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Cuidado con los libros

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Carolina León

Hace unos veinte años, tenía un programa de radio, en el que tenía que hablar todo el tiempo de grupos nuevos y hacer sonar sus maquetas. Terminé no escuchando nada más que lo que me hacían llegar para el programa. Hace unos siete u ocho años, casi todo lo que publicaba era crítica literaria, con lo cual leía sin parar y únicamente aquello que tenía que reseñar. Porque la vida nos va cambiando, en ambas ocasiones me sentí aliviada de volver a escuchar la música que me apetecía y/o de volver a leer sólo por placer y no por obligación.

Esto es, en el caso de los libros, bastante mentira. Ahora nunca más leo “por placer” sino que cada cosa que entra en el tubo de lectura tiene -o pretende tener- un sentido en el magma de lo que voy elaborando, a trancas. Y en estos tiempos mi “producción” no es reseñística y todo entra en una nebulosa investigación socio-periodístico-literaria. Últimamente leo por “cuidados”.

DERIVA. Y así ha sido que el programa -desprogramado- de lecturas me ha llevado a sumergirme en el tema de la maternidad. Mi penúltima reseña en Estado Crítico fue sobre ¿Dónde está mi tribu? de Carolina del Olmo, y poco después puse en marcha un taller en torno a la maternidad y los cuidados, para el que me enredé en clásicos de la literatura sobre la madre (fundamentalmente ensayo), algunos complicados de encontrar. De algún baúl me trajeron -un buen amigo- un ejemplar de Nacida de mujer de Adrienne Rich y otro de ¿Existe el instinto maternal? de Elizabeth Badinter; sobre todo en el primer caso, ese libro merece toda la pena que sea leído y discutido en la actualidad, pues la situación contemporánea de espaldas a los cuidados pasa por la invisibilización de las madres y la reclusión en el mundo privado de todos los trabajos de crianza y cuidados. Antes de eso leí otro -fundamental- que se llama La fantasía de la individualidad: Almudena Hernando lo peta. Pero llegué muy tarde a ese ensayo como para reseñarlo.

CUIDADOS. Me entregué a libros que me traían amigos, “esto te va a resonar”, y anduve paseando por La Martinica, de la mano de Lefcadio Hearn con Youma. Por mi cuenta revisé la distopía antipatriarcal, tan parecida al mundo que querrían para las mujeres los cristofascistas, que se inventó Margaret Atwood en El cuento de la criada. En el mismo programa, llegué a Las abuelas, una recopilación de cuentos largos de Doris Lessing, y decidí que era el momento de entrar de una vez a la Nobel, a la grande Lessing.

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Así que me fui a por El cuaderno dorado‘she made my summer’ como se puede ver en la primera foto, atravesando temas fundamentales para mí hoy como ser mujer en asuntos políticos, entremezclar vida, afectos y política, sustraerse a la debacle (del comunismo en su caso) o mantenerse mínimamente cuerda en la vorágine de la “liberación” y el individualismo propios de la segunda mitad del siglo XX. Muy de su tiempo, muy atemporal, y una composición en puzzle que aturde y enamora. Aún continué con Diario de una buena vecina, lo más total en cuanto a novela de cuidados (hacia arriba) y mucho jiji jaja con esto, hasta que nos hagamos viejitos arrugados e inútiles para la sociedad.

POR AMOR. El trabajo y el amor: el resto de las lecturas fundamentales del año ha venido en una lista a la que atribuí el poder mágico de quitarme la depresión de los meses centrales del año. Como si no tuviese libros en casa. A la petición, dicha de otro modo, “sácame de mí”, se me devolvió la invitación de leer a Richard Yates: bien Vía revolucionaria, pero muchísimo mejor Las hermanas Grimes. En ambos casos, y ante la maestría incuestionable del americano, tenía que repetirme: “perdona, Yates, estas hermanas, sin patriarcado, no sufrirían así”. Pero bien que da para escribir novelas geniales.

De la lista salió también Joseph Roth: ni había reparado en su nombre, creía que era el padre de Philip o algo así. Nada que ver. Así, ingenua como dice Sara, me encontré descubriendo a un autor que no puede ser abarcado en unas líneas. Y si bien he admirado algunas de sus novelas cortas (en especial Fuga sin fin) ha sido en las Crónicas berlinesas donde he amado a Roth, al vienés, al periodista, sin ambages (¿no os gusta esa palabra?).

Un “hombre de su tiempo” como yo quisiera ser, mirando con una libertad y una pureza extraordinarias lo que estaba pasando en Berlín en los treinta del siglo XX. No hay una de esas crónicas que me sobre. Yo quiero escribir así.

Y CODA FINAL. La de libros maravillosos que tengo por leer encima del escritorio y de la cómoda. Consultados algunos y leídos hasta su mitad al menos (Hipótesis democracia de Emmanuel Rodríguez, Subversión feminista de la economía de Amaia Pérez Oroco, El agua que falta de Noelia Pena), mientras que a mí el fin de año me pilla con el deseo de evadirme de todo, de que me dejen en paz, de no pensar en nada, y me sumerjo con pasión en la trilogía de Los juegos del hambre, que les encanta a mis hijas. Voy por el segundo libro. Y parece que no, pero habla y mucho de cuidados.

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