CAROLINA LEÓN | Me voy a permitir algo que no he hecho desde 1999: escribir una reseña sin el libro. Está aquí, a mi lado, recién terminado, pero no lo voy a usar. Para hablar de un ensayo de más de doscientas páginas, de una autora que le ha dedicado incontables horas a componer un alegato contra la prisa y por el pensamiento, que ha tejido una laboriosa reflexión sobre las condiciones contemporáneas de la creatividad, yo voy a usar dos horas de mi tarde libre para dar forma a un texto de cuatro o cinco párrafos a modo de comentario.
Su libro y mi reseña vienen del mismo lugar: conocer y acariciar la pasión creativa, “lo que punza” a dar forma a ideas y proyectos, la esperanza de dedicarnos a aquello que compone nuestra esencia. Tendría seis años cuando decidí que quería ser escritora, aunque también quise ser bióloga y probablemente bombera; con dieciséis caminaba durante cuarenta minutos a la emisora de radio donde comencé a hacer oír mi voz; con treinta y dos trasnochaba para completar una colaboración en un medio que me iba a pagar 30 euros, otra colaboración en otro lado que me pagaba 15…; durante una década mantuve un blog propio (que ahora sufre de “falta de entusiasmo” o de atemperar los humos que normalmente me animaban a componer un texto siempre por vocación, por desgranar unas frases, pero también por recibir algunos ojos, ojalá un “¡qué bonito!”); y he compartido reseñas en Estado crítico desde hace ocho años…
Mírese cada uno y cada una donde lo necesite, lo que Remedios Zafra (Zuheros, 1973) ha volcado en este ensayo nos interpela. Su título, y a partir de ahí. Nos interpela la idea –devenida dogma– de que todo aquel que desee ser “alguien” en el mundo creativo debe ser “visible” (24/7 como la propia red, o tanto como le dé el cuerpo); nos interpela con mayor o menor intensidad si una se ha pasado quince años de beca en beca, de pasantía en pasantía, juntando certificados de cursos y colaboración en departamentos, exposiciones, comisariados, publicaciones académicas (o de las otras). Nos interpela a los de las letras y a los de las imágenes y a los de la música, pero lo hace desde una posición crítica y alejada del lloriqueo. No, no va de lamentar la precariedad El entusiasmo, sino de hacer algo con ella.
Sin embargo la precariedad recorre este libro. Este libro va de pobres que piensan. Hubo un tiempo, nos dice Zafra, en que algunos pobres pudieron soñar con escalar un peldaño o dos; abandonar los sembrados o los pinares, recorrer los templos del saber, unificar la pasión creadora (e investigadora) con el medio de vida. Hubo un tiempo que duró un solo segundo en la línea temporal del universo. Rápidamente se reorganizó este desaguisado y los pobres llegados a la Academia y a las galerías de arte ocuparon apenas los intersticios por donde pasa todo el aire frío de la intemperie, supuestamente dejada atrás.
Entre medias, Internet, las redes, lo digital. Una taza de “libertad” con dos tazas de opresión. Nos comimos el cuento de la deslocalización, de “el trabajo creativo va conmigo a todas partes”, para ser en cambio “explotados a todas horas en todas partes”. En virtud de la visibilidad, de esos Ojos y capital de los que también ha escrito la autora cordobesa. El entusiasmo es como una síntesis de los temas que ya ha tocado en títulos anteriores (Un cuarto propio conectado, (h)adas) y una ampliación.
Zafra quiere que nos miremos en los espejos de nuestras vocaciones: el espejo de la pulsión creativa, el de cómo empleamos el tiempo, para quién trabajamos, y qué hacemos con nuestros tiempos, qué subversión somos capaces de ofrecer, qué deformación de las estructuras dadas y qué desmontaje de las opresiones generamos; Zafra quiere que nos preguntemos todo el rato por esa llama sagrada que rozamos cuando el pobre pudo crear: ¿Y ahora qué? ¿A quién quieres servir? ¿Esto es suficiente? ¿Hacia dónde tu pasión? ¿De qué modo? ¿A costa de qué renuncias? ¿Para decir qué? Pero ¿es justo o es injusto querer vivir de lo que uno ama como actividad vital? Y ¿dónde queda la libertad siempre que media un salario?
Hace más de quince años que ingresé en Internet (no, ¡veinte! mi hija mayor va a cumplir dieciocho y es producto directo de mi primera relación online). Es complicadísimo imaginarse hace dos décadas y tratar de retirar las capas de lo que Internet ha dejado como sedimento sobre nuestra (mi) actividad. ¿Habría conseguido terminar un libro a los veinticinco, en lugar de esperar a los cuarenta y tres? ¿Es la velocidad enemiga de la creatividad? ¿Lo es la sobreestimulación? ¿Y qué hay del impulso de estar y ser visible, ya que un segundo sepulta al anterior y mil artículos taponan en veinticuatro horas lo que te costó dos semanas teclear y componer?
Hay varias cosas de la forma de este libro que hablan del fondo. Es un libro reposado, como una decantación de muchas cosas leídas, pensadas, susurradas y anotadas en los márgenes; es una reivindicación de la lentitud (ahora recuerdo otro libro de Zafra titulado Despacio…). Está formulado en capítulos breves, que somos capaces de leer de una sola vez incluso en nuestros fragmentarios tiempos, y en el que la autora ha conseguido rebajar el nivel de complejidad de sus párrafos (puede que sea que me he hecho mayor, pero me ha resultado más fácil). Ha decidido prescindir de las notas a pie de página y los textos que subyacen a este texto están como entretejidos (fáciles de rastrear, por si acaso); por último recurre al relato, con un personaje al que acompañamos por los estadios de su pasión precaria. Si el saber ya no es Uno, si nos lo prometieron y nos lo arrebataron, si los templos del conocimiento están sostenidos sobre ejércitos de precarios y sobre todo de precarias, nos merecemos subvertir también sus formas y darle una colleja al academicismo. Así, este ensayo se vale de formas que no le son propias y lo celebramos.
Es un juego de contradicciones el de El entusiasmo. Imprescindible para crear, pero trampa para inundar indiscriminadamente las redes de contenidos acríticos, sin peso ni orgullo, atrayendo a esos «ojos» y jugando a la suma de clicks. Zafra nos quiere poner a pensar en ello. Hace ya un tiempo que, debe de ser la edad, calibro bastante dónde y cómo ofrezco mi entusiasmo: probablemente equivocándome, pero buscando arañar en las capas superficiales cuando comparto algo; este libro, sin embargo, siendo un retrato de época con vocación de permanecer, deja muchos interrogantes al respecto de las nuevas generaciones, que se están encontrando el doble de dificultades, el aumento de tasas universitarias y otros mil obstáculos (a los pobres no se les debe dejar aprender). Zafra y yo pertenecemos a la misma generación que salió de los olivares hacia las universidades: dentro de veinte años nuestros hijos o sobrinos han de revisar todo esto, porque el círculo de (la falta de) dinero y la desigualdad no ha hecho sino estrecharse.
Hay otro punto en el que se me escapó el ensayo, y fue al ocuparse de la economía afectiva en las redes. Creo que la autora proponía a este tema un punto de optimismo que no comparto (la libertad de aparentar y de adoptar avatares, la de imaginar seres en el cuadrado de la pantalla), y en mi opinión el capitalismo afectivo ha ganado por ahora la partida, con la supremacía del “usar y tirar” de los contactos tanto como de los contenidos. Dejando esto de lado, el libro me ha tenido cabeceando “sí, sí” durante sus más de doscientas páginas. Nada es neutro ahí donde nos movemos. Las desigualdades se reproducen en las redes. Es de todos pero es de algunos. La precariedad es femenina, en los empleos virtuales así como en los mundanos. Si en otro tiempo la antorcha creativa era del “genio”, ahora la llevan no una, sino un millón de Sibilas silenciosas y apocadas que se golpean con las paredes del templo. Con su cuerpo.
Por eso quizá su mejor momento es ése en el que junta el trabajo creativo, su especifidad contemporánea que lo pretende inmaterial como si el creador fuese un ser hecho de aire, con el trabajo de cuidar a los demás históricamente asignado a las mujeres, por el solo hecho de haber nacido mujeres, jamás remunerado con ninguna otra moneda que no sea el “amor”. El artista fue siempre una figura masculina, tocada por una varita de inspiración, que no evidenciaba necesidades materiales ni afectivas, entregado a su inmortal tarea. Hoy es un ser con cuerpo, nos recuerda Zafra, uno muy dolido, uno que está siempre al borde del desahucio. Donde un día los dioses dijeron al artista “ya te llegará la gloria”, se les ha dicho por siglos a las mujeres “sacrifícate y con esto tienes bastante”. La autora lo explica mucho mejor que yo.
A menudo, antes de escribir una reseña dedico entre cuatro y ocho horas a repasar el libro para tomar notas, sacar citas y recomponer la historia o el discurso. Esta vez no lo hice. No se trata de economía afectiva. Un lunes libre es tan importante como una reseña libre. Creo que lo que busca al cabo de todo la autora es que seamos (más) conscientes. Que utilicemos las herramientas a nuestra disposición para construir otras relaciones, otros procesos, otra igualdad, y otro acceso al conocimiento crítico y transformador. No habremos de rendirnos, pero todo eso de mantener el entusiasmo resulta cada día más agotador. Quizá, seguro, será mejor que lo intentemos con otros. Pero no dejéis de meteros en este libro, pobres del mundo, mujeres y hombres precarios, también el «no tener» es una identidad y quién sabe qué sabremos sacar de ella.
El entusiasmo (Anagrama, 2017), de Remedios Zafra, Premio Anagrama de ensayo | 264 páginas | 19,90 euros
Gracias por ayudarme a parar lo que venia haciendo para leer y refleccionar un rato. A ver si consigo este ensayo para disfrutarlo e incorporarlo.