Como la sombra que se va
Antonio Muñoz Molina
Seix-Barral, 2014. Colección «Biblioteca Breve»
ISBN: 978-84-322-2415-7
531 páginas
21,90 €
Juan Carlos Sierra
Como sabe todo aquel que esté más o menos atento a lo que se escribe y se dice en los suplementos, revistas, blogs o espacios de radio dedicados a la literatura, la nueva novela de Antonio Muñoz Molina trata sobre la huida a Lisboa de James Earl Ray, el asesino de Martin Luther King, una vez cometido el magnicidio. Asimismo, al hilo de esta historia, el autor narra en clave autobiográfica -y con Lisboa en primer plano- las circunstancias que acompañan a la escritura de este relato y las de otra novela suya, El invierno en Lisboa, que en 1987 cambió su vida personal y literaria.
Esta doble narración se va expandiendo a lo largo de la mayor parte de Como la sombra que se va en un toma y daca entre la tercera persona y la primera, entre el narrador omnisciente que cuenta una vida ajena y el que relata la propia. Ambas voces se completan -y la primera se complementa- con la inclusión aquí y allá de la segunda persona, como una presencia con la que dialogar, en la que apoyarse y a la que dirigirse como si todo no fuera más que una larguísima carta de amor.
En esta suerte de duelo narrativo fundamental entre el relato sobre el asesino y el relativo al autor como personaje se aprecian con nitidez algunas de las marcas de la casa que han hecho de Muñoz Molina uno de los escritores punteros de la literatura en español. Especialmente jugoso, en este sentido, resulta el gusto del ubetense por los periodos oracionales extensos -muy extensos- que buscan no ya la precisión en la descripción de ambientes, sino indagar en los entresijos más profundos de unos personajes que ganan en relieve y matices gracias precisamente al esfuerzo del autor por comprenderlos -y comprenderse-. “La literatura es querer habitar en la mente de otro, como un intruso en una casa cerrada, ver el mundo con sus ojos, desde el interior de esas ventanas en las que no parece que se asome nunca nadie. Es imposible pero uno no renuncia a esa fantasmagoría.” (pág. 453)
En ese esfuerzo por “habitar en la mente de otro” también hay que enmarcar el relato autobiográfico, especialmente el relativo al pasado, ese otro que habita en nosotros desde hace tiempo y al que a veces nos cuesta reconocer. Como advirtió José Manuel Caballero Bonald a propósito de sus memorias, escribir sobre uno mismo desde uno mismo no deja de ser un ejercicio de ficción; tanto que uno puede caer en la tentación del «photoshop» autobiográfico. Sin embargo, en el caso de Muñoz Molina existe una clara intención de sinceridad y honestidad, de desnudez cruda y a veces muy dura consigo mismo. Es precisamente esto lo que hace que la narración desde la primera persona cobre más interés y viveza, y destaque sobre la del asesino de Martin Luther King e incluso sobre la del propio líder negro durante las horas previas a su muerte en el capítulo 25 del libro.
Por encima -o por debajo- de todo este entramado narrativo, me atrevería a afirmar que Como la sombra que se va es mucho más que todo esto que he señalado hasta ahora. Como en Sefarad, una de las obras más importantes de lo publicado hasta ahora por Muñoz Molina, aquí también hay un cruce de caminos literarios, de géneros. A la sombra de la estrictamente narrativo, existe una intención ensayísitica clara de teorizar sobre el hecho creativo, de reflexionar sobre la ficción y sobre la propia escritura; unas veces, desde la práctica en el desarrollo de la narración y, otras, de forma mucho más explícita. A propósito de esto último, además de la cita anteriormente destacada, son llamativas las consideraciones sobre lo que escribió James Earl Ray desde la cárcel acerca del asesinato de Luther King -“De manera impremeditada empezó a deslizarse hacia la ficción”- (pág. 411), los apuntes de la página 385 sobre los límites temporales de la realidad y de la ficción, o la afirmación de que “A lo más que puede aspirar lo inventado no es a mejorar mediante la ficción la materia amorfa de los hechos reales sino a imitar lo que mirado con atención es su orden impremeditado y sin embargo riguroso, a convertirse en una maqueta de sus formas, en un modelo a escala de sus procesos” (pág. 294), consideración que contraviene aquella tan extendida de que gracias a la ficción, a la literatura, se ordena el caos de la vida.
Por otra parte, también ejerce Antonio Muñoz Molina de riguroso crítico literario -autocrítico, podríamos decir-, sospechando de la valía real de aquella obra que lo encumbró literariamente, que recibió premios nacionales muy prestigiosos y las alabanzas unánimes de los suplementos, revistas o espacios de radio y televisión dedicados a la literatura allá por los últimos años de la década de los 80 del siglo pasado.
Günter Grass tituló Pelando la cebolla a un libro suyo de memorias en el que relataba con absoluta sinceridad sus primeros años de vida; tanta que no eludió la narración de algún capítulo sonrojante -su incorporación a la Waffen SS- para salir favorecido en la foto. A la manera de una cebolla, Como la sombra que se va puede leerse por capas, por relatos independientes -incluido el del propio Ray, infectado de la ficción de las novelas de agentes secretos y espías que leía obsesivamente-, pero como en el libro de Grass, en el de Muñoz Molina se trata de llegar a la última capa de la ficción, anclada en el relato honesto de la vida; eso sí, sin photoshop y tratando de desvelar “su orden impremeditado y sin embargo riguroso”, aunque nos pese. Literatura en estado puro y verdadero.
He de comentar que a mí me gustaba muchísimo el autor de El invierno en Lisboa, Beltenebros y Beatus Ille, un novelista influenciado por el cine negro, el pulp o Borges; el autor de Sefarad, El viento de la luna, La noche de los tiempos, etc, que escribe “literatura de verdad” y metaliteratura y le preocupa la historia y tiene pose de humanista y es fan de Primo Levi, no me interesa lo más mínimo.
Me temo que esta novela ha sido escrita por el segundo.
Me apunto a las sabias palabras de Ros. Leer «Sefarad» fue una experiencia atroz; un sermón de la montaña pesado, muerto, envarado y horriblemente correcto; triste, convencional y entregado. A lo cual se suma su actitud pública de santón de las letras españolas, siempre en el sitio adecuado y con la opinión justa.
Lo cual no quita para decir que la reseña induce a tropezarse otra vez con el mismo pedrusco.