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Cuchillo para manteca

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Los papeles de Puttermesser

Cynthia Ozick

Mardulce, 2014

ISBN: 978-84-942869-2-6

327 páginas

16 €

Traducción de Ernesto Montequin

 

 

Sara Mesa

Este es uno de los libros más raros que he leído últimamente. Raro y desconcertante, de modo que escribir ahora sobre él se me hace bastante difícil. La extrañeza de ciertos textos se contagia al lector: ¿nos ha gustado el libro? ¿solamente nos ha sorprendido? ¿lo hemos entendido del todo? Bueno, cuando esto me sucede, cuando esta nebulosa se mantiene días después de acabar el libro, yo siempre me hago dos preguntas. La primera: ¿lo recomendarías? La segunda: ¿vas a leer algo más de este autor o autora? En el primer caso, la respuesta es positiva, pero tiene algunos matices. Creo que esta novela, esta insólita, original y bizarra novela, está destinada solo a lectores desprejuiciados a los que no les incomode encontrarse con algo… complejo de clasificar. Me dicen los conocedores de la obra de Ozick -debo confesar que esto es lo primero que leo de ella- que aunque casi toda su obra se mantiene en estos términos, Los papeles de Puttermesser, inédita en español hasta ahora, es de lo más rarito de su producción. Así que quedan avisados. En cuanto a la segunda pregunta, si volveré a leer o no algo más de ella, solo diré que ya tengo encima de la mesa los Cuentos reunidos que acaba de editar Lumen. Así que, por mi parte, queda claro que sí, que he disfrutado mucho de este libro, y que deseo bucear más en el peculiar mundo de esta escritora neoyorkina nacida en 1928, judía, desmesurada, arriesgada e inclasificable, que recibió los elogios de gente tan incontestable como David Foster Wallace, Saul Bellow o Alice Munro.

Los papeles de Puttermesser, obra de 1997, es una novela que bien podría entenderse como un conjunto de relatos, en cierto modo independientes, protagonizados por la abogada fiscalista Puttermesser en distintos momentos de su vida. Tenemos al principio un capítulo que nos sitúa frente a “su historia laboral, sus antepasados, su vida póstuma”, lo que da la falsa impresión de comienzo de una novela de corte tradicional, un poco a lo Henry Roth, aunque salpicada del humor y la mala leche de Bellow. La cuestión judía aparece desde el principio: “Puttermesser tenía una cara judía y cierta desconfianza hacia su propio aspecto. No se parecía a ningún anuncio que hubiese visto: odiaba a la chica del champú Breck, tan rubia, tan suave y con los labios tan pálidos (…) En la cama estudiaba gramática hebrea (…) La idea de una gramática del hebreo transformaba el cerebro de Puttermesser en un palacio, en una suerte de Vaticano; ella transitaba por sus corredores, de un tríptico resplandeciente a otro”. La inteligente y concienzuda Puttermesser trabaja en el Departamento de Ingresos y Gastos de la administración pública, y “aunque era judía y mujer, no sentía que la discriminaran demasiado”. Las descripciones del ambiente funcionarial, con toda su ineficacia y absurdez, nos recuerdan a las de Canetti y a Albert Cohen: personajes ineptos que trepan puestos en una escala de peldaños vacíos de sentido ante los que Puttermesser pierde los nervios y la paciencia. Los sucesivos jefes del departamento, a cada cual peor, son todos “funcionarios políticos, alimañas en busca de prebendas”; el último de ellos no es más que “un playboy rico y tonto que había aportado fondos para la campaña del alcalde”, mientras que los empleados públicos “eran la maleza, nada los destruía, eran más fuertes que el asfalto”. Entramos ya en el segundo capítulo del libro, “Puttermesser y Jantipa”, cuando esta narración satírica pero más o menos realista da un giro desconcertante y nos coloca ante una fábula disparatada: Puttermesser crea un golem -una criatura femenina, gigantesca y sensual- que le permite cambiar la situación y llegar a ser… alcaldesa de Nueva York. Esta fantasía, que se ha relacionado con Kafka e incluso con Cervantes, me recordaba a mí en su textura y ambientación al Bulgakov de El maestro y Margarita. Y sin embargo, justo cuando nos habituamos a ese otro código, se produce un nuevo giro de tuerca y, ‘voilà’, viene el descenso del clímax y con él otro tipo de relato.

No pretendo hacer aquí un resumen completo de la historia de Puttermesser, pero sí poner de manifiesto que es a través de estos vaivenes como se estructura la narración, con bruscos y súbitos cambios en el tono y en la atmósfera. Pasamos así desde la alegoría del poder al relato amoroso de una mujer madura (“Puttermesser en pareja”) y después por un retrato nada benevolente de la inmigración y el cosmopolitismo (“Puttermesser y la prima moscovita”). Si algo se repite en todas estas peripecias son esas curvas del ascenso y la caída, que van dejando a nuestra protagonista cada vez más maltrecha, hasta desembocar en el último relato, el de su muerte, en el que el tono se hace aún más metafísico -con una impregnación hebreísta cuya comprensión, dicho sea de paso, se me escapa bastante- y la combinación de crueldad, profundidad, humor y ligereza se acentúa.

Perdón ahora por la pedantería, pero si Bajtin definía la literatura carnavalesca como esa mezcla ambigua de cultura popular y culta, esa polifonía en la que se dan la mano lo grotesco y lo bufo para enfrentarse a la rigidez de la literatura académica, no cabe duda de que habría que calificar la obra de Cynthia Ozick como puramente carnavalesca, transgresora, desobediente y osada. Y ahora que vengan a hablarme de la literatura femenina como la expresión de sentimientos introspectivos y la minuciosa descripción de detalles afectivos cotidianos. La señora Puttermesser, que encierra en su mismo nombre -«cuchillo para manteca»- ciertas contradicciones entre lo blando y lo afilado, les daría un buen puñetazo en la cara a todos estos críticos encasilladores y, después, eso sí, se echaría a llorar un ratito, que para eso es un personaje lleno de rabia y de matices.

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