable caso Padilla, artículos de la ley contra el «diversionismo ideológico» y hasta un recorte de la prensa francesa en la que se especulaba con la posibilidad de que Arenas hubiera desaparecido a manos de las fuerzas policiales cubanas.
Otros documentos constatan de manera más expeditiva el divorcio entre el escritor y el castrismo. Así, con una carta al poeta Nicolás Guillén le hace saber que «de acuerdo con el balance de liquidación de amistad que cada fin de año realizo (…) le comunico que usted ha engrosado la lista del mismo«. A Alexandra Reccio, miembro del Partido Comunista de Italia, que visitó a Arenas en La Habana sin dejar de pregonar las bondades de la Revolución, la despide diciéndole: «Ojalá algún día comprenda (…) que el único sitio donde el hombre es libre, y por tanto es realmente hombre, es aquel donde puede manifestar su desprecio. Reciba pues sincera y modestamente el mío«.
No se queda atrás a la hora de enjuiciar severamente a sus compañeros de letras. Prácticamente todos, salvo a Lezama Lima y a Virgilia Piñera -que, según acredita Arenas, sufrieron presiones y desprecios parejos a los suyos- reciben invectivas del autor. A los cubanos Lisandro Otero, Fernández Retamar y Edmundo Desnoes no los saca de la consideración de esbirros del sistema. Cintio Vitier es un «monje» y un «santurrón«, el nicaragüense Ernesto Cardenal es «tan mediocre e hipócrita como su supuesta doctrina religiosa«; Julio Cortázar pertenece a esas «barbudas putonas izquierdistas que desde París inventan o apoyan revoluciones inexistentes«, mientras que el Nobel colombiano Gabriel García Márquez una «vedette del comunismo» y «un híbrido entre la demagogia y el folclor«.
Y como blanco de sus más furibundos rencores, la figura de Fidel Castro: «Los intelectuales que, como invitados de honor«, escribe Arenas, «visitan las tribunas de los países comunistas, si tuviesen el coraje de pensar por sí mismos y la valentía de no servir a otra causa que a la de la razón (como se supone que debe obrar un intelectual) deberían sentirse profundamente perturbados y entristecidos cuando ante ellos y el jefe máximo, el único jefe, sólo se oye un clamoroso sí con sus consabidos aplausos«.
Probablemente arbitrario a ratos, tal vez vehemente en exceso, lo cierto es que el autor escribe investido por la autoridad de la víctima. Arenas se suicidó en diciembre de 1990 en su apartamento de Nueva York, estragado por el Sida. «Cuba será libre. Yo ya lo soy«, fueron sus últimas palabras. 
Antología. La poesía del siglo XX en Cuba
VV. AA.

Visor, 2011

ISBN: 978-84-989-5076-2
463 páginas
22 €

Edición de Víctor Rodríguez Núñez

He aquí una antología que, tanto por la seriedad de su revelador prólogo como por la suculenta nómina de los seleccionados, podría considerarse casi definitiva. Cierto es que la delimitación geográfica y temporal, la Cuba de los últimos 50 años, ofrece un panorama tan vasto y rico que poco le habrá costado al autor encontrar perlas a montones.

El sumario se abre y se cierra curiosamente con dos mujeres, Fina García Marruz (1923) y Damaris Calderón (1967), y por en medio se despliegan nombres consagrados (Barnet, Retamar, Arrufat, Fernández) junto a otros pendientes de descubrir entre los lectores españoles menos iniciados, como Fayad Jamís, Luis Rogelio Nogueras o Ramón Fernández-Larrea. Entre unos y otros, el juego apasionante de escuelas, influencias y corrientes que tiene en el grupo Orígenes su fuente primordial de inspiración y de disidencia, y en la Revolución cubana un punto de inflexión determinante.
No hay antología sin ausencias, y a éstas se debe el hecho de que escatimemos la consideración de definitiva. La de Visor tiene tres notables: la de Antonio José Ponte, conocido como narrador pero autor de algunos interesantísimos poemarios; la de José Pérez Olivares, en mi opinión el más capacitado de su generación y del que más cabe esperar en el futuro; y la del propio antólogo, Rodríguez Núñez, dueño de una poética propia y personal que hubiera encajado perfectamente en el sumario.

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